He de confesar que me cansa un tanto la retórica europeista: "nuestro objetivo ha de ser fortalecer Europa", "que los ciudadanos se coloquen en el centro del proceso de construcción europea", "reforcemos las instituciones europeas, profundicemos en su carácter democrático y construyamos instrumentos que faciliten una presencia relevante de Europa en el mundo global"... Mi impresión personal es que discursos de este tipo, tan vaporosos, justifican por sí solos el escepticismo de una gran parte de la ciudadanía hacia "Europa" y lo que significa. A continuación haré el ejercicio de exponer tal como veo ya las cosas, sin tecnicismos, con sinceridad y renunciando a matices en aras de que la presentación global sea clara.
Lo primero que tiene que quedar claro es que Europa (la Unión Europea, la Comunidad Europea; ya digo que ni matizaré ni me detendré en tecnicismos) es un instrumento al servicio de los Estados. Durante 200 años, desde mediados del siglo XVIII hasta el final de la II Guerra Mundial, las Naciones Europeas compitieron entre sí para crear imperios globales que acabaron sometiendo a la mayor parte del planeta. El Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, eran los dueños del Mundo y competían entre ellos sin ningún temor a las potencias no europeas. Tras la II Guerra Mundial estos países se encuentran en una situación de extrema debilidad: economías destrozadas, sin mecanismos para conservar los imperios coloniales que aún tenían Francia y el Reino Unido y ocupados militarmente (de forma pacífica u hostil) por los Estados Unidos y por la Unión Soviética.
En este escenario las Comunidades Europeas surgen como una oportunidad para cada uno de los Estados fundadores de mantener un papel relevante en el Mundo. Tanto Francia como Alemania e Italia participaron en la creación de las iniciales Comunidades previendo que la nueva organización podría ser útil a sus propios intereses nacionales. La política interna se encuentra tras la construcción europea. De esta forma, el resultado es una estructura en la que el poder último de decisión se encuentra en manos de los Estados nacionales, sus auténticos dueños.
Esto no ha cambiado sustancialmente desde la fundación de las Comunidades. Comisión, Parlamento, Consejo, Tribunal de Justicia..., un complejo entramado en cuya cúspide real (a veces no aparente) se encuentra la reunión de los Jefes de Gobierno o de los Ministros de los distintos Estados. El paradigma que se mantiene desde hace casi sesenta años es el de que la Unión es y ha de ser un instrumento al servicio de los Estados.
Las reformas emprendidas en los últimos lustros no cambian esto. La fallida Constitución Europea o el Tratado de Lisboa no suponían (suponen) un cambio de paradigma, la Unión que diseñan sigue siendo un instrumento al servicio de los Estados. Así, por ejemplo, se crea la figura del Presidente del Consejo, que dará visibilidad exterior a la Unión; pero esta figura es elegida por los miembros del Consejo (los Estados) y no por el Parlamento o los ciudadanos.
¿Es mala esta situación, este paradigma? Yo creo que no. Lo que ha conseguido "Europa" en estos cincuenta y tantos años es impresionante: prácticamente se ha eliminado el riesgo de confrontación bélica entre los Estados europeos; se ha creado una economía auténticamente europea que es la primera del Mundo; se ha profundizado en el conocimiento y comprensión mutuos entre personas, países y culturas; se ha construido un armazón jurídico de gran complejidad y que, con independencia de su carácter mejorable, destaca por garantizar en alto grado los derechos fundamentales, la protección de los consumidores y del medio ambiente; se ha concluido el proceso de creación de una moneda única; moneda que ha sustituido, entre otras, al franco, al marco, al florín holandés. Son tantos los logros alcanzados que se me hace realmente incomprensible que se hable de crisis, falta de aliento, decepción o cosa semejante. La construcción europea es, desde el punto de vista histórico, jurídico, político y económico una de las empresas de más fuste de la Historia. Lo que tenemos es inmenso; y ahora, además, hay que añadir la incorporación de la Europa Central y del Este, palabras mayores.
¿Cómo es posible, entonces, que la sensación generalizada sea la de derrotismo, fracaso, parálisis, etc.? Mi explicación personal es la de que se ha planteado como una reforma transcendental lo que no deja de ser un ajuste técnico, y las dificultades de este ajuste técnico se han magnificado. Me explico.
Tal como decía, ni la Constitución Europea ni el Tratado de Lisboa suponen un cambio de paradigma, la Unión Europea que diseñan sigue siendo un instrumento al servicio de los Estados. Las modificaciones que introduce son, por tanto, únicamente ajustes relativos al funcionamiento de esta estructura y nada más. No parece que exista tampoco voluntad de cambiar el paradigma dominante (Europa al servicio de los Estados), por lo que creo que lo que resulta más sensato es congratularnos de lo que tenemos (que no es poco, como acabamos de ver), asumirlo y dar por concluido el proceso de integración europea. De esta forma la sensación que se tendría es la de satisfacción y no la de fracaso. Deberíamos olvidarnos de las reformas y consagrar la situación actual.
Alguien podrá oponer a esto que es preciso reformar los mecanismos institucionales porque no es posible funcionar en una Unión de 27 con los instrumentos originales, pensados para tan sólo seis Estados. A esto yo digo que, de hecho, llevamos funcionando con estas "terribles dificultades" más de un lustro sin que la Unión se haya venido abajo. La complejidad comunitaria no es paralizante. El funcionamiento normal de la Unión es posible sin cambios estructurales. Es claro, sin embargo, que sin tales cambios no se podrá avanzar; pero aquí es donde sostengo que, en contra de lo que se dice abiertamente, no hay ninguna voluntad de realizar un cambio real, ya que casi nadie sostiene la conveniencia de acabar con el sometimiento de la Unión a los Estados. Si realmente no queremos avanzar ¿para qué nos empecinamos en querer cambiarlo todo?
Así pues, defiendo que mientras no se quiera convertir a la Unión Europea en un actor independiente dejemos las cosas como están. El pesimismo reinante se iría diluyendo y podríamos vivir todos un poco más tranquilos sabiendo que en las próximas décadas el escenario en el que nos movemos no se transformará.
La pregunta siguiente es la de si éste es el mejor escenario posible. Par la mayoría, sí lo es, como muestra la falta de exigencia del cambio de paradigma. Ni los Estados ni los grandes partidos se plantean un cambio en profundidad. Supongo que será porque creen que son más los riesgos que las ventajas o porque directamente no lo ven como algo positivo. Las razones importan menos que la constatación de esta falta de voluntad.
Para mi, en cambio, esta falta de ambición es suicida a medio plazo. No hay contradicción con lo que decía hace un momento. Es malo insistir en reformas que no suponen más que dar vueltas sobre uno mismo; pero me agradaría que sí que existiera una voluntad real de transformación del paradigma. Sin una Unión Europea real, esto es, independiente de los Estados que la integran; el papel de Europa en el Mundo no hará más que disminuir. No estaremos entre quienes deciden y serán otros los que impongan sus políticas y la forma de entender las relaciones internacionales. Ya lo estamos empezando a ver, pero será probablemente en la próxima década cuando acabemos de comprobar realmente que las grandes decisiones se toman de espaldas a lo que pensamos y sin tener capacidad de imponer nuestros intereses. Será un declive lento, pero continuo e inevitable.
Y si se quisieran cambiar las cosas, si se quisiera cambiar el paradigma ¿sería difícil? No, sería muy sencillo, lo único que es preciso es tener voluntad para ello. Las reformas que habría que introducir son muy sencillas:
1- Poder legislativo pleno para el Parlamento Europeo.
2- Poder fiscal pleno para el Parlamento Europeo.
3- Elección de un Presidente Europeo, bien directamente por los ciudadanos, bien por el Parlamento Europeo. Este presidente asumiría las funciones del Consejo (excluida la legislativa, que correspondería en exclusiva al Parlamento) y de la Comisión; tendría las competencias en materia de Política Exterior y de Defensa.
¡Qué fácil si se quisiera!