Supongamos que Zapatero se vuelve loco y me nombra Ministro de Educación. Supongamos que yo me vuelvo loco también y propongo la creación de una red de ludotecas paralela a la de escuelas. Imaginemos que el Consejo de Ministros, el Parlamento y las Comunidades Autónomas se contagian de la misma locura y aprueban el proyecto. Una vez supuesto e imaginado todo esto, elucubremos con lo que sucedería a continuación.
La idea es ofrecer a los padres una alternativa a la escuela. Los padres podrían elegir entre mandar a sus hijos a la escuela tradicional o a ludotecas, donde los niños jugarían libremente, se relacionarían entre ellos y, todo lo más, aprenderían canciones o desarrollarían actividades tipo taller (manualidades, teatro), siempre de acuerdo con sus gustos y aficiones.
No creo que esta propuesta alternativa tuviera mucho éxito. Serían pocos los padres que pensaran que sería más conveniente este paso por la ludoteca que por la escuela; pero, por descontado, alguno habría que llevara a sus hijos a la ludoteca. Al fin y al cabo, muchas de las cosas que se aprenden en la escuela son inútiles -pensarían- y las que son útiles las pueden aprender en casa. Además la escuela provoca demasiadas tensiones en los infantes, es más sano que crezcan de una forma más natural. Además, si, finalmente, va a seguir en el negocio de la familia, la escuela de poco le servirá, pensarían algunos.
Por seguir elucubrando, pensemos que el porcentaje de padres que optan por la ludoteca es de, pongamos, un cinco por ciento. Evidentemente es una cifra totalmente discutible, pero que intuyo es una magnitud nada descabellada.
Sigamos imaginando. El Ministro y demás responsables del invento de las ludotecas no están satisfechos con el "escaso" interés mostrado por su invento y deciden perfeccionarlo. Así, se establece que el horario de las ludotecas será más amplio que el de las escuelas. Las escuelas mantendrían su horario de nueve a cinco mientras que las ludotecas abrirían a las ocho de la mañana y no cerrarían hasta las ocho de la tarde. En ese intervalo podrían los padres pasar a dejar o recoger los niños cuando quisieran. Muchos padres que habían desestimado inicialmente la idea de la ludoteca volverían sobre sus pasos. Lo de tener que estar a las nueve en el colegio (y no a las nueve y cinco o las nueve y diez) para dejar al niño, y de nuevo allí a las cinco (y no a las cinco y cinco o a las cinco y diez) es un problema serio. La compatibilización del horario laboral con el de la escuela exige con frecuencia hacer juegos malabares. La ludoteca ofrece una alternativa a la colocación del niño que resuelve esas dificultades. Es cierto que el niño no aprenderá lo que se enseña en las escuelas; pero ya se resolverá esto más adelante -pensarían algunos padres-, ahora es prioritario poder colocar al niño durante todo el día, y además con la posibilidad de recogerlo cuando nos venga bien. Padres que no habían optado inicialmente por la ludoteca ahora sí que la verían como una alternativa razonable. No creo exagerar si pienso que este cambio duplicaría el número de familias que dejarían la escuela en favor de la ludoteca. Máxime si se les ofrece la posibilidad de ir un año a la ludoteca y al siguiente a la escuela. "Este año a la ludoteca, que estoy muy apurado con los horarios, y el año que viene ya lo mando a la escuela" -pensarían algunos-, claro que lo más probable sería que al año siguiente se hiciese la misma reflexión y así hasta el final del periodo de escolaridad.
Ya estamos en un diez por ciento de usuarios de la ludoteca. Pero el Ministro es insaciable y quiere más ¿cómo lo conseguirá? Visto el éxito de la ampliación de horario opta por la ampliación de fechas: las ludotecas no se ajustarán al calendario escolar. Todos las semanas, de lunes a viernes, durante todos los meses del año las ludotecas estarán abiertas. Se acabaron los problemas de los últimos días de junio y los primeros de septiembre, o los que se derivan de que el día de la fiesta local de la escuela los padres trabajen. La vacaciones familiares resueltas, pues se pueden coger cuando se quieran sin tener que preocuparse porque el niño falte a clase. Para completar la oferta, cada ludoteca dispondría de una minienfermería donde podrían quedarse los niños con gripe, catarro, amigdalitis o cualquier otra de estas molestas enfermedades que impiden a los padres llevarlos a la escuela con el consiguiente trastorno que ello ocasiona.
No sé si esta ampliación del calendario permitiría doblar el número de adeptos a la ludoteca. Quizás sí, pero seamos más modestos, limitémonos a pensar que la subida de los usuarios es de un cinco por ciento más. Ya estamos en el quince por ciento. No está mal, pero el Ministro es ambicioso, quiere más ¿cómo lo conseguirá? El siguiente paso es establecer que el titulo que reciban quienes asistan a la ludoteca y el que reciban los que acudan a la escuela y posterior instituto será igual. La entrada en el Bachillerato o en la Formación Profesional tendrá que estar igualmente abierta a quienes hayan cursado sus cursos en la escuela o en la ludoteca. No se podrá establecer ningún filtro que impida directa o indirectamente el acceso a los estudios superiores a los que hayan preferido acudir a la ludoteca.
Pienso que esta última "mejora" del sistema sería definitiva. Una vez resuelta la cuestión administrativa los escrúpulos de muchos padres desaparecerían. Si el título es el mismo -pensarán muchos- ¿por qué no vamos a optar por la vía que resulta más cómoda para nosotros y en la que el niño será más feliz? Que disfrute de estos años de infancia que no se repetirán y ya tendrá tiempo a partir de los dieciséis de aprender. Será tarea de los profesores que se encuentre a partir de entonces ponerlo al día para que se cumpla el mandato legal y tenga las mismas oportunidades que los que fueron a la escuela. Además, como mi niño es muy listo no tendrá problemas. ¡Qué satisfacción tan grande verlo disfrutar estos años! Su mente despierta permanecerá fresca y cuando le toque ponerse a estudiar, con qué gracia y poderío mostrará a los empollones de la escuela lo inteligente que es. Si es que saber yendo a la escuela no tiene mérito. Mérito el de mi niño. Y además qué bien nos lo vamos a montar de aquí a entonces... vaya, una felicidad completa.
Quien piense que el razonamiento del párrafo anterior es pura ficción es que no ha asistido nunca a una reunión de padres de alumnos. No digo que todos, ni siquiera la mayoría de padres, piensen así; pero casi me atrevo a aventurar que entre un cuarto y un tercio de los padres (y madres, por supuesto) encajarían en el monólogo que acabo de inventar. Así pues, sumando estos a los otros, podríamos encontrarnos con un cuarenta por ciento de niños abandonando la escuela en favor de la ludoteca.
¿Qué pretendía con el experimento mental anterior? Pues mostrar lo ya sabido, que las escuelas se ven más como aparcamientos de niños que como lugares de aprendizaje. Que hay un número importante de adultos que no aprecian como se debiera la importancia de la educación en su sentido más clásico, esto es, la adquisición de conocimientos y técnicas que permiten desarrollar operaciones matemáticas, entender un texto escrito, redactarlo, comunicarse en lenguas extranjeras o familiarizarse con los mecanismos que explican el funcionamiento de la naturaleza y de la sociedad. Todas estas cuestiones son secundarias para muchas familias, y mientras esto siga así poco podemos hacer. Quizás fuera bueno implantar el sistema de ludotecas que propongo para que, al menos, una parte de los niños (los que optan por asistir a la escuela) sí que puedan adquirir una formación suficiente para el mundo tremendamente complejo que les espera.
¡Ah! y que nadie piense que me mofo de los problemas que plantea combinar el trabajo con las responsabilidades maternas y paternas. Sé muy bien lo que cuesta, me solidarizo con todos los padres que, como yo, tenemos que convivir con ese difícil equilibrio y propugno que se establezcan medidas que faciliten la compatibilización de la vida familiar y profesional; pero todo esto no debe hacernos perder de vista que la función de la escuela es formar y enseñar a los niños, no cuidarlos.
La idea es ofrecer a los padres una alternativa a la escuela. Los padres podrían elegir entre mandar a sus hijos a la escuela tradicional o a ludotecas, donde los niños jugarían libremente, se relacionarían entre ellos y, todo lo más, aprenderían canciones o desarrollarían actividades tipo taller (manualidades, teatro), siempre de acuerdo con sus gustos y aficiones.
No creo que esta propuesta alternativa tuviera mucho éxito. Serían pocos los padres que pensaran que sería más conveniente este paso por la ludoteca que por la escuela; pero, por descontado, alguno habría que llevara a sus hijos a la ludoteca. Al fin y al cabo, muchas de las cosas que se aprenden en la escuela son inútiles -pensarían- y las que son útiles las pueden aprender en casa. Además la escuela provoca demasiadas tensiones en los infantes, es más sano que crezcan de una forma más natural. Además, si, finalmente, va a seguir en el negocio de la familia, la escuela de poco le servirá, pensarían algunos.
Por seguir elucubrando, pensemos que el porcentaje de padres que optan por la ludoteca es de, pongamos, un cinco por ciento. Evidentemente es una cifra totalmente discutible, pero que intuyo es una magnitud nada descabellada.
Sigamos imaginando. El Ministro y demás responsables del invento de las ludotecas no están satisfechos con el "escaso" interés mostrado por su invento y deciden perfeccionarlo. Así, se establece que el horario de las ludotecas será más amplio que el de las escuelas. Las escuelas mantendrían su horario de nueve a cinco mientras que las ludotecas abrirían a las ocho de la mañana y no cerrarían hasta las ocho de la tarde. En ese intervalo podrían los padres pasar a dejar o recoger los niños cuando quisieran. Muchos padres que habían desestimado inicialmente la idea de la ludoteca volverían sobre sus pasos. Lo de tener que estar a las nueve en el colegio (y no a las nueve y cinco o las nueve y diez) para dejar al niño, y de nuevo allí a las cinco (y no a las cinco y cinco o a las cinco y diez) es un problema serio. La compatibilización del horario laboral con el de la escuela exige con frecuencia hacer juegos malabares. La ludoteca ofrece una alternativa a la colocación del niño que resuelve esas dificultades. Es cierto que el niño no aprenderá lo que se enseña en las escuelas; pero ya se resolverá esto más adelante -pensarían algunos padres-, ahora es prioritario poder colocar al niño durante todo el día, y además con la posibilidad de recogerlo cuando nos venga bien. Padres que no habían optado inicialmente por la ludoteca ahora sí que la verían como una alternativa razonable. No creo exagerar si pienso que este cambio duplicaría el número de familias que dejarían la escuela en favor de la ludoteca. Máxime si se les ofrece la posibilidad de ir un año a la ludoteca y al siguiente a la escuela. "Este año a la ludoteca, que estoy muy apurado con los horarios, y el año que viene ya lo mando a la escuela" -pensarían algunos-, claro que lo más probable sería que al año siguiente se hiciese la misma reflexión y así hasta el final del periodo de escolaridad.
Ya estamos en un diez por ciento de usuarios de la ludoteca. Pero el Ministro es insaciable y quiere más ¿cómo lo conseguirá? Visto el éxito de la ampliación de horario opta por la ampliación de fechas: las ludotecas no se ajustarán al calendario escolar. Todos las semanas, de lunes a viernes, durante todos los meses del año las ludotecas estarán abiertas. Se acabaron los problemas de los últimos días de junio y los primeros de septiembre, o los que se derivan de que el día de la fiesta local de la escuela los padres trabajen. La vacaciones familiares resueltas, pues se pueden coger cuando se quieran sin tener que preocuparse porque el niño falte a clase. Para completar la oferta, cada ludoteca dispondría de una minienfermería donde podrían quedarse los niños con gripe, catarro, amigdalitis o cualquier otra de estas molestas enfermedades que impiden a los padres llevarlos a la escuela con el consiguiente trastorno que ello ocasiona.
No sé si esta ampliación del calendario permitiría doblar el número de adeptos a la ludoteca. Quizás sí, pero seamos más modestos, limitémonos a pensar que la subida de los usuarios es de un cinco por ciento más. Ya estamos en el quince por ciento. No está mal, pero el Ministro es ambicioso, quiere más ¿cómo lo conseguirá? El siguiente paso es establecer que el titulo que reciban quienes asistan a la ludoteca y el que reciban los que acudan a la escuela y posterior instituto será igual. La entrada en el Bachillerato o en la Formación Profesional tendrá que estar igualmente abierta a quienes hayan cursado sus cursos en la escuela o en la ludoteca. No se podrá establecer ningún filtro que impida directa o indirectamente el acceso a los estudios superiores a los que hayan preferido acudir a la ludoteca.
Pienso que esta última "mejora" del sistema sería definitiva. Una vez resuelta la cuestión administrativa los escrúpulos de muchos padres desaparecerían. Si el título es el mismo -pensarán muchos- ¿por qué no vamos a optar por la vía que resulta más cómoda para nosotros y en la que el niño será más feliz? Que disfrute de estos años de infancia que no se repetirán y ya tendrá tiempo a partir de los dieciséis de aprender. Será tarea de los profesores que se encuentre a partir de entonces ponerlo al día para que se cumpla el mandato legal y tenga las mismas oportunidades que los que fueron a la escuela. Además, como mi niño es muy listo no tendrá problemas. ¡Qué satisfacción tan grande verlo disfrutar estos años! Su mente despierta permanecerá fresca y cuando le toque ponerse a estudiar, con qué gracia y poderío mostrará a los empollones de la escuela lo inteligente que es. Si es que saber yendo a la escuela no tiene mérito. Mérito el de mi niño. Y además qué bien nos lo vamos a montar de aquí a entonces... vaya, una felicidad completa.
Quien piense que el razonamiento del párrafo anterior es pura ficción es que no ha asistido nunca a una reunión de padres de alumnos. No digo que todos, ni siquiera la mayoría de padres, piensen así; pero casi me atrevo a aventurar que entre un cuarto y un tercio de los padres (y madres, por supuesto) encajarían en el monólogo que acabo de inventar. Así pues, sumando estos a los otros, podríamos encontrarnos con un cuarenta por ciento de niños abandonando la escuela en favor de la ludoteca.
¿Qué pretendía con el experimento mental anterior? Pues mostrar lo ya sabido, que las escuelas se ven más como aparcamientos de niños que como lugares de aprendizaje. Que hay un número importante de adultos que no aprecian como se debiera la importancia de la educación en su sentido más clásico, esto es, la adquisición de conocimientos y técnicas que permiten desarrollar operaciones matemáticas, entender un texto escrito, redactarlo, comunicarse en lenguas extranjeras o familiarizarse con los mecanismos que explican el funcionamiento de la naturaleza y de la sociedad. Todas estas cuestiones son secundarias para muchas familias, y mientras esto siga así poco podemos hacer. Quizás fuera bueno implantar el sistema de ludotecas que propongo para que, al menos, una parte de los niños (los que optan por asistir a la escuela) sí que puedan adquirir una formación suficiente para el mundo tremendamente complejo que les espera.
¡Ah! y que nadie piense que me mofo de los problemas que plantea combinar el trabajo con las responsabilidades maternas y paternas. Sé muy bien lo que cuesta, me solidarizo con todos los padres que, como yo, tenemos que convivir con ese difícil equilibrio y propugno que se establezcan medidas que faciliten la compatibilización de la vida familiar y profesional; pero todo esto no debe hacernos perder de vista que la función de la escuela es formar y enseñar a los niños, no cuidarlos.