BARCELONA, España — “García”, mi segundo apellido, es el más
común en España. También es el apellido más común en Cataluña, en cada una de
sus cuatro provincias. También culturalmente, Cataluña y el resto de España son
básicamente lo mismo: en su mayoría vemos los mismos programas de televisión,
escuchamos la misma música y disfrutamos de las mismas películas.
Nuestra historia compartida también es larga y profunda.
Cataluña ha sido parte integral de España desde la fundación del país. Por
supuesto, España también es un país con una historia compleja formada por la
unión de diferentes reinos medievales. Los catalanes participaron activamente
en ese proceso, pues ayudaron a elaborar la primera Constitución española, la
de Cádiz, en 1812, que creó la nación española moderna.
Antes de eso, Cataluña, como parte del Reino de Aragón, era
un elemento esencial en la unidad política que comenzó con los Reyes Católicos en
el siglo XV. Incluso los comienzos de Cataluña, en el siglo IX, están
vinculados con la creación de la Marca Hispánica por parte de Carlomagno, un baluarte
defensivo del imperio franco contra el dominio del emirato de Córdoba. La
historia de Cataluña es ininteligible fuera del marco español.
La compleja historia de España se refleja en la lengua.
Mientras que el catalán, el gallego y el euskera (o vasco) son lenguas habladas
por españoles, el castellano es la lengua materna de la mayoría de estos: del
82 por ciento de la población española, según una encuesta de Eurobarómetro de
2012. El español también es la lengua materna de la mayoría de los catalanes:
del 55 por ciento aproximadamente.
En resumen, la sociedad catalana es parte innegable de la
sociedad española, y es fácil para los catalanes identificarse como
compatriotas de todos los demás españoles. La economía de España y la de
Cataluña también están íntimamente relacionadas: cerca del 40 por ciento de las
exportaciones de Cataluña se destinan al resto de España.
Insisto en estas ideas porque el movimiento separatista
catalán quiere destacar las presuntas diferencias entre Cataluña y España, como
si pudieran considerarse dos realidades diferentes. Solo una minoría de
catalanes comparte esa opinión: según las encuestas, menos del 23 por ciento de
la población se siente exclusivamente catalana; y más del 72 por ciento de los
encuestados se identifican como españoles en cierta medida.
La actual Constitución de 1978 tuvo éxito en la creación de
un país que, mientras mantenía la unidad, preveía la creación de “comunidades
autónomas”, lo cual permitió que las diferentes regiones de España obtuvieran
derechos limitados de autogobierno. La organización territorial española dista
de ser simple, ya que no todas las comunidades autónomas gozan de los mismos
poderes, y hay poderes compartidos entre el Estado central y las regiones. Pero
el sistema político actual es, probablemente, el que mejor responde a las
características del país.
Desde el establecimiento de la Constitución de 1978, la
comunidad catalana ha adquirido una autonomía considerable. En la actualidad,
el gobierno regional supervisa la educación, la salud, algunas infraestructuras,
la vigilancia policial y las prisiones. El gobierno español conserva la
autoridad en materia de aduanas, fronteras y relaciones internacionales, aunque
esto no impide que el gobierno catalán realice lo que se denomina “acción
externa” —lo que implica relaciones con otros países— siempre y cuando no
interfiera con las prerrogativas del Estado. Muchos catalanes están
perfectamente satisfechos con la situación actual, que incluye la pertenencia a
la Unión Europea a través de España.
Es por eso que muchos catalanes como yo estamos preocupados
por el movimiento secesionista que ahora controla al gobierno y al Parlamento
regional. No queremos un movimiento hacia la independencia total que nos
separaría de España y convertiría a Cataluña en algo diferente de lo que es
ahora.
También nos preocupa que una separación como esa nos aleje
de la Unión Europea. A pesar del mantra de los secesionistas de que la
independencia de Cataluña no conduciría a la exclusión de la Unión Europea, en
la práctica, si Cataluña se convierte en un nuevo Estado, no podrá ser miembro
de la Unión Europea hasta que los Estados miembros aprueben su incorporación.
Eso requeriría años de negociación, en el mejor de los casos… un escenario de
incertidumbre y riesgo que no es ni justificado ni deseable.
Muchos catalanes también están preocupados por el uso que
hace el gobierno regional de los poderes que ya tiene. En su impulso para crear
un nuevo Estado, el gobierno regional ya está violando la ley, desafiando a los
tribunales y usurpando los poderes del Estado. Las escuelas públicas dan la
mayoría de las clases en catalán, por ejemplo, incluso a los niños que hablan
español como lengua materna.
El poder que el gobierno regional ejerce en los asuntos
exteriores se utiliza para intentar establecer relaciones diplomáticas con
otros países con el fin de obtener el apoyo internacional para la secesión. En
el proceso, se sospecha que el gobierno catalán utiliza fondos públicos para
construir las estructuras que necesitaría un nuevo Estado. Esto ha implicado, según
se ha alegado, la configuración de bases de datos, ilegalmente y fuera del
marco regulador, para permitir la futura recaudación de impuestos que en este
momento es gestionada en gran parte por el Estado español.
Estas acciones del gobierno regional amenazan las garantías
democráticas que a los catalanes reconoce la Constitución española. Si los
secesionistas en el Parlamento y en el poder ejecutivo de Cataluña continúan
con su imprudente presión por la independencia, amenazarán todas las ventajas que
proporcionan la estabilidad, la prosperidad y la seguridad que los catalanes
han disfrutado durante décadas al formar parte de la Unión Europea y durante
siglos al ser parte de España.
Rafael Arenas García es catedrático de derecho en la Universitat
Autònoma de Barcelona.
2 comentarios:
Benvolgut sr. Arenas,
M'adreço a vostè en català perquè imagino que no té problemes en entendre'm en aquesta llengua. He llegit el seu article i m'ha semblat superficial. Superficial perquè pinta tota la història d'Espanya com una evolució positiva, quan hi han hagut més baixos que alts, en la meva opinió. Per començar és fals que Catalunya participés activament en la Constitució de 1812. Aleshores la major part de Catalunya estaven en mans franceses (per exemple, Barcelona). De manera que no van poder enviar diputats. Així que es van escollir a dit diputats entre refugiats a Cadis i altres llocs. Després pel que sé mai es va discutir l'existència d'altres nacionalitats o formes d'organització de l'Estat que no fossin el centralisme més borbònic. De manera que per fer nàixer la nación española, per decisió d'uns diputats gens representatius aïllats a una ciutat assetjada, es van ignorar la resta d'idiomes, cultures i sentiments de la resta de la península.
Vostè diu que la cultura, la personalitat, la llengua i el sentiment espanyol són molt presents a Catalunya. És cert i no ho negaré. Per desgràcia no es pot dir el contrari. El problema de la "nación española" és que s'identifica només amb la llengua y la identitat castellanòfila (a falta d'una paraula millor). El sentiment i la cultura i les llengües perifèriques s'han considerat en el pitjor dels casos un llast; en el millor dels casos, una excentricitat local.
(continuo)
No som els únics. També la identitat cultural andalusa (llevat d'alguns elements folclòrics) o de la mateixa Castella s'han vist ridiculitzats.
Encara que es pot parlar, i amb termes molt favorables, de la Constitució del 78 i els seus avanços. En autogovern, educació, cultura, etc., per mi el que ha demostrar l'1-O és la feblesa d'aquesta estructura. Qualsevol mobilització popular que no encaixi amb certs esquemes es torna una sedició. S'utilitza com excusa per tergiversar la Constitució i aplicar el 155 per tornar tot l'autogovern (QUALSEVOL autogovern) en una farsa supeditada a la voluntat de l'Estat central.
Vol una prova? El rebuig de l'Estatut de 2008, que buscava consolidar l'edifici autonòmic existent.
No només és un afer polític. Veient les televisions estatals observem que la paraula "nacionalisme" s'utilitza com un insult. Segons sembla existeix un patriotisme espanyol que és la condició normal del ciutadà, i un nacionalisme perifèric que és una condició patològica i cal extirpar pel bé de l'individu. És vist com un sinònim de nazisme.
L'augment repressiu de l'Estat espanyol, la repressió del català a altres regions (on ha esdevingut paraula tabú: abans parlar "lapao" que català!), el perill per la immersió linguística, etc., tot això ha despertat l'independentisme.
Vostè diu que Catalunya és part d'Espanya, com a comunitat, perquè un 70% es considera espanyol, un 55% té el castellà per llengua materna, etc. És trist que Espanya no hagi considerat mai l'altre 45% com part de la familia. Ara ha d'assumir les conseqüències. La repressió, la burla, el menyspreu i la demonització no porten enlloc a cap bàndol. I molt menys a l'Estat, que té tot el poder, però que amb la por que demostra ensenya la seva debilitat.
Hi ha un 80% dels catalans, al marge del seu orígen i llengua materna, que defensen el referèndum. Però sembla més important preservar la sagrada Constitució. Que, com els 10 manaments o les 12 taules de la llei romana, és inamovible (a menys que ho digui la UE). Són la base de la CONVIVENCIA. Sagrada paraula que implica que mentre un 50% o + de Catalunya estigui calladeta, pagui impostos i voti cada quatre anys (o no: això és opcional) tot anirà rebé i serem feliços. Això ja no funciona. El discurs dels partits centralistes no busca convèncer els independentistes, sino atemorir-los amb les conseqüències hipotètiques, avergonyir-los per la seva gosadia, acovardir-los davant la idea de llibertat. No és un discurs saludable, segons el meu punt de vista.
Es parla del seny i la rauxa. Però no són contraposats. Els dos són igual de necessaris per a la vida.
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