Me ha dejado muy preocupado el rifirrafe entre el Rey, Zapatero y Chávez. Me ha dejado una inquietud que no se acaba de calmar. No por el incidente en sí, que, aislado, es más inspiración para humoristas y diletantes comentaristas políticos que otra cosa; sino por lo que denota. Porque denota algo, aunque no sé muy bien qué (en este caso la hipótesis está más lejos de la conclusión que en ninguna otra ocasión).
En primer lugar denota una cierta falta de conocimiento acerca de la etiqueta y modos de un acto formal como es una conferencia diplomática. El orden en las palabras y el respeto a los turnos es y ha de ser sagrado. Si existe una estricta organización de los debates no es por un capricho anacrónico o por una absurda rigidez, sino, precisamente, para evitar incidentes como el del otro día. Si alguien está en el uso de la palabra no se le interrumpe como hizo Chávez; y el que está en el uso de la palabra y es interrumpido no ha de entrar a dialogar con el provocador, sino que ha de limitarse a reclamar que se respete su turno, y no dirigiéndose a quien interrumpe, sino al presidente de la conferencia, solicitando su amparo. Hasta que el silencio no se haga de nuevo debe permanecer callado, dejando que quien pretende reventar el diálogo se retrate solo. Se trata de cuestiones que son bastante evidentes y me sorprende que en una reunión en la que se encuentran jefes de Estado y jefes de Gobierno haya podido pasar algo así ¿dónde se han formado quienes nos dirigen para que resulten incapaces de gestionar un conflicto tan inocuo como el que se planteó el otro día? Y este reproche va dirigido tanto a quienes intervinieron en el rifirrafe como a la presidenta de la conferencia, que no supo evitar que se desarrollara una situación tan poco elegante.
En segundo lugar, denota que nos encontramos ante una nueva quiebra de consensos fundamentales. En una entrada anterior me quejaba del debilitamiento de ciertos consensos en España. Ahora se puede comprobar que este progresivo cuestionamiento de ciertas reglas básicas se extiende también a la esfera internacional. Los escasos minutos que duró el enfrentamiento entre Chávez, Zapatero y el Rey fueron fuente de varias situaciones insólitas en el ámbito diplomático. De hecho, el incidente, con la retirada posterior del Rey durante la intervención de Daniel Ortega fue calificado como un hecho "sin precedentes", y últimamente no son pocas las veces en que alguna situación tiene el "honor" de recibir este calificativo. Creo que no es una casualidad, sino muestra de que estamos abandonando a velocidad de vértigo el marco tradicional de las relaciones internacionales. Como no sabemos a dónde nos dirigimos y soy timorato la percepción de este movimiento acelerado hacia lo desconocido me produce cierta inquietud.
En tercer lugar, y es, para mí, lo menos importante, puesto que es lo más coyuntural; muestra que las relaciones entre España y los países Latino americanos están cambiando. Existe una tensión entre diferentes formas de entender la forma en que ha de dirigirse el desarrollo de estos países, y en esta ocasión el debate coge (y aquí empleo la expresión en el doble sentido que tiene a ambos lados del Atlántico) a España en medio. Es lógico. En los últimos veinte años el papel de España y de las empresas españolas se ha hecho más relevante; ahora España es un agente que tiene cierta capacidad de influencia, tanto política como económica. En este último aspecto las empresas españolas se han instalado en muchos países latino americanos y, por lo que me cuentan, no en todos los casos su ejecutoria ha sido ejemplar. Incluso sin tener esto último en cuenta, y con que simplemente se comporten allí como se comportan aquí, es fácil entender ciertos ataques de ira. En España también nos quejamos de las comisiones de los bancos, de lo mal que funcionan las compañías eléctricas y de las tácticas que utilizan las compañías telefónicas; pero aquí no podemos recurrir a echarle la culpa a otro país; al otro lado del Atlántico sí que tienen ese recurso.
En definitiva, ignorancia, incertidumbre e ira. Y encima no acabo de entender las claves de la situación ¿se entiende por qué estoy preocupado?
En primer lugar denota una cierta falta de conocimiento acerca de la etiqueta y modos de un acto formal como es una conferencia diplomática. El orden en las palabras y el respeto a los turnos es y ha de ser sagrado. Si existe una estricta organización de los debates no es por un capricho anacrónico o por una absurda rigidez, sino, precisamente, para evitar incidentes como el del otro día. Si alguien está en el uso de la palabra no se le interrumpe como hizo Chávez; y el que está en el uso de la palabra y es interrumpido no ha de entrar a dialogar con el provocador, sino que ha de limitarse a reclamar que se respete su turno, y no dirigiéndose a quien interrumpe, sino al presidente de la conferencia, solicitando su amparo. Hasta que el silencio no se haga de nuevo debe permanecer callado, dejando que quien pretende reventar el diálogo se retrate solo. Se trata de cuestiones que son bastante evidentes y me sorprende que en una reunión en la que se encuentran jefes de Estado y jefes de Gobierno haya podido pasar algo así ¿dónde se han formado quienes nos dirigen para que resulten incapaces de gestionar un conflicto tan inocuo como el que se planteó el otro día? Y este reproche va dirigido tanto a quienes intervinieron en el rifirrafe como a la presidenta de la conferencia, que no supo evitar que se desarrollara una situación tan poco elegante.
En segundo lugar, denota que nos encontramos ante una nueva quiebra de consensos fundamentales. En una entrada anterior me quejaba del debilitamiento de ciertos consensos en España. Ahora se puede comprobar que este progresivo cuestionamiento de ciertas reglas básicas se extiende también a la esfera internacional. Los escasos minutos que duró el enfrentamiento entre Chávez, Zapatero y el Rey fueron fuente de varias situaciones insólitas en el ámbito diplomático. De hecho, el incidente, con la retirada posterior del Rey durante la intervención de Daniel Ortega fue calificado como un hecho "sin precedentes", y últimamente no son pocas las veces en que alguna situación tiene el "honor" de recibir este calificativo. Creo que no es una casualidad, sino muestra de que estamos abandonando a velocidad de vértigo el marco tradicional de las relaciones internacionales. Como no sabemos a dónde nos dirigimos y soy timorato la percepción de este movimiento acelerado hacia lo desconocido me produce cierta inquietud.
En tercer lugar, y es, para mí, lo menos importante, puesto que es lo más coyuntural; muestra que las relaciones entre España y los países Latino americanos están cambiando. Existe una tensión entre diferentes formas de entender la forma en que ha de dirigirse el desarrollo de estos países, y en esta ocasión el debate coge (y aquí empleo la expresión en el doble sentido que tiene a ambos lados del Atlántico) a España en medio. Es lógico. En los últimos veinte años el papel de España y de las empresas españolas se ha hecho más relevante; ahora España es un agente que tiene cierta capacidad de influencia, tanto política como económica. En este último aspecto las empresas españolas se han instalado en muchos países latino americanos y, por lo que me cuentan, no en todos los casos su ejecutoria ha sido ejemplar. Incluso sin tener esto último en cuenta, y con que simplemente se comporten allí como se comportan aquí, es fácil entender ciertos ataques de ira. En España también nos quejamos de las comisiones de los bancos, de lo mal que funcionan las compañías eléctricas y de las tácticas que utilizan las compañías telefónicas; pero aquí no podemos recurrir a echarle la culpa a otro país; al otro lado del Atlántico sí que tienen ese recurso.
En definitiva, ignorancia, incertidumbre e ira. Y encima no acabo de entender las claves de la situación ¿se entiende por qué estoy preocupado?