Hay dos Españas. Quizás las ha habido siempre, tal como nos recuerdan algunos; pero yo no las había visto, o por lo menos no las había visto con tanta claridad, antes del pleno de ayer en el Congreso.
Ahí, en la investidura del presidente del Gobierno, se abrió un abismo entre quienes se alimentan del odio y los demás. El infame discurso de Gabriel Rufián dotó de voz y contenido a una actitud que encontró luego su imagen en las agresiones a diputados a la salida del pleno.
Nada parecía casual o desconectado ayer. Gabriel Rufián, de ERC se dedica a insultar a los socialistas tildándolos de traidores y Oskar Matute, en nombre de Bildu, califica de mafia nuestro sistema político. Ambos son aplaudidos por Pablo Iglesias mientras a su lado Errejón, el mismo que saluda a los reunidos fuera del Congreso, también muestra su aprobación. Luego resultará que esos mismos manifestantes insultarán a las diputadas de C's que abandonaban la sesión llamándolas "putas" y lanzarán a los representantes de todos los españoles mecheros y latas.
Insultos en la cámara e insultos en la calle. La única diferencia entre uno y otro lugar es que delante del congreso ya comenzamos a ver la violencia física, la que resulta inevitable cuando se abandona la senda de las instituciones y se reclama directamente el apoyo "de la gente". Desconfía de quienes apelan al pueblo, a la nación o a la gente; en el fondo todas estas llamadas esconden el rechazo de las garantías y la búsqueda de atajos que de forma explícita o implícita descansan en la violencia. Se sabe bien en el País Vasco y se comienza a ver en otras partes de España.
No pretendo ser alarmista; sino advertir de los peligros que supone abandonar los consensos democráticos y abrazar los mecanismos de la revolución. Cuanto antes nos demos cuenta de dónde nos estamos metiendo menos duro será reconducir la situación.
Y nos estamos metiendo en una fractura que tendrá muy difícil recomposición. Para Podemos, para ERC, para Bildu el objetivo es tan solo destruir el sistema político actual. No es una interpretación mía. Estos partidos hacen expreso su deseo de fraccionar la soberanía nacional de una u otra forma, y también tienen en común su rechazo a lo que ellos llaman "el régimen del 78". Esto es sabido desde hace tiempo; pero la sesión del Congreso de ayer lo escenificó de modo perfecto. El reparto de aplausos entre unos y otros muestra que más allá de coyunturas hay una unidad de objetivos que facilita compartir estrategias y métodos.
A la vez, cuanto más estrecha es esta alianza más difícil es llegar a acuerdos con el resto. ¿Cómo podrían encontrarse acuerdos entre el Pablo Iglesias que aplaude el discurso de Bildu y los populares o socialistas que tantos muertos acumulan a manos de ETA? ¿Cómo podría llegarse a tales acuerdos cuando Rufián o Matute no hacen más que recordar aquella época de dolor, incluso teniendo frente a ellos a un diputado como Madina que perdió una pierna en un atentado terrorista? ¿Cómo podían ayer Rufián o Matute recordar a los GAL y no tener una mención para las víctimas de ETA cuando a menos de cinco de metros de ellos se sientan algunas de ellas?
Ayer Podemos, ERC y Bildu cavaron un foso ante ellos, un foso que expresamente les separaba del PP, del PSOE y de C's, receptores en su conjunto de más de 16 millones de votos en las últimas elecciones, dos tercios de todos los depositados.
Ayer se vio que no podrá contarse con ellos, con Podemos y sus amigos, para ningún plan que tenga por finalidad mejorar la calidad de nuestra democracia y favorecer la gobernabilidad. Ellos están en otro escenario y calcular algo distinto es un puro ejercicio de pensamiento ilusorio. Ellos representan lo que vimos en el discurso de Rufián y de Matute: el totalitarismo de quien no admite más verdad que la suya y que insulta a quien no la comparte; el radicalismo de quien está tan convencido de sus razones que no rehuirá ningún instrumento para conseguir hacer realidad sus planes y todavía encontrará la forma para no sonrojarse o palidecer al recordar que fueron asesinos los que sentaron la base de su propuesta política.
Y frente a ellos ¿qué hay? En el debate de ayer hubo dos momentos emocionantes. El primero fue la intervención de Oramas González-Moro, de Coalición Canaria, llena de sensatez y con una clara apelación al abandono del odio y del rencor. El segundo, la reacción a la réplica de Antonio Hernando -del PSOE- a la desfachatez de Rufián. El aplauso que siguió a una palabras breves y sentidas pareció salir del corazón de los diputados que percibían, quizás, la importancia de lo que estaba pasando; de la necesidad de mostrar su apoyo no a Hernando, sino a todos aquellos que han hecho posible nuestra democracia, a todos los que aún la pueden hacer posible, a todos los que sacrificaron trabajo, intereses o incluso la vida para hacer posible que hoy vivamos en un país democrático, con muchos problemas, pero partícipe del sistema europeo de libertades, moderno y con toda la capacidad para hacer frente a los enormes desafíos que tenemos como sociedad.
Quizás por un segundo las señoras y señores diputados se dieron cuenta de qué va la política, de que se trata de una actividad que cambia las vidas de las personas y de las comunidades y que, por tanto, ha de afrontarse con una enorme responsabilidad.
Esos segundos de aplausos en los que diputados de partidos diversos parecieron colocarse por encima de postureos y coyunturas valió más que el resto de discursos e intervenciones, plagados de lugares comunes y tacticismos en ocasiones deplorables.
¡Ay si esos aplausos pudieran convertirse en acción política! ¡Ay si fueran capaces de ir más allá del cálculo de qué interesará más a sus intereses personales o partidistas de cara a las próximas elecciones y actuaran de acuerdo con lo que precisa este país ahora profundamente dividido!
Si así fuera aquellos que están por la convivencia y la democracia conseguirían que estos principios prevalecieran sobre el odio y el rencor, sobre la intransigencia y la violencia.
Si no fuera así tendremos problemas. Problemas muy serios.
Diputad@s de @CiudadanosCs tirándoles botellas y gritos de puta a la salida¿Lo condenará está vez Podemos o tampoco?pic.twitter.com/cEwXr0ugqm— Fernando de Páramo (@ferdeparamo) 29 de octubre de 2016
Insultos en la cámara e insultos en la calle. La única diferencia entre uno y otro lugar es que delante del congreso ya comenzamos a ver la violencia física, la que resulta inevitable cuando se abandona la senda de las instituciones y se reclama directamente el apoyo "de la gente". Desconfía de quienes apelan al pueblo, a la nación o a la gente; en el fondo todas estas llamadas esconden el rechazo de las garantías y la búsqueda de atajos que de forma explícita o implícita descansan en la violencia. Se sabe bien en el País Vasco y se comienza a ver en otras partes de España.
No pretendo ser alarmista; sino advertir de los peligros que supone abandonar los consensos democráticos y abrazar los mecanismos de la revolución. Cuanto antes nos demos cuenta de dónde nos estamos metiendo menos duro será reconducir la situación.
Y nos estamos metiendo en una fractura que tendrá muy difícil recomposición. Para Podemos, para ERC, para Bildu el objetivo es tan solo destruir el sistema político actual. No es una interpretación mía. Estos partidos hacen expreso su deseo de fraccionar la soberanía nacional de una u otra forma, y también tienen en común su rechazo a lo que ellos llaman "el régimen del 78". Esto es sabido desde hace tiempo; pero la sesión del Congreso de ayer lo escenificó de modo perfecto. El reparto de aplausos entre unos y otros muestra que más allá de coyunturas hay una unidad de objetivos que facilita compartir estrategias y métodos.
A la vez, cuanto más estrecha es esta alianza más difícil es llegar a acuerdos con el resto. ¿Cómo podrían encontrarse acuerdos entre el Pablo Iglesias que aplaude el discurso de Bildu y los populares o socialistas que tantos muertos acumulan a manos de ETA? ¿Cómo podría llegarse a tales acuerdos cuando Rufián o Matute no hacen más que recordar aquella época de dolor, incluso teniendo frente a ellos a un diputado como Madina que perdió una pierna en un atentado terrorista? ¿Cómo podían ayer Rufián o Matute recordar a los GAL y no tener una mención para las víctimas de ETA cuando a menos de cinco de metros de ellos se sientan algunas de ellas?
Ayer Podemos, ERC y Bildu cavaron un foso ante ellos, un foso que expresamente les separaba del PP, del PSOE y de C's, receptores en su conjunto de más de 16 millones de votos en las últimas elecciones, dos tercios de todos los depositados.
Ayer se vio que no podrá contarse con ellos, con Podemos y sus amigos, para ningún plan que tenga por finalidad mejorar la calidad de nuestra democracia y favorecer la gobernabilidad. Ellos están en otro escenario y calcular algo distinto es un puro ejercicio de pensamiento ilusorio. Ellos representan lo que vimos en el discurso de Rufián y de Matute: el totalitarismo de quien no admite más verdad que la suya y que insulta a quien no la comparte; el radicalismo de quien está tan convencido de sus razones que no rehuirá ningún instrumento para conseguir hacer realidad sus planes y todavía encontrará la forma para no sonrojarse o palidecer al recordar que fueron asesinos los que sentaron la base de su propuesta política.
Y frente a ellos ¿qué hay? En el debate de ayer hubo dos momentos emocionantes. El primero fue la intervención de Oramas González-Moro, de Coalición Canaria, llena de sensatez y con una clara apelación al abandono del odio y del rencor. El segundo, la reacción a la réplica de Antonio Hernando -del PSOE- a la desfachatez de Rufián. El aplauso que siguió a una palabras breves y sentidas pareció salir del corazón de los diputados que percibían, quizás, la importancia de lo que estaba pasando; de la necesidad de mostrar su apoyo no a Hernando, sino a todos aquellos que han hecho posible nuestra democracia, a todos los que aún la pueden hacer posible, a todos los que sacrificaron trabajo, intereses o incluso la vida para hacer posible que hoy vivamos en un país democrático, con muchos problemas, pero partícipe del sistema europeo de libertades, moderno y con toda la capacidad para hacer frente a los enormes desafíos que tenemos como sociedad.
Quizás por un segundo las señoras y señores diputados se dieron cuenta de qué va la política, de que se trata de una actividad que cambia las vidas de las personas y de las comunidades y que, por tanto, ha de afrontarse con una enorme responsabilidad.
Esos segundos de aplausos en los que diputados de partidos diversos parecieron colocarse por encima de postureos y coyunturas valió más que el resto de discursos e intervenciones, plagados de lugares comunes y tacticismos en ocasiones deplorables.
¡Ay si esos aplausos pudieran convertirse en acción política! ¡Ay si fueran capaces de ir más allá del cálculo de qué interesará más a sus intereses personales o partidistas de cara a las próximas elecciones y actuaran de acuerdo con lo que precisa este país ahora profundamente dividido!
Si así fuera aquellos que están por la convivencia y la democracia conseguirían que estos principios prevalecieran sobre el odio y el rencor, sobre la intransigencia y la violencia.
Si no fuera así tendremos problemas. Problemas muy serios.