Lo
más preocupante de la intervención de Carles Puigdemont en el Parlamento de
Cataluña no es el anuncio de lo que hará en los próximos meses, sino el
reconocimiento de lo que ya está haciendo. Sin ningún disimulo afirmó que su
Gobierno trabajaba en la preparación de todo lo necesario para proclamar
Cataluña como un Estado independiente.
¿Cómo
es posible que una autoridad pública reconozca que se dedica a preparar la
vulneración de la Constitución, la ruptura del Estado y el sometimiento de los
ciudadanos a un poder que se pretende imponer por la vía de hecho de forma
unilateral? ¿Cuándo hemos decidido los españoles que el Parlamento de Cataluña
sea el de un Estado soberano y la Generalitat un instrumento para quienes
quieren sustraer a los catalanes de los derechos que les confiere su condición
de ciudadanos españoles y europeos?
Temo
que muchos se hayan acostumbrado ya a lo que acertadamente el Sr. Puigdemont
califica como fase “postautonómica”. En las escuelas se explica una historia
inventada y no se cumple con las decisiones judiciales que establecen que una
de cada cuatro horas de docencia ha de hacerse en castellano. Cuando el 9 de
noviembre de 2014 se decidió realizar un referéndum vulnerando la prohibición
del Tribunal Constitucional, el referéndum se hizo. Hace poco más de dos meses,
contra otra prohibición expresa del Tribunal Constitucional, el Parlamento de
Cataluña votó y aprobó las conclusiones de la comisión de estudio del proceso
constituyente que, entre otras cosas, establecen la creación de una asamblea
constituyente cuyas decisiones nos vincularán a todos y que no podrán ser
impugnadas ante los tribunales. Frente a lo anterior, el que la bandera
española haya desaparecido de muchos lugares y sea sustituida por la estelada
cuando plazca no debería ya extrañarnos.
A
los catalanes no nos preocupa tanto lo que puede pasar (y eso que nos preocupa
mucho) como lo que ya está pasando. Deploramos que nuestras instituciones
autonómicas hayan sido abandonadas en manos de quienes las han convertido en
herramientas para un golpe de Estado y nos entristece que con tanta
indiferencia el resto de los españoles asistan a la forma en que se destruye el
Estado de Derecho en Cataluña.
Lamentablemente,
la falta de convicción que España y los españoles estamos mostrando ante el
desafío secesionista no es una anécdota, sino muestra de la profunda
regeneración que precisa nuestro país.
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