Y los soldados del Rey se los llevaron a todos a un castillo lejano y en el castillo les dijeron: "habéis sido elegidos para ser los soldados más valientes y feroces de nuestro Rey. Aquí os convertiremos en los mejores guerreros; pero para eso tenéis que olvidar a vuestras madres y a vuestros padres, a vuestros hermanos y vuestras casas". Los niños se preguntaban cómo podría ser eso; pero enseguida se lo aclararon: "vendrá el Mago y os dará un brebaje que os convertirá en fuertes y valientes y hará que os olvidéis de los que habéis dejado atrás". Entonces hizo su aparición en el patio del castillo, donde estaban formados todos lo niños, un Mago de vestido largo y sombrero con plumas en la cabeza. Llevaba una bandeja con seis copas y ofreció de ellas a todos los niños. Los niños cogieron la copa y bebieron; todos menos uno, que disimuladamente derramó el líquido mientras aparentaba beberlo. Cuando hubieron bebido el Mago se dirigió a uno de ellos: "Te acuerdas de tu padre", le preguntó. "No", respondió el niño. "Te acuerdas de tu madre". "No", volvió a decir el niño. "Te acuerdas de tus hermanos". "¿Qué son hermanos?" respondió otra vez el pequeño. "Te acuerdas de tu casa". "Nunca he tenido casa", fue lo que contestó el muchacho". "Bien" dijo complacido el Mago. "Ahora toma esta espada y parte ese tronco de un solo golpe", y le dio una espada al niño. El niño se dirigió al tronco y de un solo golpe lo partió en dos.
El niño que no había bebido el brebaje se acordaba de su padre, de su madre y de sus hermanos; pero temía no tener la fuerza que ahora tenían sus compañeros y se descubriera que no había tomado el brebaje. Así que decidió entrenarse por su cuenta para adquirir la misma fuerza que ahora tenían el resto de niños. Levantaba pesas, hacía flexiones y corría por las noches escapándose de la habitación en la que dormían. Tanto se esforzó que acabó siendo el más rápido y fuerte de todos los niños, y también el más diestro con las armas y en todos los ejercicios que les proponían.
Pasaron los años y el entrenamiento acabó. Los niños se convirtieron en soldados y tuvieron que ir a la guerra. El niño que no había tomado el brebaje fue designado jefe de sus compañeros por su valor, habilidad y fuerza. Con pericia les guió en sus primeros combates y derrotaron a los enemigos del Rey. Tras la primera guerra vino otra en la que también lucharon con valor y vencieron. Casi no había acabado ésta cuando el Rey llamó a los seis guerreros a su palacio y les dijo: "Todavía tenéis que derrotar a otro enemigo mío, un traidor que me ha robado una parte de lo que era mi reino y traído a su causa a los habitantes". Dirigíos allí y exterminad a todos, no dejéis a nadie vivo de los que allí encontréis."
Los guerreros asintieron, tomaron sus armas, montaron en sus caballos y se lanzaron al galope hacia donde les decía el Rey. Dos días después de su partida estaban llegando a las tierras que les habían indicado. A medida que se acercaban a la primera aldea que debían arrasar el soldado que de niño no había bebido el brebaje comenzó a recordar campos y casas. Se dio cuenta de que aquella era su propia aldea. Estaban ya casi junto a las primeras casas del pueblo y se disponían a atacar cuando ordenó que todos se detuvieran. Nadie entendió la orden, pero era el comandante y había que obedecerle. "No atacaremos hoy, acamparemos junto a aquellos árboles y mañana arrasaremos el pueblo". Dieron media vuelta y establecieron el campamento allí donde había indicado.
A la noche el jefe de los guerreros no podía dormir. No sabía cómo evitar que el pueblo del que tan bien se acordaba fuera arrasado. Paseando por los alrededores del campamento se llegó a la vera de un río. Allí, a la luz de la luna vio a una joven y hermosa mujer que parecía estar lavándose los pies en el agua.
- ¿Qué te preocupa, joven guerrero? - le preguntó.
El guerrero, sorprendido, le contó toda su historia y su angustia al no encontrar la forma de evitar que fuera él mismo quien destruyera su pueblo.
- Haz que tus soldados beban del agua del río, si lo hacen recordarán todo lo que el brebaje les hizo olvidar.
A la mañana siguiente el guerrero ordenó a sus soldados que llenaran sus cantimploras en el río, pero que no bebieran hasta que él se lo ordenase. Todos obedecieron, llenaron las cantimploras y montaron en los caballos lanzándose al galope hacia el pueblo.
Cuando estaban dispuestos en torno al pueblo para lanzarse al ataque el jefe les ordenó que bebieran. Todos lo hicieron y a todos les vino a la vez el recuerdo de aquel sitio que habían abandonado hacía tantos años. Estaban sorprendidos y fue el jefe quien les tuvo que explicar todo lo que había pasado. Cuando se dirigieron al pueblo ya habían abandonado las armas y entraron en él a pie, cogidos los caballos de las bridas, sintiéndose todavía los niños que eran cuando fueron raptados.
Sus madres, padres, hermanos y amigos les reconocieron y abrazaron, volvieron a sus casas y durmieron en las camas de su infancia. Durante dos días recobraron la niñez que habían perdido.
Al cabo de dos días, el jefe de los guerreros les reunió.
- No podemos seguir aquí indefinidamente - les dijo- el Rey mandará más soldados para arrasar el pueblo al ver que nosotros no lo hacemos. Tenemos que ser nosotros los que ataquemos. Iremos a la capital y derrocaremos al Rey.
Todos se juramentaron, tomaron sus armas, se subieron en sus caballos y se lanzaron como flechas hacia el palacio real.
Como eran tan buenos guerreros derrotaron a todos los soldados que les trataban de impedir el paso, llegaron al palacio del Rey y lo capturaron. Por todos sus crímenes lo encerraron en una celda para el resto de sus días.
Hubo entonces que nombrar un nuevo Rey, y el elegido fue el niño que no había tomado el brebaje, el jefe de los guerreros, que era una niña y se llamaba Cecilia, y sus compañeros eran Iker, Jordi, Joel, Maria y Laia.