Esta tarde he asistido a la manifestación de Barcelona a favor de la acogida de refugiados. Una tarde intensa en la que en varios momentos tuvimos que permanecer completamente inmóviles en medio de la multitud que se había congregado.
Es significativo que se haya producido una movilización tan grande para una causa como ésta, especialmente cuando corremos el riesgo de que se extienda el temor ante la llegada de refugiados y las opiniones a favor de cerrar fronteras y levantar muros parecen ser cada vez más populares. Una manifestación como la de hoy da esperanza a quienes se oponen a un mundo en el que cada uno pretende permanecer aislado tras sus propias fronteras.
Si somos optimistas veremos en movilizaciones como éstas una oportunidad para repensar algunos de los principios que ahora mismo conforman la regulación del movimiento internacional de las personas.
En primer lugar, sería bueno reflexionar sobre si la regla básica en la materia, la de que los Estados pueden decidir con casi total libertad quiénes entran en su territorio, no debería ser sometida a revisión. Vivimos en un mundo en el que los capitales, las mercancías y muchos servicios cruzan las fronteras con extraordinaria facilidad. Esta facilidad, sin embargo, contrasta con los límites, cada vez mayores, que se imponen a la circulación de personas. ¿Es coherente esta restricción con la liberalización de los intercambios comerciales? En la Unión Europea desde su nacimiento se consideró que la libre circulación de mercancías, capitales y servicios debería ir acompañada de la libre circulación de personas. En el proceso de integración económica mundial, sin embargo, esta dimensión está totalmente olvidada.
No se trata, obviamente, de volver a la regla original en el Derecho internacional, la que formuló Francisco de Vitoria en el siglo XVI y de acuerdo con la cual todas las personas podían viajar y establecerse allí donde tuvieran por conveniente. Tampoco se trata de obviar los problemas prácticos que podría ocasionar una liberalización total de la circulación de personas. Pero teniendo esto en cuenta sería posible establecer, al menos, la necesidad de que las restricciones a la entrada y establecimiento de extranjeros debieran estar justificadas. Puede parecer un paso pequeño, pero sería un cambio radical de perspectiva en un mundo en el que, inexplicablemente, es mucho más fácil que crucen las fronteras productos y servicios que las personas que los fabrican o consumen.
Existen ámbitos concretos en los que este paso ya se ha dado. Así,
en lo que se refiere a los refugiados ya nos encontramos ante la obligación de ofrecerles una protección que incluye el derecho a no ser expulsado. Una obligación que se encuentra recogida tanto en el Derecho interno español (
Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria) como en el Derecho de la UE (
Directiva 2004/83/CE del Consejo de 29 de abril de 2004 por el que se establecen normas mínimas relativas a los requisitos para el reconocimiento y el estatuto de nacionales de terceros países o apátridas como refugiados o personas que necesitan otro tipo de protección internacional y al contenido de la protección concedida) o en convenios internacionales (
Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, hecha en Ginebra el 28 de julio de 1951).
La implementación práctica de esta obligación de acogida no es sencilla, tal como estamos viendo ahora, por ejemplo, con la crisis de los refugiados en Europa. No se trata tan solo de hacer leyes, sino de disponer de medios y de voluntad política para adoptar las decisiones necesarias para convertir en realidad esta protección. El fracaso de Europa con la crisis de los refugiados da buena cuenta de la situación. Ante una crisis de enorme calado no fuimos capaces de poner los medios para evitar un desastre humanitario.
Seguramente no será posible hallar una solución que resuelva todos los problemas; pero sí se pueden apuntar algunas debilidades. La primera es la dependencia de la coordinación entre Estados dentro de la UE. En temas como estos se hace visible con demasiada frecuencia el intento de "escurrir el bulto" o de buscar que las cargas del propio Estado sean menores que las de otros países. La solución para esto sería
dotar de mayores poderes, competencias y medios a las instituciones europeas;
lo que debería ser un principio general para la mayoría de los problemas que nos embargan. Conseguir que las instituciones de la UE actúen más como ejecutivo de una entidad política y no como coordinadores de políticas estatales es un desafío que deberíamos afrontar.
Esta dimensión europea es necesaria no solamente para la solución del problema de los refugiados, sino también para tratar las causa que lo originan. Debería ser claro para cualquiera que una crisis como la generada en Siria (o en Libia o en Irak) acabaría teniendo consecuencias en Europa. Resulta suicida que Europa haya renunciado a tener una política exterior y de defensa capaz de influir aunque sea en su entorno más inmediato, que incluye, evidentemente, el Oriente Medio.
Los esquemas de la Guerra Fría no funcionan y se hace necesario que se afronten los desafíos de seguridad a nivel europeo. El torpe agitar los brazos de unos y otros países es patético. Ni los bombardeos franceses en Siria tras los atentados en París ni los jugueteos en Ucrania nos han traído más que inseguridad. Así no podemos seguir, porque no se trata tan solo de atender las crisis una vez creadas, sino, sobre todo, evitar que surjan.
En definitiva, que sería bueno que la manifestación de hoy no sea tan solo un desahogo ciudadano, un grito que quede en nada. Sería conveniente que sentara las bases de un replanteamiento de muchas cosas. En ella había líderes de varios partidos políticos; así que podemos emplazarlos a que en un plazo breve presenten propuestas que permitan cambiar la situación que vivimos, y que permitan cambiarla de verdad, no mediante un superficial maquillaje.
Cataluña ha mostrado hoy que es sensible a un problema del que somos testigos desde hace tiempo. El contraste entre las imágenes de los refugiados caminando, en campos o muriendo en el mar, y la incapacidad de las instituciones para dar respuesta ha encontrado en la calle un reflejo que merece, como decía una respuesta política.
Llama la atención que esta respuesta haya surgido, precisamente, en un momento en el que el nacionalismo amenaza precisamente con lo contrario de lo que exige un desafío como éste: hasta ahora hemos visto que debemos profundizar en la integración europea para conseguir abordar eficazmente la crisis de los refugiados y las causas que la originan; los independentistas, en cambio, pretenden crear una crisis de consecuencias imprevisibles en el propio corazón de la UE mediante una secesión unilateral que rompería un Estado miembro al margen del Derecho interno, europeo e internacional.
Más allá de esto, resulta curioso que los independentistas se hayan sumado a una manifestación que tiene por objeto "abrir fronteras", cuando su objetivo expreso es colocar otras nuevas donde ahora no existen. Es cierto que dicen que quieren colocarlas para luego levantarlas; pero hay algo intrínsecamente contradictorio en exigir con ardor la necesidad de levantar barreras entre personas que ahora son conciudadanos, a la vez que se defiende que las fronteras no sean un obstáculo para la acogida de personas.
Incluso dejando esto aparte, y asumiendo que hoy entre nosotros habrá habido independentistas que, de corazón piensan que ha de acogerse a los refugiados y que, por tanto, no pretendían instrumentalizar la manifestación a su favor, no puede dejarse pasar que se hubiera aprovechado la misma para distribuir propaganda en favor de la secesión
Hoy era un día para los refugiados y en el que debíamos buscar aquello que nos une y no lo que nos separa. Muy mayoritariamente así lo entendieron los manifestantes, que renunciaron a símbolos partidistas y a banderas en favor del color azul de quienes habían convocado y el multicolor de las personas que se reúnen para ejercer de ciudadanos
En ese sentido, las banderas esteladas que se veían aquí o allá parecían, en ocasiones, más material de decoración sacado de contexto que reflejo de aquello por lo que allí estábamos
En cualquier caso, un día importante, muy importante, porque en esta Europa que tantas veces parece sorda y ciega a lo que le rodea, Barcelona ha dado ejemplo de conciencia y voluntad. Son muchos los problemas que plantea la acogida de los emigrantes, y no deben desdeñarse; pero tampoco la clara voluntad de muchos de que nuestra sociedad sea una sociedad de acogida.
Esperemos que no sea una nube aislada en un cielo vacío.