jueves, 24 de diciembre de 2009

Nihilantropía

De vez en cuando, sólo de vez en cuando, tengo la sensación de leer algo extraordinario; es decir, original, auténtico, fluido y medido. En la literatura publicada alguna vez se encuentra ese raro fruto; no es oro todo lo que reluce, es claro; pero sí que hay auténticas obras de arte en lo que se edita en papel. Afortunadamente, no sólo de papel vive el lector, y la blogosfera ofrece también alguna que otra satisfacción. Tengo la suerte de haber encontrado varios blogs en los que periódicamente aparecen entradas sugerentes y de calidad.
Hoy me apetece comentar uno de esos blogs, Nihilantropía, uno de lo primeros blogs con los que me tropecé hace ya dos años. Me atrajo lo bien escrito que estaba; acostumbrado como está uno a enfangarse en la prosa balbuceante de la prensa y de algún que otro autor de best-sellers, disfrutar de textos redactados con sobriedad, claridad y rigor es un auténtico descanso para el espíritu.
Lo que se cuenta en Nihilantopía son cosas sencillas, experiencias cotidianas; narradas de tal forma que una vez iniciada la lectura ya no puedes abandonarla. Cuando comencé a seguir el blog su autor era estudiante Erasmus en Escocia. Ahora está de nuevo en España y trabaja como teleoperador, habiendo pasado un tiempo en el paro; y sus andanzas, relatadas con la melancolía y escepticismo justos son espejo negro de todo un mundo. Un mundo cuya profundidad, oculta en una aparente livianidad, estremece.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Revisitando la Transición

Últimamente se ha puesto de moda cuestionar la Transición. La idea es la de que la Transición estuvo tutelada por los militares y los restos del régimen franquista, lo que impidió que el pueblo español obtuviese la Constitución que verdaderamente quería, teniendo que conformarse con una en la que se había impuesto la Monarquía y en la que se hacía mención expresa a la Iglesia Católica. Este cuestionamiento va acompañado, con frecuencia, de la propuesta de un nuevo pacto constituyente, ahora que estas tutelas ya no limitarían la voluntad del pueblo.
Yo era muy pequeño en aquella época, tenía ocho años cuando murió Franco; pero guardo un recuerdo muy intenso de aquellos años. Lo primero que recuerdo es el miedo. Tras la muerte de Franco había un sentimiento generalizado de temor e inquietud; temor, ante todo, a una nueva guerra. El temor a la guerra era real, y era un temor que se percibía en todos los sectores; tanto entre aquellos que pretendían la transformación de España en una democracia como en aquellos otros a los que el régimen de Franco ya les iba bien. Ahora todo parece más lejano, y a mi en aquella época, en que era un niño también me lo parecía; pero ahora me doy cuenta de que para los adultos de entonces la Guerra estaba todavía relativamente cercana. En el año 1975 el fin de la Guerra Civil estaba a tan solo 36 años en el pasado. Si ahora estuviéramos en el año 75 el fin de la guerra se habría producido en el año 1973. En el año 1975 la mayoría de los soldados que habían combatido en la Guerra Civil aún no habían alcanzado la edad de jubilación. La Guerra estaba presente.
Fue este temor a la guerra y no la tutela de los restos del franquismo lo que condicionó la Transición. Ahora parece que se piensa que el pueblo español era mayoritariamente demócrata en el año 1975 y no pudo expresarse en la forma en que quería en la Constitución de 1978 como consecuencia de la presión de los miles de oficiales que formaban el ejército, las decenas de miles de policías que había en España, los centenares de grandes empresarios y los miles de curas que aún llevaban sotana; en su conjunto unos pocos cientos de miles de personas que condicionaron la voluntad de los millones de españoles. Eso no es cierto.
Lo cierto es que en el año 75, y en el 78, y aún más allá, había muchos millones de españoles que se consideraban franquistas; o que aún no considerándose franquistas, estaban próximos a posiciones conservadoras. Lo que en algún momento se llamó "gente de orden". Se trataba de una parte muy significativa de la población que no estaba tan convencida de las bondades de una República o de la independencia entre Iglesia y Estado como estaban los líderes de los partidos de izquierda o los cientos de miles de militantes del PCE o de CCOO. Ahora muchos se sorprenden de que seamos una Monarquía, pero ¿cómo íbamos a ser otra cosa si en el año 1978 la institución más apreciada por los españoles era la Monarquía y el Rey un referente para millones de personas que lo veían cada día en la única televisión de la que se disponía? Se plantean algunos el anacronismo de que en la Constitución de 1978 se haga una referencia expresa a la Iglesia Católica, pero ¿cómo no iba a haberla si en aquel momento la práctica totalidad de las parejas se casaban por la Iglesia, bautizaban a sus hijos, estos hacían la primera comunión, acudían a colegios religiosos y la mitad de los españoles iban a misa cada domingo?
Lo que quiero decir es que la Transición supuso un pacto real; o, mejor, un consenso, que alcanzó a casi todo el país. Lo que en la Constitución de 1978 se puede ver como anacronismos no son más que muestras de una realidad sociológica en la que el franquismo estaba aún muy presente. Repito, no fueron los cientos de miles de integrantes del ejército, la policía y la Iglesia los que condicionaron la Transición, sino los millones de personas que, de una forma u otra, consideraban que España no estaba para darle la vuelta como un calcetín, que se debía avanzar hacia la democracia; pero manteniendo vínculos con la tradición.
Y el resultado fue un pacto en el que, como digo, la mayoría se reconocía. Probablemente fue un momento único en la Historia de España. Durante unas décadas nos identificamos con una forma de ser y actuar. España había encontrado, finalmente, un punto de unión, de acuerdo. Lo que definía a España era la capacidad para, superando traumas fortísimos y divisiones muy profundas, trabajar juntos en un objetivo común: la modernización de España y su integración en Europa. Sin este horizonte común, la modernización del País a todos los niveles, probablemente no se hubiera conseguido aquel pacto histórico.
Creo que merece la pena recordar esto ahora que se habla tanto de nuevos pactos constituyentes. Un pacto constituyente no es un acuerdo entre las fuerzas mayoritarias, exige un amplísimo consenso político y social. Si lo que se pretende es sustituir el pacto constituyente de la transición el consenso debería ser, al menos, tan amplio como el que se consiguió en su momento. Y esto ya no es derecho, es política; pretender un pacto constituyente en el que, por ejemplo, no estuviera CiU o el PNV es jugar con fuego; mucho más, por supuesto, pretender hacerlo sin contar con el PP, que consigue en torno a diez millones de votos en cada convocatoria de elecciones generales. Nunca en mi vida he votado al PP; pero las cosas son como son. Se pueden aprobar leyes en contra del PP, se pueden aprobar estatutos de autonomía en contra del PP, se pueden adoptar decisiones en materia de política exterior en contra del PP; pero no se puede cambiar la Constitución (o el pacto constituyente) en contra del PP, pretenderlo es meternos en el charco que con tanta habilidad y sentido común evitaron los responsables de nuestra Transición.



sábado, 28 de noviembre de 2009

Ya no entiendo nada

Los argumentos que se están utilizando para orientar la futura sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña son cada vez más sorprendentes. Hace un par de días me ocupaba de aquél que mantiene que el TC debe tener en cuenta en su interpretación que el Estatuto fue aprobado por el pueblo catalán; como si tal aprobación pudiera añadir o quitar algo a la compatibilidad (o no) del Estatuto con la Constitución de 1978, único extremo del que se puede ocupar el TC.
Lo que más me sorprende es que los que están hablando estos días sobre la necesidad de que el TC respete el Estatuto no mantienen que éste sea compatible con la Constitución. De hecho, de algunas de las cosas que se dicen más bien se desprende que se reconoce que es incompatible; pero que existen razones políticas para que, pese a ello, el TC mantenga su constitucionalidad. Lo último que he leído en esta línea es el artículo de Francesc Vallès en El País del día 27 de noviembre. En este artículo se sostiene que el Estatut supone un nuevo pacto constitucional, y que esta circunstancia debe ser tenida en cuenta por el TC. Copio el fragmento que me interesa para que nadie piense que hago decir al autor lo que no dice:

"Significa [el Estatuto catalán y todos los Estatutos que se han reformado recientemente] la plasmación de una voluntad mayoritaria de reescribir las bases de nuestra arquitectura institucional. Es una voluntad cuasi-constituyente. Es un pacto originario de derecho. Un nuevo pacto constituyente que el TC no puede ni debe ignorar"

Ahora es cuando ya no entiendo nada. Hasta ahora había pensado que PSC (partido del que es diputado el Dr. Vallès) mantenía que el Estatut era constitucional, que no suponía -como sostiene el PP- una modificación encubierta de la Constitución. Y ahora, justamente cuando parece faltar poco para la sentencia y toda la sociedad se está movilizando, ahora nos enteramos de que nos has estado engañando, que en realidad el Estatuto sí que supone un nuevo pacto constitucional.
Y, claro, si el Estatuto es un nuevo pacto constituyente es claro que es inconstitucional. La Constitución prevé su modificación, nada impide que se cambie y, de hecho ya ha sido modificada, al menos en una ocasión (seguro que los constitucionalistas como el Dr. Vallès lo saben con más precisión que yo). Ahora bien, para proceder a la reforma de la Constitución hay que utilizar el procedimiento previsto en la misma. De acuerdo con dicho procedimiento todo es posible; desde convertir España en República hasta la sustitución del actual régimen parlamentario por un sistema presidencialista o una teocracia. La Constitución no impone ningún límite material a su reforma; pero sí establece unos determinados cauces para proceder a la misma. Y, desde luego, el Estatuto de autonomía de Cataluña no ha sido tramitado como una reforma constitucional por lo que, si el Dr. Vallès está en lo cierto y es un nuevo pacto constituyente es claro que debería ser declarado inconstitucional. Es tan obvio que causa casi reparo hacerlo explícito.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que no sea posible un cambio de la Constitución que no se ajuste a los mecanismos previstos en la misma. Tal cosa es posible, desde luego; pero en ese caso nos encontraríamos ante un cambio no ajustado a la legalidad vigente. De hecho se habría sustituido el sistema vigente por uno nuevo, utilizando para ello no los mecanismos que rigen actualmente nuestra convivencia, sino la vía fáctica. Técnicamente nos encontraríamos ante una revolución, tal como adelantaba hace dos días. Mantener que el Estatuto supone un nuevo pacto constituyente y, a la vez, pedir que el TC no lo declare inconstitucional es tanto como pedir al Tribunal Constitucional que se una a la revolución, que sea cómplice de la misma (o partícipe, según se mire). Hace tan sólo unos meses la defensa del Estatuto se basaba en su constitucionalidad, hoy el planteamiento de que el Estatut ha de estar por encima de la (todavía) vigente Constitución porque de otra forma... de otra forma ¿qué pasaría?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Una mica de seny


En estos días en que parece inminente la resolución del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Cataluña parece que todo el mundo se está volviendo loco. Lo último, lo de hoy, es la editorial conjunta de doce diarios editados en Cataluña en la que se "aconseja" al Constitucional cómo tiene que resolver el recurso planteado contra el Estatut.
La verdad es que yo no tengo opinión formada sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad del Estatut. Tengo que reconocer que no he dispuesto de tiempo para estudiar la cuestión. Porque se trata de una cuestión de estudio. Quiero decir, que para poder opinar con fundamento sobre este tema hay que tener un razonable conocimiento de Derecho constitucional y haberse leído con atención (a ser posible con lápiz y papel al lado para tomar notas) el largo y enrevesado Estatut de marras. De otra forma decir algo sobre el encaje constitucional del Estatut es, simplemente, una ligereza o una frivolidad.
Aquí no me voy a ocupar, por tanto, de la adecuación no del Estatut a la Constitución, sino de uno de los argumentos que más se emplean para defenderlo frente a la futura y aún no conocida sentencia del Tribunal Constitucional. El argumento que plantea que lo que ya ha sido votado por el pueblo de Cataluña no puede ser revisado por el Tribunal Constitucional. El argumento de que frente al pueblo han de ceder los tribunales y el propio derecho. Este planteamiento no solamente es equivocado -en mi opinión- sino, además, peligroso, tal como expondré a continuación.
Esta pretendida preferencia de la voluntad popular sobre las normas establecidas esconde una falacia, evidente y escandalosa: el pueblo existe, cuando, en realidad, no existe. Existen individuos; pero el pueblo carece de existencia real, la frecuente llamada que en los textos constitucionales o pseudoconstitucionales se hace al pueblo, fundamentalmente como depositario de la soberanía, no es más que una ficción, una forma de legitimación del poder político. Además, ese pueblo, que se pretende anterior al derecho, viene definido, en realidad, por el propio derecho, por normas jurídicas. Así, por ejemplo, son normas jurídicas las que nos dicen que el pueblo está compuesto por los nacionales (y no por los extranjeros) y son también normas jurídicas las que nos dicen que cuando el pueblo "se expresa" (en elecciones o referendums) solamente pueden pronunciarse quienes tienen más de dieciocho años (u otra edad que se fije) y no estén incapacitados. Es decir, las normas son anteriores al pueblo, y cuando se afirma lo contrario se trata solamente de una ficción que pretende, básicamente, legitimar el sistema político imperante. Todo esto no son ocurrencias mías, son cosas que cualquiera que inicia los estudios de derecho sabe (o debería saber) antes, incluso, de acabar el primer curso de carrera.
Pretender, por tanto, que el derecho ceda ante el pueblo es absurdo, una pura contradicción. Son las normas jurídicas las que configuran las reglas del juego en las que se incardina la participación de los electores (no del pueblo, que, como digo, no existe) en la elaboración de las leyes y en la regulación del poder público. Es por esto que esta pretendida preferencia del pueblo sobre el derecho es absurda y, ademas, peligrosa. Generalmente han sido las peores dictaduras las que han recurrido a esta llamada al pueblo para, de esta forma, derrumbar los límites legales a su poder. Podrían ponerse muchos ejemplos, pero el de la Alemania de Hitler creo que es suficientemente significativo; porque, además, demuestra que no basta con que existan elecciones para que podamos afirmar que nos encontramos ante una auténtica democracia (en el sentido en el que la entendemos en Europa). Franco llamó a las urnas unas cuantas veces durante su dictadura con resultados abrumadoramente favorables a sus propuestas; y esto no convirtió su tiranía en una democracia; y es bueno recordar que Hitler llegó al poder tras unas elecciones que ganó. Es cierto también, que la Declaración de Independencia de Estados Unidos comienza haciendo una llamada al pueblo; pero es que en el caso de la Declaración de Independencia nos encontrábamos ante una revolución, y de esa posibilidad me ocuparé al final de esta entrada.
Así pues, y volviendo a nuestro tema, entiendo que el hecho de que el Estatut haya sido aprobado por los electores catalanes no impide en absoluto que puedan ser declarados inconstitucionales unos cuantos, muchos o todos sus artículos. Es el contraste con la Constitución el que debe tenerse en cuenta y para ello el que haya sido aprobado en referendum o no es irrelevante.
En mi opinión, por tanto, deberíamos aguardar a ver qué decide el Tribunal Constitucional, confiando en que obre guiado por criterios jurídicos, de acuerdo con la función que la propia Constitución le atribuye. Ahora bien, si diéramos un paso más y nos preguntáramos: ¿podemos esperar que el Tribunal Constitucional actúe correctamente y dicte una sentencia basada en criterios técnicos e independiente de las presiones a las que se ve sometido? mi respuesta sería que no, que no es probable que pase eso. Los movimientos de los últimos meses parecen indicar que las consideraciones sobre las consecuencias políticas de la sentencia están pesando más en los Magistrados que las razones puramente técnicas. Todo esto (y más) me lleva a pensar que, probablemente, la sentencia que salga será "mala" desde una perspectiva técnica.
El que la sentencia sea "mala", o que -como se está apuntando- haya sido dictada por un Tribunal mermado en sus efectivos y con varios miembros que han agotado ya su período ordinario de servicio, ¿supone que se legitimaría una "desobediencia" a la misma, una falta de acatamiento a lo dictado por el Tribunal? En absoluto.
Así pues, aventuro que la sentencia será mala; una componenda, vaya (ojalá me equivoque); pero, a la vez, mantengo, que ni la calidad de la sentencia ni las particulares circunstancias de los magistrados que la dictan legitiman una contestación a la misma o su desobediencia. Y la razón para ello es que las sentencias no se obedecen o cumplen porque sean justas o buenas, sino porque así lo establecen las normas jurídicas (de nuevo el derecho, qué le vamos a hacer). Si son buenas sentencias, mejor; pero eso no es imprescindible para que resulten obligatorias.
Y es que los tribunales no son más que un mecanismo de resolución de conflictos dentro de una sociedad. Jueces (o equivalentes) han existido, probablemente, en todas o casi todas las sociedades; siendo individuos a los que, de una forma u otra, se les concede el poder de resolver de forma definitiva los conflictos. Para legitimar su actuación desde antiguo se pretendió que quienes ejercían esa función judicial eran más justos, más buenos o más sabios que los demás y que, por tanto, sus decisiones también serían más buenas, más justas o más sabias. Pero todo esto no es más que un mecanismo de legitimación, no tiene por qué ser real. Cuando me encuentro con alguien que se escandaliza cuando le digo que tal o cual sentencia es un horror y que es completamente absurda me produce la misma impresión que un adulto que se enfadara porque le explico que los Reyes Magos no existen. Una sociedad madura debe saber que los jueces no tienen la última palabra porque tengan razón; sino que tienen razón porque tienen la última palabra.
Así pues, lo que digan los Magistrados del Tribunal Constitucional sobre el Estatut bien dicho estará, aunque sea -como resulta probable que pase finalmente- un engendro jurídico. A partir de aquí se podrá analizar y criticar todo lo que se quiera la sentencia; pero en nada ha de afectar tal análisis o crítica al acatamiento de la decisión. Todas las sentencias deben ser acatadas, por injustas que sean.
Se me podrá decir que por qué razón hemos de acatar las sentencias por injustas o malas que sean, o por qué tenemos que cumplir las leyes con las que no estamos de acuerdo; la razón para ello es que tanto las leyes como las sentencias nos garantizan la paz social. Si cuestionamos el acatamiento de las decisiones del Tribunal Constitucional, si mantenemos que las leyes que hayan sido aprobadas por "el pueblo" no pueden ser anuladas por los tribunales, si sostenemos -como escuché ayer en un debate en televisión- que las normas jurídicas son un estorbo, estamos poniendo las bases para un cambio del sistema político en el que vivimos, un cambio no ajustado a los mecanismos previstos en el propio sistema (como también escuché ayer en televisión) y por tanto un cambio revolucionario.
Y esto es lo que realmente me preocupa. Lo que están diciendo la mayoría de los políticos estos días (incluido el propio presidente Montilla), lo que está apoyando una parte significativa de la sociedad civil (incluidos los periódicos que han publicado el editorial conjunto de hoy) es, simple y llanamente, una llamada a la revolución.
Quizá sea porque ya tengo más de cuarenta años y familia, quizá se me haya pasado ya la época de los ideales; pero el caso es que las revoluciones me asustan. Es cierto que hay revoluciones pacíficas; pero cuando inicias una nada te garantiza que será, precisamente, de las pacíficas. Cuando una revolución se inicia no se sabe cómo va a acabar. Nadie hace nada pensando que la consecuencia de sus actuaciones va a ser dañina o perjudicial, seguramente todo el mundo actúa pensando que aquello que conseguirá será mejor que lo que ahora tenemos. Quizá; pero démonos cuenta de a qué estamos jugando. Quien arriesga su vida por una buena causa y la pierde puede que sea un héroe; pero quien se la juega sin saber lo que hace, pensando que no va a pasar nada es un tonto; y a mi me da la impresión de que la sociedad española actual se está comportando como tal. Quizás volvamos a demostrar al mundo que somos el pueblo más tonto que habita Europa, capaces de tirarlo todo por la borda justo en el momento en el que parecía que, por fin, volvíamos a tener una oportunidad en la Historia.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Poder fáctico, poder político

El estupendo blog "europe@s" es fuente constante de ideas y debates en torno a la Unión Europea. En su último post (por el momento) "Un presidente (democrático) para Europa" se han planteado algunos temas de discusión que me parecen realmente interesantes. Como el comentario que tendría que escribir al respecto sería demasiado largo, me aprovecho de dicho debate para escribir este post.
Son muchos los temas que han ido saliendo entre el post y los comentarios al hilo de la designación del próximo Presidente del Consejo Europeo. En este post me referiré tan sólo a uno de ellos: la localización del obstáculo a la elección directa de un Presidente Europeo. Mi planteamiento es el de que son las élites políticas de los Estados las que recelan de una elección directa; fundamentalmente por la pérdida de poder que supondría para los Estados y por las incógnitas que plantea la creación de un espacio político realmente europeo.
Frente a esta opinión, Emilio sostiene que no son los políticos, sino los poderes fácticos que operan a la sombra los que se opone a tal elección directa. Tales poderes fácticos estarían contentos con una Europa más débil políticamente que les permitiría "ir colando" normativas tendentes a favorecer la libre circulación de capitales y mercancías.
La incidencia de los poderes fácticos en los políticos es un viejo tema; Emilio plantea que la situación es diferente ahora y en el siglo XIX. Mientras en el siglo XIX el poder político controlaba a los poderes fácticos ahora sería a la inversa, debiendo buscar, por tanto, en tales poderes las auténticas razones que explicaran el actual déficit democrático en la elección del Presidente del Consejo Europeo.
A mi me parece que esta dialéctica "poderes fácticos/poderes políticos" puede ser útil; pero, en cualquier caso, es excesivamente esquemática. Poderes fácticos hay muchos; están las empresas, aisladamente o agrupadas de varias formas, están las asociaciones de consumidores, los medios de comunicación, las administraciones... dependiendo del ámbito en el que nos encontremos identificaremos mil y una formas en las que quienes no tienen el poder formal de decidir inciden en quienes sí tienen ese poder. Los ejemplos son muy antiguos. En la Inglaterra del siglo XVIII los fabricantes de productos textiles consiguieron imponer un fuerte arancel a los tejidos que provenían de la India con el fin de preservar su industria; y luego decidieron, directamente, ocupar la India y desmantelar su industria. Aquí el poder político obró como longa manu de claros intereses económicos, los de los fabricantes ingleses de productos textiles.
En el seno de la Unión Europea la influencia de los grupos de interés está ampliamente contrastada y estudiada. Es muy conocido que cuando el Reino Unido se incorporó a la Comunidad Europea presionó para que en la normativa sobre competencia judicial se reconociera la posibilidad de que en los contratos de grandes seguros se permitiera la elección de tribunal, cosa que hasta entonces no estaba permitida. Las grandes aseguradoras marítimas británicas (Lloyds) estaban detrás de esta medida. De igual forma, más recientemente, los grupos mediáticos han presionado (y conseguido) que los daños derivados de la difamación en medios de comunicación haya sido excluida de la regulación comunitaria en materia de responsabilidad extracontractual.
Los ejemplos pueden ser tantos como los que se quiera y no muestran más que algo evidente: que todo el que tiene capacidad de influencia (mayor o menor) intenta utilizarla frente a quien hace las leyes. Es así y ni siquiera lo valoro negativamente, es algo que forma parte de la dinámica de toda sociedad. Otra cosa es cómo se pretenda conseguir esa influencia. Una cosa es intentar convencer a quien tiene el poder de las ventajas o inconvenientes de determinada política y otra es sobornar o coaccionar a quienes tienen la responsabilidad política. Lo primero es saludable y lo segundo delictivo.
Ahora bien, lo que no tengo claro es que estos poderes fácticos estén impidiendo la profundización en la construcción Europea. En primer lugar no sé si les interesa (en el caso de que se pudiera hablar de ellos como una unidad, cosa altamente improbable porque ¿qué tiene que ver un gran banco con General Motors, Microsoft, Boeing o Telefónica?). Emilio apunta que lo que no se puede colar a nivel estatal puede conseguirse por medio de una directiva; pero esto depende mucho del ámbito y del país. En España, por ejemplo, la regulación que tenemos de la actividad económica (control sobre la economía) es, en gran parte, de origen comunitario. Nuestro derecho sobre libre competencia y sobre competencia desleal, la protección al consumidor y a los agentes comerciales no existirían sin el Derecho comunitario. En este sentido, aquí ha pasado a la inversa. La libertad que tenían los empresarios de acuerdo con el Derecho español se ha convertido en control por obra del Derecho comunitario.
El esquema de regulación comunitario es complejo. No se basa en la simple liberalización de la circulación y servicios, sino que esta liberalización se ve equilibrada con una regulación bastante profunda de la actividad económica con el fin de garantizar la eficacia del mercado y la protección de los consumidores, entre otros aspectos. Este esquema no creo que responda a ninguna maniobra oculta por parte de los poderes fácticos (¿cuáles?) sino que es fruto de diversos factores: el pensamiento dominante en la Europa de mediados del siglo XX y la evolución de éste desde entonces, las influencias de agentes económicos y sociales y presiones específicas de determinados gobiernos. A veces los intereses son muy concretos, a veces más generales; pero, en cualquier caso, no permiten identificar una voluntad alternativa que maquine en una u otra dirección.
Por otra parte, aunque realmente esos poderes fácticos no concretados tuvieran interés en no favorecer la elección directa del Presidente del Consejo Europeo ¿tendrían capacidad para convertir sus deseos en realidad? Tendrían que ser poderes fácticos muy poderosos, de una importancia mayor que Microsof o Boeing, ya que estas empresas se las tienen tiesas con la Comunidad Europea, en concreto con el Servicio de Defensa de la Competencia. Si estas empresas no tienen capacidad para "doblar el brazo" a la Comisión Europea en cuestiones que son fundamentales para ellas ¿van a poder afectar de una manera tan decisiva a cuestiones políticas más generales? Y si no estamos hablando de las mayores empresas del Mundo ¿de quién hablamos cuando nos referimos a poderes fácticos?
No creo que exista un gobierno mundial en la sombra, y menos que ese gobierno conspire para que Europa se mantenga en la situación en la que se encuentra ahora, sin avanzar ni retroceder significativamente. Creo que la sociedad es compleja, que intervienen muchos factores en cada toma de decisión y que cada cambio es fruto de una pluralidad de circunstancias; y creo que, en concreto, el status quo de la Comunidad Europea es responsabilidad de unas élites políticas que se sienten cómodas en la situación actual, temen perder poder con un cambio y no tienen claro cuáles serían las consecuencias de crear un espacio político europeo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

España y el Muro

Me ha llamado la atención lo que ha dicho Helmut Kohl estos días en que se conmemoraba la caída del Muro de Berlín. Quien era canciller de la República Federal de Alemania cuando cayó el Muro (entonces había que distinguir entre la República Federal de Alemania, RFA, y la República Democrática de Alemania, RDA; o, como se veía en los chándals de sus deportistas, DDR) ha reconocido que el único que estuvo entonces incondicionalmente con Alemania fue Felipe González. A los más jóvenes les puede causar cierta sorpresa esta manifestación o, simplemente, parecerles que se trata de una batallita del abuelo; pero no quiero dejar pasar la ocasión de destacarlo.

Ahora todo parece natural y sencillo; pero en 1989 existían muchísimas dudas sobre la unificación de Alemania; lo "normal" hubiera sido mantener los dos Estados separados. La RFA era un país rico, muy rico; pero planteaba dudas que pudiera asumir los costes que suponía la reunificación; por otra parte, Francia, el Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos no estaban del todo convencidos de que la reunificación fuera conveniente. De hecho, en 1989 la RFA aún mantenía, en ciertos aspectos, su condición de país ocupado. No fue más que tras la reunificación cuando se puso fin formalmente a la ocupación de Alemania por parte de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial; y para ello Alemania tuvo que garantizar formalmente que no pretendería modificar su frontera con Polonia.
Todo esto puede sonar muy antiguo; pero fue muy real y con una gran influencia en el mundo en el que vivimos actualmente. Repito que ahora todo parece muy natural; pero en 1989 podría haber sucedido que la RDA no se hubiera integrado en la RFA y, a partir de ahí, probablemente la apertura al Este de la Unión Europea no hubiera sido lo que fue.
Y nada sería como fue si no hubiera sido por Helmut Kohl, quien apostó decididamente por hacer algo histórico en lugar de, simplemente, acompañar a los acontecimientos. Y Helmut Kohl se enfrentó a ese paso histórico sin contar más que con un apoyo firme en la Unión Europea (entonces todavía Comunidad Económica Europea), el de Felipe González. Me imagino que en momentos así se agradece la comprensión y solidaridad, y el hecho de que 20 años después Kohl lo haya reconocido dice mucho de lo importante que fue para él aquel apoyo.
Eran otros tiempos, sin duda. A veces me vienen a la cabeza las imágenes de González, Mitterand, Kohl, Delors y Tatcher caminando juntos en alguna reunión de la Comunidad Europea y tengo la sensación de que entonces existía un cierto sentido de lo que era la política a largo plazo. ¿Sería posible hoy la unidad de Alemania? lo dudo.
Quizá fuera bueno recuperar algún político de aquella época para esta Europa que se empezará a construir tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Felipe González aún está ahí, activo; y podría ser, seguramente, un excelente Presidente del Consejo Europeo; para mi gusto mucho mejor que Tony Blair.

lunes, 12 de octubre de 2009

Ser ministro hoy

Me ha dejado un tanto preocupado la entrevista a Mercedes Cabrera (ex-ministra de Educación) que se publica en La Vanguardia de hoy, 12 de octubre. En dicha entrevista se le pregunta a la Sra. Cabrera si los alumnos son más indisciplinados ahora que hace años, a lo que contesta que de eso se quejan los profesores, pero que éstos deberían hacer un esfuerzo por contactar con unos alumnos que se aburren. Y añade que si un médico del siglo XIX entrara en un hospital del siglo XXI no reconocería nada; pero que si un profesor del mismo siglo entrara hoy en un aula encontraría que es todo igual.
Creo que no se puede decir más con menos palabras. Y el caso es que no puedo estar en más desacuerdo. Es cierto que mi experiencia con la educación es más bien limitada, pues se reduce a mi contacto personal con las aulas; primero en una escuela "unitaria"; esto es, una escuela rural en la que convivíamos en la misma aula niños de entre cuatro y catorce años (1971-1977); luego en un "macrocolegio" de más de mil alumnos (1977-1981); posteriormente en un instituto (1981-1985) y, finalmente, en la masificada Universidad de los años 80 (1985-1990). A ello habría que añadir mi propia experiencia como docente universitario (desde 1990 hasta la actualidad) y el contacto que desde hace unos años vuelvo a tener con la escuela a través de mi hija y de mis sobrinos.
Y a partir de mi experiencia me sorprende la afirmación de la Sra. Cabrera, pues cuando entré hace unos años en la clase de mi hija en P3 me quedé tremendamente sorprendido, precisamente porque era muy diferente de las aulas que yo recordaba de hace treinta y tantos años (no estoy hablando del siglo XIX). Como muestra acompaño unas fotos del colegio de mi hija, no vaya a ser que fuera yo el obnubilado y esté en lo cierto Mercedes Cabrera:


Afirma también en la entrevista que los profesores deberían hacer un esfuerzo para conectar con unos alumnos que se aburren. Bueno, si fuera cierto que se aburren resultaría que sí que encontraríamos un claro punto de acuerdo con la Sra. Cabrera en lo que se refiere a que no ha cambiado nada en el sistema educativo desde hace más de cien años, porque, precisamente, el que los niños se aburran en la escuela es lo normal. El tradicional aburrimiento de las clases es un tópico que podría remontarse a la Grecia clásica e, incluso, antes. La escuela es un lugar donde se supone que se va a aprender, a trabajar, a esforzarse, y muchas de las cosas que se tienen que aprender no muestran su utilidad hasta muchos años después de concluir los estudios, por lo que el aburrimiento es, en cierta forma, consustancial a la enseñanza.
Pero el caso es que aquí tampoco acierta la Sra. Cabrera, porque lo que yo compruebo asombrado un día sí y otro también es ¡que los niños se lo pasan bien en clase! ¡Se divierten! Mi propia hija estaba casi desesperada a finales de agosto, con ganas de que empezara el colegio. Yo entiendo que tanta diversión no es buena, pero, en fin, eso sería tema de otro post, aquí me basta con destacar que no coincido, a partir de mi experiencia, con el análisis que hace la Sra. Cabrera.
Esta falta de adecuación entre lo que yo sé de la escuela y lo que leo en la entrevista es lo que me preocupa, porque, una de dos, o la Sra. Cabrera o yo no tenemos ni idea de cómo son las clases actualmente. Y, claro, teniendo en cuenta que ella fue Ministra del ramo...
Para acabar, me pregunto si son tan diferentes los hospitales del XIX y los actuales. Un quirófano es siempre un quirófano y el bisturí es un bisturí ahora y hace cien años. El material de los puntos de sutura varía, los monitores cambian y las técnicas mejoran; pero si un médico del XIX aterrizara de repente en un quirófano actual donde se está extirpando un apéndice podría, seguramente, concluir la operación si el cirujano que está operando se desmaya por la impresión que le produce la aparición del fantasma de su colega. Si un maestro del XIX cayera en una clase actual ¿podría siquiera hacer callar a los alumnos?

sábado, 3 de octubre de 2009

¿Madrid 2020?

He visto y oído la reflexión del director de ABC sobre el resultado de Copenhague, y me ha preocupado un tanto. Comenzaré por el final, concluye diciendo que él se presentaría en el 2020 y seguiría presentándose hasta que de una "puñetera" vez Alberto de Mónaco y sus amigos concediesen las Olimpiadas a Madrid. Esta apreciación es muestra de un cierto alejamiento de la realidad; parece que Madrid tuviera un derecho adquirido a la organización de los Juegos y que estos nos tendrán que ser "reconocidos" más tarde o más temprano. Desconoce esta interpretación la entidad de las ciudades que compiten por los Juegos y, con frecuencia, pierden. En Copenhague Madrid competía con Chicago, con Tokio y con Río de Janeiro ¡casi nada! ciudades todas ellas de gran peso internacional y relevancia. París fue rival de Barcelona en 1992, y es bueno recordar que París lo ha intentado varias veces y no consigue organizar unos Juegos ¡desde 1924! Con esto quiero decir que la pretensión de que Madrid, inevitablemente, ha de organizar unas Olimpiadas de verano muestra una cierta confusión entre deseo y realidad.
En segundo lugar, me parece desafortunada la referencia a "Alberto de Mónaco y sus amigos". El COI es quien adjudica los Juegos y si se quiere obtener la organización de unos se han de acatar las reglas que ponen estos señores. Nadie te obliga a participar; pero es un poco absurdo pretender jugar a obtener unos Olimpiadas y luego quejarse de cómo se conceden éstas. Podría pensarse que es muestra de una cierta chulería que no creo que nos venga bien.
El director de ABC valora positivamente el papel de la candidatura de Madrid en Copenhague; y esto también es preocupante. Es cierto que Madrid llegó a la final; pero también es cierto que desde la segunda ronda estaba condenada a perder. Madrid ganó en la primera ronda, lo que muestra que se habían trabajado bien las "adhesiones inquebrantables"; pero la elección no se juega a una sola vuela, sino que es una carrera de eliminación, y por tanto las segundas oportunidades, los rebotes ofensivos, si hablamos en términos de baloncesto, son fundamentales; y ahí Madrid ha estado fatal. De los dieciocho votos de Chicago solamente recogió uno en la segunda vuelta, y de los veinte de Tokio solamente supo traer a su bando a tres en la final. Es decir, la candidatura de Madrid se esforzó en encontrar miembros del COI que pensaban que su candidatura era la mejor, pero no se dedico el mismo esfuerzo a localizar a quienes podían pensar que Madrid era la segunda o tercera mejor opción. Quizá no sea casualidad esta estrategia y tenga alguna relación con la sensación de inevitabilidad en la concesión que parece planear sobre algunos.
En cuarto lugar, no estoy seguro de que sea bueno perpetuarse como ciudad candidata a los Juegos. Usualmente las ciudades compiten y si no consiguen la organización se olvidan del tema durante un tiempo. Tener permanente empeñada la ciudad en la candidatura olímpica puede hacer perder otras oportunidades, otras formas de desarrollo. Se ha intentado en dos ocasiones, seguramente esto ha favorecido a Madrid, pues se han construido instalaciones, ha tenido presencia internacional y conseguido contactos en distintos foros. Ahora quizás sería el momento de dirigirse hacia otros objetivos, sin obsesionarse con los Juegos Olímpicos.
A veces da la impresión de que la concesión de los Juegos Olímpicos de 1992 a Barcelona han hecho pensar a algunos que tan sólo es cuestión de tiempo que los Juegos lleguen también a Madrid. Esto, evidentemente, es un error, porque nada tienen que ver las dos candidaturas.
La candidatura de Barcelona se enmarcaba en la celebración de todo un país, la disculpa fue el Quinto Centenario, y por eso tenía que ser, precisamente, en 1992; pero, evidentemente, lo que se celebraba era otra cosa, era la consolidación de la democracia, la modernización de España, la incorporación a la Unión Europea (entonces todavía Comunidad Económica Europea); y ahí los Juegos Olímpicos, junto con la Expo de Sevilla y un sinfín de cosas más era una puesta de largo de toda la sociedad española. Había un proyecto percibido auténticamente como común. En ese sentido los Juegos de Barcelona se emparentan con los de Pekín o, ahora, los de Río: Olimpiadas que quiere organizar un país para mostrar al Mundo que han cambiado y mejorado.
La candidatura de Madrid no tiene nada que ver con esto. No hay nada especial que celebrar y tampoco es un momento propicio para los proyectos e impulsos comunes. España se ha vuelto mucho más local y es difícil encontrar desafíos que impliquen con rotundidad a todo el país. Los Juegos no se enmarcan en una celebración más amplia. ¿Quiere decir esto que son imposibles? Ni mucho menos, de hecho creo que el espíritu olímpico encaja más con aquellos casos en los que una ciudad (los Juegos los organiza una ciudad, no un país) decide solicitarlos simplemente porque le apetece, le agrada la idea de prepararse para la competencia y, en caso de ganar, organizar un acontecimiento como son unos Juegos Olímpicos. Ahí encajan candidaturas como la de Chicago y Juegos como los de Sydney, Atlanta o Montreal. Madrid es una ciudad lo suficientemente importante como para aspirar a la organización de unos Juegos, igual que, probablemente, otras cincuenta o cien ciudades en el Mundo. Si quiere jugar a los Juegos, hágalo; pero siendo consciente de que, por ahora, no se dan las especiales circunstancias que concurrieron en la candidatura de Barcelona.

jueves, 1 de octubre de 2009

Pequeños detalles

Acabo de volver de la reunión de inicio de curso de los padres con las maestras de primero de Educación Infantil. Ha sido una reunión muy provechosa. Me ha servido para contrastar, a través de algunos pequeños detalles algunas de las hipótesis que adelantaba en mi entrada España sí se rompe. Allí planteaba que una clave ineludible para entender no pocos aspectos de la política y de la sociedad en España era la utilización de la intelectualidad y la educación para la construcción o el reforzamiento de identidades nacionales en torno a los aparatos de poder que han surgido como consecuencia de la descentralización que ha supuesto el Estado de las Autonomías. En esta construcción la política lingüística juega un papel esencial. No es algo nuevo, el idioma fue un elemento importante en la construcción de las naciones europeas en los siglos XVIII y XIX y su eficacia como elemento aglutinador no creo que precise ser demostrada. En la actualidad el idioma propio de cada Comunidad Autónoma es un instrumento que contribuye a profundizar en su construcción nacional; y aquí el papel de la escuela es, evidentemente, fundamental. Solamente si tenemos esto en cuenta se explica, por ejemplo, la feroz oposición que suscitó en algunos sectores de la sociedad y la política catalanas el intento de establecer una tercera hora de lengua castellana en las escuelas. En aquel momento un amigo me comentaba, no sin cierta ingenuidad, que no entendía tal oposición cuando era evidente que debería mejorarse el nivel de castellano (y de catalán) de nuestros alumnos. Yo le dije que era claro que en todo este debate la formación de los niños era secundaria, que lo fundamental era el papel de la lengua como elemento de identificación nacional, y que en este plano cada hora de castellano era un problema y que, por tanto, mucho mejor dos horas de castellano a la semana que tres.
Pero me estoy desviando del tema, que no es otro que la visita de esta tarde al aula en la que estudia mi hija. Allí pude ver cómo en las paredes estaban colgados unos carteles con los nombres de los meses. En grande estaba el nombre del mes en catalán y en pequeñito el nombre del mismo mes es castellano. La relación que se establece inmediatamente es la de que hay un idioma más importante que el otro; curiosa forma de fomentar la diglosia. A esto hay que añadir que se nos explicó que en castellano se trabajaría únicamente la oralidad, no la escritura del idioma. Me parece una opción que favorece igualmente la diglosia, pues el catalán se presenta como una lengua no solamente oral, sino también escrita; mientras que el castellano es percibido únicamente como una lengua hablada, lo que no deja de traslucir una menor enjundia y profundidad del idioma. No desconozco que existen métodos de enseñanza de las lenguas que se basan, precisamente, en comenzar el aprendizaje por el lenguaje oral para, posteriormente, pasar al escrito. Ahí tenemos las estupendas páginas que nos dejó Elias Canetti en su autobiografía sobre su iniciación en el alemán. Sucede, sin embargo, que esto no es trasladable al colegio de mi hija, donde no pocos sino la mayoría de los alumnos tienen por lengua materna el castellano. Es decir, ya hablan el castellano (incluso mejor que el catalán en no pocos casos) por lo que este refuerzo de la oralidad más bien parece una limitación al desarrollo de las potencialidades de los alumnos en una lengua que ya conocen bien todos y que para muchos de ellos es, además, su lengua materna.
En definitiva, mi visita de hoy al colegio me ha confirmado que en Cataluña interesa más utilizar la escuela como elemento de construcción nacional a través del idioma que la efectiva formación de los alumnos en las dos lenguas oficiales en el País.

domingo, 27 de septiembre de 2009

La luz en la delgada línea roja

La delgada línea roja es una película que me fascina por muchas razones, y entre ellas su música. Aquí traigo uno de los temas con los que, ahora mismo, me estaba emocionando.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Lo de Piquet

Acabo de leer la noticia de que Piquet ha declarado a un periódico que se accidentó a posta en el Gran Premio de Singapur del año pasado con el fin de facilitar la victoria de Alonso. Declara también que la propuesta de provocar el accidente justamente después de la parada de Alonso le fue hecha por Pat Symonds y Flavio Briatore.
Hasta hoy no me he acabado de creer que fuera el propio Nelson Piquet el que hubiera denunciado a la FIA esta maniobra, y no me lo creía porque, tal como lo veo yo, es tanto como suicidarse deportiva y económicamente. Veámoslo.

Piquet hace hincapié en que la propuesta partió de Briatore y Symonds; pero, tla como apuntó hace días Bernie Ecclestone, es como si Piquet asalta un banco y cuando lo detienen dice: "Eh, que fue Bernie quien me lo pidió". El hecho de que alguien te pida cometer un delito no implica que tu responsabilidad se vea disminuida en caso de que finalmente lo cometas. Con las declaraciones que acabo de leer de Piquet es meridiano que él provocó el accidente a sabiendas; dolosamente, en términos jurídicos; y esto no cambia por el hecho de que se lo pidieran, ordenaran o sugirieran sus jefes. Se trata de una gravísima actuación antideportiva de Piquet que debería suponer su sanción de por vida. No creo que haya nada peor que provocar voluntariamente un accidente, con el grave riesgo que supone para el piloto, el resto de pilotos, los comisarios y los espectadores. ¿Qué hubiera pasado si a consecuencia del accidente se hubiera producido un choque entre otros coches?

Se podrá probar o no la implicación de Briatore y Symonds en el asunto; pero la de Piquet ya está clara y demostrada, y debería tener una sanción por ello.
Pero es que, además, esta actuación voluntaria (dolosa) de Piquet supone perjuicios para terceros; en este caso los pilotos y equipos que vieron su carrera alterada por el incidente. Hay daños materiales (el dinero perdido por los puntos no conseguidos) y morales cuya indemnización podría ser exigida personalmente a Piquet. Ferrari, McLaren, Hamilton, Massa; todos ellos fueron claramente perjudicados por el accidente y no veo inconveniente en que presenten una demanda por responsabilidad civil contra Nelson Piquet; la cuantía de la demanda, teniendo en cuenta lo que se juega en la Formula 1, podría ser de varios millones de euros.

Es por esto que hasta ahora no me acababa de creer que Piquet se hubiera puesto la soga al cuello de esta manera; pero parece ser, por las informaciones que ahora tenemos que así es ¿quién le aconseja?

jueves, 10 de septiembre de 2009

Un artículo de Rafael Argullol


Casi siempre lo que escribe Rafael Argullol no solamente me convence, sino que me entusiasma y me deja admirado de su lucidez, tanto en el análisis como en la exposición. Traigo aquí un artículo que publicó el pasado día 7 de septiembre en el país y que comparto al noventa por cien, y, desde luego, en todos los puntos esenciales, y cuya lectura debo agradecer al blog Dura Lex, que ha tenido la feliz idea de recuperarlo para aquellos a los que se nos había pasado.


viernes, 21 de agosto de 2009

Poeta con bigote

Un poeta en un claustro universitario
¡qué extraño!
Todos se fijan un momento en un hombre
con bigote.
Y el poeta piensa que pensarán
que tiene respuestas
y se ríe porque sabe
que tan solo es
perito en aire,
doctor en nada
o lo que es lo mismo:
sabio de verdad.

Estas palabras surgieron como comentario en la blog "ámbar y spunk"; a la entrada titulada "¿Qué sabe el poema? (Juan Gelman)".

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tubinga

Me gustaría viajar a Tubinga,
vivir en una casa de dos pisos,
contemplar cómo crecen los narcisos
y cómo cae la nieve en Tubinga.
Me gustaría enseñar en Tubinga
los conceptos jurídicos precisos
y redactar los libros más incisos
que se hayan escrito "en Tubinga".
Me gustaría sentirme seguro
en la tranquilidad de aquel hogar,
libre del mal de ojo y del conjuro.
Me gustaría llegar a pensar
que este pantano y este bosque oscuro
no existen y voy pronto a despertar.

domingo, 16 de agosto de 2009

Afganistán

Me ha sorprendido el artículo del vicedirector de La Vanguardia de hoy domingo. Trata un tema delicado, la presencia de la OTAN en Afganistán; y lo hace con una gran claridad de ideas. El propio título es significativo ("¿Otra guerra medieval de cien años?"); critica la presencia de las tropas de la Fuerza internacional de asistencia a la seguridad en Afganistán (en condición de invasores, dice); se sorprende de que se admita que la presencia deberá prolongarse varias décadas y acaba profetizando que la salida del último soldado de las fuerzas internacionales de Afganistán se hará en helicóptero desde el tejado de una embajado o la azotea del cuartel general de la OTAN. De esta profecía a varios años vista pasa al análisis de la situación actual, poniendo de manifiesto la nula utilidad de las elecciones próximas dado el papel que juegan en todos los sectores del país los productores de opio. El tono crítico hace que se deslice en el artículo una frase que, en mi opinión, es extraordinariamente dura: "siempre eluden poner una fecha a la salida de las tropas aliadas de aquel miserable país asiático". Lo de "miserable país asiático" suena, desde luego, muy duro.
No digo yo que esté equivocado el vicedirector de La Vanguardia; me faltan conocimientos y formación para poder contradecirle; pero sí que, como decía, me sorprende el artículo; y lo hace porque el tema creo que merece algo más que brochazos, sobre todo si se va afirmar que la OTAN será derrotada sin paliativos en Afganistán y que toda la estrategia occidental en Asia Central está equivocada.
No creo que Afganistán sea, simplemente, un "miserable país asiático". Desde la Antigüedad es un país clave estratégicamente. Desde Kabul, Babur lanzó en el siglo XVI la campaña que acabó con la conquista del Norte de la India, creando el Imperio más rico del Mundo en aquel momento. Ya en el siglo XIX, Afganistán fue protagonista en "El Gran Juego", que enfrentó al Imperio Británico y a Rusia por el control de Asia Central. Actualmente es clave en una de las regiones más importantes del Mundo, por su vecindad con Pakistán (y la India), su cercanía a China y a los recursos de Asia Central. Entiendo que son circunstancias que deben, al menos, tenerse en cuenta si se plantea seriamente marcharse y abandonarlo todo.
Pero es que no se trata solamente de razones estratégicas. En los años finales del siglo XX y en el principio del XXI, antes del 11-S recuerdo la indignación con la que casi todos recibíamos las noticias de Afganistán, la forma en que se trataba a las mujeres, las ejecuciones públicas, la destrucción de los símbolos de otras culturas. Ya entonces se alzaban voces planteando si podíamos quedarnos de bazos cruzados ante atentados tan graves contra los Derechos Humanos.
Es cierto que no parece que se haya avanzado mucho en Afganistán en el tema de los Derechos Humanos desde que las tropas de la OTAN están allí ; pero ¿ha llegado ya el momento de decir, no podemos hacer nada, ahí tenéis vuestro "miserable país" (en término del Vicedirector de La Vanguardia, no mío) y morid como mejor queráis? ¿Es que no es posible hacer nada más?
Si es así, digámoslo, pero teniendo en cuenta todas las circunstancias y también todas las consecuencias. Si no tenemos voluntad o capacidad para estabilizar Afganistán, dentro de unas décadas Afganistán puede estar en nosotros, aquí.

sábado, 8 de agosto de 2009

La lógica y la egiptología





El antiguo Egipto me fascina, como a muchos; y como les sucede a muchos, mis conocimientos sobre el Reino de los Faraones son más bien limitaditos. Por eso, seguramente, a continuación diré alguna tontería y espero que alguno de los lectores me haga el favor de corregirme. Pero bueno, para eso están los blogs (entre otras cosas) para poder decir cosas sin tener que ser excesivamente riguroso.
El caso es que desde hace tiempo me sorprenden algunos argumentos, afirmaciones o conclusiones sobre el Antiguo Egipto. Mi mosqueo empezó hace más de diez años, cuando leí un libro que se titulaba algo así como "El misterio de Orión". En ese libro se desarrollaba una teoría sobre la función de las pirámides que negaba que fueran tumbas de faraones. No entraré ahora en la teoría, una más de las muchas que se han lanzado sobre tan fascinantes construcciones; porque lo que me interesa es, en este caso la teoría "ortodoxa" sobre las pirámides y la forma en que se ridiculizaba en el libro. Veámoslo a través de un imaginario diálogo entre un egiptólogo (E) y un simple curioso (C):

C: Entonces ¿cuál era la función de las pirámides?
E: Tumbas de los faraones.
C: Y ¿en qué forma se enterraba a los faraones en las pirámides?
E: Bueno, no lo podemos saber exactamente...
C: ¿Y eso?
E: Es que no hemos encontrado el cadáver de ningún faraón en las pirámides.
C: ¿No hay cadáveres de faraones en las pirámides?
E: No
C: ¿Por qué no hay cadáveres de faraones en las pirámides?
E: Se los han llevado los ladrones de tumbas.
C: Y si no han encontrado cadáveres en las pirámides ¿cómo saben que son tumbas?
E: Ya le he dicho que no hay cadáveres porque se los han llevado.
C: ¿Quién se los ha llevado?
E: Los ladrones de tumbas.
C: ¿Tienen ustedes pruebas de ello?
E: Pues claro, si no fuera por los ladrones de tumbas los cadáveres de los faraones estarían en las pirámides.
C: Pero, si no hay cadáveres ¿cómo pueden saber que son tumbas?
E: Ya le he dicho que los cadáveres fueron saqueados hace muchos siglos...
C: Sí, ya sé, por los ladrones de tumbas.
E: ¡Exacto! Al fin lo ha entendido.
C: Así que sin los ladrones de tumbas la teoría (mejor digamos, hipótesis) de que las pirámides son tumbas de faraones se vendría abajo.
E: No le acabo de entender.
C: Quiero decir que sin tales ladrones desconocidos no podríamos sostener que las pirámides son tumbas de faraones. Si los ladrones de tumbas salen de la explicación la teoría se cae.
E: Bueno, sí.
C: Ya.

Nunca lo había visto desde esta perspectiva, pero leyendo ese libro pensé que es extraño que una teoría rigurosa descanse sobre unos ladrones de tumbas. Las pirámides son tumbas, no hay cadáver, pero si no está es porque lo han robado. Vamos, con ese argumento no vayas a juicio porque se carcajean en tu cara.

Me he acordado ahora de esto porque hace unos días estuve visitando una exposición en el Museo Marítimo de Barcelona donde se reproduce la tumba de Tutankamón. La exposición está realmente bien, muy bien montada y organizada, la recomiendo. Pero a lo que voy es a que en un par de momentos te explican que la tumba fue saqueada, lo que explicaría el desorden existente y que las puertas de la capilla donde se encontraba su sarcófago estuvieran abiertas. Esta explicación me dejó perplejo, porque cinco minutos antes nos habían dicho que Howard Carter, el descubridor de la tumba, había encontrado intactos los sellos de la entrada ¿cómo habían entrado, entonces los ladrones? De nuevo los ladrones de tumbas, cual deus ex machina salían en ayuda de los egiptólogos cuando se llegaba a un punto desconcertante.
A mi, en filosofía de COU me habían explicado algo así como que la explicación más sencilla ha de ser siempre preferida (creo que esto lo llamaban la Navaja de Ockam); en este caso, habiendo sellos intactos en la entrada de la tumba la hipótesis de que los ladrones son los causantes del desorden en la tumba no puede ser apoyada; de la misma forma que, mientras no aparezca el cadáver de un faraón en una pirámide (o encontremos e interroguemos a alguno de los famosos ladrones de tumbas que tanto parecían abundar en Egipto) no estaremos en condiciones de, con rigor, mantener que la función de tan extraordinarias construcciones fue servir de tumba a los faraones.

jueves, 9 de julio de 2009

El Tour en Barcelona

Hoy llega el Tour de Francia a Barcelona. Desconozco de quién ha sido la idea, desconozco lo que cuesta, desconozco qué beneficios traerá a la ciudad; y desde mi desconocimiento me atrevo a decir que ha sido una muy mala idea.
Barcelona y su área metropolitana son, probablemente, una de las zonas más delicadas de Europa en lo que a movilidad se refiere. La insuficiencia del transporte público y de las infraestructuras hacen que el número de vehículos y desplazamientos esté siempre muy cerca de la congestión. Los que vivimos por aquí lo vemos y padecemos a diario. No es extraño que un simple vehículo aparcado en el arcén en cualquiera de las rondas de la ciudad origine atascos kilométricos. La ciudad está permanentemente al borde del colapso. En estas circunstancias, la llegada del Tour en un día laborable, con los cortes de tráfico que supondrá (y que permanencen en el misterio, porque apenas se puede obtener información sobre ellos en la web del Ayuntamiento) es probable que originen un caos considerable. No hace falta ser un experto para darse cuenta de ello.
Es cierto que todo acontecimiento deportivo o espectáculo es fuente de incomodidades, hágase en la ciudad del mundo que se haga; eso deben de haber pensado el Alcalde y los concejales de Barcelona; pero es que esta ciudad, como digo, es especial, pues se encuentra mucho más saturada que Berlín o Madrid, por decir dos ciudades que conozco desde dentro. Las consecuencias de una alteración del tráfico como la que se dará hoy serán, por tanto, más graves que si se dieran en otra ciudad.
Y la pregunta que me hago es ¿a quién beneficia la llegada del Tour? Todas las personas con las que hablo se quejan de la idea, algunas con mucha rotundidad porque o bien tendrán que renunciar a citas importantes o se verán obligadas a emplear varias horas extras en sus desplazamientos. ¿Será tan importante hacer la ola amarilla más grande de la historia, como pretenden los organizadores de la gente que se coloque en las calles para ver el paso fugaz de los corredores?
A veces tengo la impresión de que algo falla. Antes pensaba que la ciudad estaba al servicio de los ciudadanos, ahora me parece que los ciudadanos somos meros figurantes en lo que se pretende que sea un espectáculo permanente.

martes, 2 de junio de 2009

Torre

"... y la torre que había soñado era, sin duda, la más hermosa del Reino. Se dispuso a levantarla poniendo al servicio de la empresa obreros, oro y los mejores arquitectos y artistas que pudo encontrar. A medida que las paredes se levantaban cada detalle era corregido una y otra vez para que se ajustara a lo soñado por el Emperador. Éste supervisaba cada día las obras, modificaba los planos y cortaba manos y cabezas para animar a quienes trabajaban en tan alta empresa.
Desatendidos los asuntos del Reino, los bárbaros del norte se atrevieron a cruzar la Muralla. El ejército imperial fue derrotado y el Emperador capturado junto a su inacabada torre. Cuando llevaron al emperador ante el Kan de los bárbaros éste sonrió y dijo: "Veo que no has podido concluir la torre que mis brujos te hicieron soñar. Ahora esta obra inacabada te servirá de celda, y cuando mueras la derruiré sobre tu cadáver".
El Kan era, sin embargo, una persona bondadosa, y por eso ordenó a los brujos que rompieran su hechizo; así, durante todos sus largos años de cautiverio el Emperador se vio libre del sueño de la torre y pudo, por fin, pasar los días deleitándose en el trozo de cielo azul y en las nubes que se veían desde su celda."

El segundo rapto de Europa

En El País de hoy se publica un interesante artículo de Blanca Vilà Costa que recomiendo vivamente: El segundo rapto de Europa

La imagen es el Rapto de Europa, del Escultor Oliveira. Se encuentra en la ciudad de Vigo. La fotografía ha sido tomada de http://hoxe.vigo.org/movemonos/e_europa.php?lang=cas

lunes, 1 de junio de 2009

Decepción y preocupación

Mis obsesiones son la política social y la política educativa. Estoy convencido de que para la sociedad vaya bien es preciso en primer lugar, crear riqueza, y eso, hoy en día, pasa por que la educación y la formación sean de altísima calidad, lo que sienta las bases de una economía basada en la innovación y el desarrollo. En segundo lugar, es preciso que esta riqueza ofrezca garantías a los ciudadanos de que sus necesidades básicas van a estar cubiertas; y aquí hago especial hincapié en la política sanitaria; entre otras cosas, porque creo que es mucho más fácil conseguir una sanidad pública de calidad que una sanidad privada de calidad (tema que, por sí solo, daría para otro post).
Y aquí es donde viene mi preocupación. Cuando hace unos años el PSC, ERC e IC llegaron al poder en Cataluña pensé que se abría una época en la que se avanzaría en estas políticas que considero prioritarias. Mi lectura de la situación entonces era la de que se habían dedicado muchos esfuerzos a construir una identidad nacional con el objetivo puesto, a medio o largo plazo, en la independencia de Cataluña. Con el cambio de gobierno esperaba que las políticas sociales, educativas y de innovación se potenciaran.
Transcurridos ya los años suficientes como para que se pueda hacer balance mi experiencia (mi experiencia, no he consultado las grandes cifras ni los sesudos informes que puedan existir, hablo de mi experiencia personal, que no sé si será o no compartida) es la de que estamos abandonando algunos logros que se habían conseguido. La introducción de la sexta hora ha hecho que la escuela profundice su función de guardería, y paralelamente a la introducción de esta sexta hora se ha reducido el esfuerzo que se dedicaba a aulas de acogida, refuerzos y especialidades; esto es, en lugar de hacer que en la escuela se enseñe más avanzamos hacia una escuela en la que los niños están más tiempo para aprender menos.
En sanidad observo con preocupación esta misma marcha del cangrejo. Algunos de los controles que hacían los pediatras han sido transferidos a los enfermeros; algunas de las vacunas se las tienen que pagar las familias; y no tengo la percepción de que haya mejorado el tema de las listas de espera.
En la Universidad se notó una mejoría en el primer año del gobierno de Maragall. En aquel momento inicial tuve la percepción de que se habían aumentado los recursos dedicados a la enseñanza superior (nada espectacular, pero, como digo, me preocupa mucho la identificación de las tendencias). Ahora, sin embargo, en el momento en el que hay que poner en marcha el proceso de Bolonia se dice que tendrá que hacerse a coste cero; que es lo mismo que decirle a los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento de Barcelona que, a coste cero y sin dejar de atender sus tareas habituales, han de construir una nueva ronda para la ciudad.
En fin, que a día de hoy mi expectativa ya no es que mejoren la sanidad, la educación y la investigación; sino, simplemente, que se mantengan. Y esto no es muy esperanzador que digamos.

jueves, 28 de mayo de 2009

Hablando de Europa en serio




He de confesar que me cansa un tanto la retórica europeista: "nuestro objetivo ha de ser fortalecer Europa", "que los ciudadanos se coloquen en el centro del proceso de construcción europea", "reforcemos las instituciones europeas, profundicemos en su carácter democrático y construyamos instrumentos que faciliten una presencia relevante de Europa en el mundo global"... Mi impresión personal es que discursos de este tipo, tan vaporosos, justifican por sí solos el escepticismo de una gran parte de la ciudadanía hacia "Europa" y lo que significa. A continuación haré el ejercicio de exponer tal como veo ya las cosas, sin tecnicismos, con sinceridad y renunciando a matices en aras de que la presentación global sea clara.
Lo primero que tiene que quedar claro es que Europa (la Unión Europea, la Comunidad Europea; ya digo que ni matizaré ni me detendré en tecnicismos) es un instrumento al servicio de los Estados. Durante 200 años, desde mediados del siglo XVIII hasta el final de la II Guerra Mundial, las Naciones Europeas compitieron entre sí para crear imperios globales que acabaron sometiendo a la mayor parte del planeta. El Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, eran los dueños del Mundo y competían entre ellos sin ningún temor a las potencias no europeas. Tras la II Guerra Mundial estos países se encuentran en una situación de extrema debilidad: economías destrozadas, sin mecanismos para conservar los imperios coloniales que aún tenían Francia y el Reino Unido y ocupados militarmente (de forma pacífica u hostil) por los Estados Unidos y por la Unión Soviética.
En este escenario las Comunidades Europeas surgen como una oportunidad para cada uno de los Estados fundadores de mantener un papel relevante en el Mundo. Tanto Francia como Alemania e Italia participaron en la creación de las iniciales Comunidades previendo que la nueva organización podría ser útil a sus propios intereses nacionales. La política interna se encuentra tras la construcción europea. De esta forma, el resultado es una estructura en la que el poder último de decisión se encuentra en manos de los Estados nacionales, sus auténticos dueños.
Esto no ha cambiado sustancialmente desde la fundación de las Comunidades. Comisión, Parlamento, Consejo, Tribunal de Justicia..., un complejo entramado en cuya cúspide real (a veces no aparente) se encuentra la reunión de los Jefes de Gobierno o de los Ministros de los distintos Estados. El paradigma que se mantiene desde hace casi sesenta años es el de que la Unión es y ha de ser un instrumento al servicio de los Estados.
Las reformas emprendidas en los últimos lustros no cambian esto. La fallida Constitución Europea o el Tratado de Lisboa no suponían (suponen) un cambio de paradigma, la Unión que diseñan sigue siendo un instrumento al servicio de los Estados. Así, por ejemplo, se crea la figura del Presidente del Consejo, que dará visibilidad exterior a la Unión; pero esta figura es elegida por los miembros del Consejo (los Estados) y no por el Parlamento o los ciudadanos.
¿Es mala esta situación, este paradigma? Yo creo que no. Lo que ha conseguido "Europa" en estos cincuenta y tantos años es impresionante: prácticamente se ha eliminado el riesgo de confrontación bélica entre los Estados europeos; se ha creado una economía auténticamente europea que es la primera del Mundo; se ha profundizado en el conocimiento y comprensión mutuos entre personas, países y culturas; se ha construido un armazón jurídico de gran complejidad y que, con independencia de su carácter mejorable, destaca por garantizar en alto grado los derechos fundamentales, la protección de los consumidores y del medio ambiente; se ha concluido el proceso de creación de una moneda única; moneda que ha sustituido, entre otras, al franco, al marco, al florín holandés. Son tantos los logros alcanzados que se me hace realmente incomprensible que se hable de crisis, falta de aliento, decepción o cosa semejante. La construcción europea es, desde el punto de vista histórico, jurídico, político y económico una de las empresas de más fuste de la Historia. Lo que tenemos es inmenso; y ahora, además, hay que añadir la incorporación de la Europa Central y del Este, palabras mayores.
¿Cómo es posible, entonces, que la sensación generalizada sea la de derrotismo, fracaso, parálisis, etc.? Mi explicación personal es la de que se ha planteado como una reforma transcendental lo que no deja de ser un ajuste técnico, y las dificultades de este ajuste técnico se han magnificado. Me explico.
Tal como decía, ni la Constitución Europea ni el Tratado de Lisboa suponen un cambio de paradigma, la Unión Europea que diseñan sigue siendo un instrumento al servicio de los Estados. Las modificaciones que introduce son, por tanto, únicamente ajustes relativos al funcionamiento de esta estructura y nada más. No parece que exista tampoco voluntad de cambiar el paradigma dominante (Europa al servicio de los Estados), por lo que creo que lo que resulta más sensato es congratularnos de lo que tenemos (que no es poco, como acabamos de ver), asumirlo y dar por concluido el proceso de integración europea. De esta forma la sensación que se tendría es la de satisfacción y no la de fracaso. Deberíamos olvidarnos de las reformas y consagrar la situación actual.
Alguien podrá oponer a esto que es preciso reformar los mecanismos institucionales porque no es posible funcionar en una Unión de 27 con los instrumentos originales, pensados para tan sólo seis Estados. A esto yo digo que, de hecho, llevamos funcionando con estas "terribles dificultades" más de un lustro sin que la Unión se haya venido abajo. La complejidad comunitaria no es paralizante. El funcionamiento normal de la Unión es posible sin cambios estructurales. Es claro, sin embargo, que sin tales cambios no se podrá avanzar; pero aquí es donde sostengo que, en contra de lo que se dice abiertamente, no hay ninguna voluntad de realizar un cambio real, ya que casi nadie sostiene la conveniencia de acabar con el sometimiento de la Unión a los Estados. Si realmente no queremos avanzar ¿para qué nos empecinamos en querer cambiarlo todo?
Así pues, defiendo que mientras no se quiera convertir a la Unión Europea en un actor independiente dejemos las cosas como están. El pesimismo reinante se iría diluyendo y podríamos vivir todos un poco más tranquilos sabiendo que en las próximas décadas el escenario en el que nos movemos no se transformará.
La pregunta siguiente es la de si éste es el mejor escenario posible. Par la mayoría, sí lo es, como muestra la falta de exigencia del cambio de paradigma. Ni los Estados ni los grandes partidos se plantean un cambio en profundidad. Supongo que será porque creen que son más los riesgos que las ventajas o porque directamente no lo ven como algo positivo. Las razones importan menos que la constatación de esta falta de voluntad.
Para mi, en cambio, esta falta de ambición es suicida a medio plazo. No hay contradicción con lo que decía hace un momento. Es malo insistir en reformas que no suponen más que dar vueltas sobre uno mismo; pero me agradaría que sí que existiera una voluntad real de transformación del paradigma. Sin una Unión Europea real, esto es, independiente de los Estados que la integran; el papel de Europa en el Mundo no hará más que disminuir. No estaremos entre quienes deciden y serán otros los que impongan sus políticas y la forma de entender las relaciones internacionales. Ya lo estamos empezando a ver, pero será probablemente en la próxima década cuando acabemos de comprobar realmente que las grandes decisiones se toman de espaldas a lo que pensamos y sin tener capacidad de imponer nuestros intereses. Será un declive lento, pero continuo e inevitable.
Y si se quisieran cambiar las cosas, si se quisiera cambiar el paradigma ¿sería difícil? No, sería muy sencillo, lo único que es preciso es tener voluntad para ello. Las reformas que habría que introducir son muy sencillas:
1- Poder legislativo pleno para el Parlamento Europeo.
2- Poder fiscal pleno para el Parlamento Europeo.
3- Elección de un Presidente Europeo, bien directamente por los ciudadanos, bien por el Parlamento Europeo. Este presidente asumiría las funciones del Consejo (excluida la legislativa, que correspondería en exclusiva al Parlamento) y de la Comisión; tendría las competencias en materia de Política Exterior y de Defensa.
¡Qué fácil si se quisiera!