He aprovechado estos días para leer
Victus, la novela que lleva arrasando en ventas unos cuantos meses y sobre la que tanto se comenta.
No hablaré aquí de "Victus" como novela y me limitaré a decir que no me parece que esté a la altura de "
La pell freda" (lo primero que leí de Albert Sánchez Piñol). En cualquier caso, como digo, mi propósito no es literario, sino que lo que me mueve a redactar esta entrada es la sorpresa que me produce comprobar que varias personas
toman este relato como si en verdad fueran las memorias de un participante en el asedio de Barcelona y que, por tanto, son fiel reflejo del sitio y de la Guerra de Sucesión en Cataluña (para quien no conozca la trama, "Victus" se presenta como las memorias de un catalán educado en Francia como ingeniero militar, que había participado en su juventud en la Guerra de Sucesión, primero en el bando borbónico y luego en el de los partidarios del archiduque Carlos de Austria, hasta el 11 de septiembre de 1714, y que cayó herido en la última carga de los ciudadanos de Barcelona contra las tropas francesas que asediaban la ciudad).
No quiero decir con lo anterior que haya encontrado a nadie que piense que realmente la novela son las memorias de Martí Zuviría, su protagonista; pero sí que
me he topado con quien alaba el trabajo de documentación realizado por Sánchez Piñol para acabar concluyendo que lo escrito podría haber salido de la pluma de ese Martí Zuviría y que, por tanto, leer el libro es un equivalente a conocer lo que hacían y pensaban los barceloneses de comienzos del siglo XVIII (de hecho, alguien ha escrito que la novela "
dibuja un riguroso análisis histórico y antropológico del sitio de 1714").
La verdad es que no es esa mi opinión, sino casi la contraria. La obra contiene -a mi juicio- un planteamiento anacrónico que la muestra claramente como fruto de la mentalidad de nuestro siglo XXI, muy alejada en algunos aspectos de lo que pensaban las personas del siglo XVIII, y que es más un instrumento de propaganda que otra cosa. Básicamente "Victus"pretende presentar la Guerra de Sucesión como un enfrentamiento entre castellanos y catalanes y justifica la rebelión catalana de 1713 en un pretendido espíritu nacional que supondría un adelanto de cien años respecto al efectivo nacimiento del nacionalismo. Encaja "Victus", por tanto, en la presentación mítica de la Historia de Catalunya que realiza el nacionalismo catalán y que pretende que los últimos trescientos años no han sido más que los de la ocupación militar de Catalunya por España, los que siguieron a una guerra total entre las dos naciones en la que los españoles (castellanos), ayudados por los franceses, consiguieron finalmente imponerse a los catalanes; aunque estos han rechazado tenazmente los intentos de asimilación emprendidos por sus pluriseculares enemigos.
Evidentemente, esto es una pura ficción. Por mucho que se pretenda la Guerra de Sucesión fue una guerra dinástica en la que Felipe y Carlos encontraron partidarios en unos y otros Reinos, habiéndose producido alternancias en los apoyos que estos dieron a ambos candidatos, de tal forma que propiamente nos encontramos con la primera Guerra Civil de España. En realidad, leyendo el libro de Sánchez Piñol, si nos dejamos de las soflamas que se van soltando aquí y allá, y nos quedamos con los hechos que se relatan esta condición de guerra civil y dinástica de la Guerra de Sucesión aparece con bastante claridad. Quizás sea por esto que el autor parece precisar la introducción de unos largos discursos que, contradiciendo lo que narra, intentan reconducir el relato a la mistificación oficial de la Historia Catalana que laboriosamente han ido construyendo los aparatos de propaganda del catalanismo.
Reproduciré aquí uno de estos interludios reflexivos que nos recuerdan el "verdadero" sentido de la Guerra de Sucesión. Está en el capítulo 5 de la segunda parte:
"Siempre igual, los generales extranjeros parecían incapaces de entender nada de nada. No querían darse cuenta de que Cataluña y Castilla estaban en guerra exactamente del mismo modo que Francia e Inglaterra; que España era un nombre bajo el que se ocultaba una realidad que se apoderaba de la política, el comercio y, si me lo permiten, hasta del sentido común. Un campo de batalla entre dos formas opuestas de entender el mundo, la vida, el todo (...) Pero los madrileños jamás tolerarína al Karlangas como rey, jamás, y no porque fuera un rey austriaco, sino porque era el rey de los catalanes". Fin de la cita (como se dice ahora).
Hay más de estas reflexiones a lo largo del libro, tan ajenas a la mentalidad de comienzos del siglo XVIII como puede serlo un tratado de física cuántica a un alquimista medieval. Los hechos, sin embargo, son tozudos, y se cuelan, incluso, por los intecisos que deja la obra de mampostería propagandística que construye Sánchez Piñol. Así, por ejemplo, en el capítulo 11 de esta segunda parte el autor no puede dejar de apuntar que "Las clases populares barcelonesas siempre habían sentido aquella guerra dinástica entre Austrias y Borbones como algo esencialmente ajeno a ellos". Pero ¿no habíamos quedado en que no era una guerra dinástica, sino una guerra entre Cataluña y Castilla? ¿Cómo es posible entonces este alejamiento de las clases populares? ¿No sentían estas clases populares que la guerra que se libraba desde hacía diez años (la cita se corresponde al año 1713) era una guerra que les afectaba como catalanes frente a los castellanos? Más adelante, la novela da cuenta de cómo los "botifleros", los partidarios del Rey Felipe, dejaron Barcelona tras adoptar la Junta de Brazos de las Cortes la decisión de rebelarse contra él; y por lo que parece no eran pocos, lo que no encaja con la idea de un pueblo catalán férreamente identificado con el Rey Carlos (el suyo) frente al Rey de los castellanos. En el libro también se hace referencia aquí y allí a pueblos "botifleros" (Mataró, por ejemplo), lo que casa más con la idea de Guerra Civil que en realidad fue la Guerra de Sucesión que con una pretendida Guerra de Cataluña contra Castilla.
Este divorcio entre lo que se narra y lo que se quiere que interprete el lector se da hasta en un punto clave del relato: si Martí Zuviría es el protagonista de la novela, el héroe de la resistencia de Barcelona es Antonio de Villarroel, presentado como un general dotado de todas las virtudes posibles, tanto militares como humanas, una persona que es imposible que te caiga mal, el padre o abuelo perfecto, digno, valiente, preocupado por sus subordinados, inteligente y con una integridad a toda prueba... y castellano (aunque nacido en Barcelona). En "Victus" Martí Zuviría se pregunta por qué se eligió a "don Antonio" para dirigir la defensa de Barcelona siendo castellano como era. El propio Zuviría se responde diciendo "Vete a saber". Pues hombre, la respuesta es fácil, porque no se trataba de una guerra entre castellanos y catalanes, sino entre partidarios de Felipe V y partidarios de Carlos III, y ahí se juntaban castellanos con catalanes y catalanes con castellanos. Había castellanos partidarios del Austria y catalanes que apoyaban al Borbón. Así de fácil. Otra cosa es que si se pretende convertir la Guerra de Sucesión en lo que no es empiecen a aparecer cosas que no encajan; pero eso es por pretender darle un sentido que no tiene. Y por mucho que se haya repetido (y lo que se repetirá a partir de ahora) que el 11 de septiembre de 1714 fue la derrota de Cataluña lo cierto es que entre los vencedores también había catalanes que no se merecen esta "retirada del carnet" retroactiva.
Así pues, "Victus" se presenta como una obra que se enfrenta al dilema de contar con detalle una guerra dinástica, pero presentándola como lo que no era, una guerra entre Cataluña y Castilla. Hasta ahora hemos visto cómo los hechos se pretenden matizar con discursos que para nada encajan en la mentalidad del siglo XVIII; pero aún hay más, y es que en la obra se aprecia alguna omisión que resulta en este sentido harto sospechosa. Si por lo visto hasta ahora podemos pensar que la manipulación es simplemente consecuencia de una lectura sesgada de la Historia, propia de quien se ha creído la propaganda nacionalista y es ya capaz de reconducir todos los hechos a esta particular perspectiva, las ausencias y sutiles tergiversaciones son ya indicios de una tarea más sibilina de manipulación.
Esta manipulación se manifiesta, sobre todo, en la discreción con que se aborda el tema del cambio de bando de Cataluña durante la guerra. En el libro se llega a decir que Cataluña había sido fiel al Archiduque Carlos desde el comienzo de la guerra (capítulo 10 de la segunda parte). Eso es falso. Lo que no se cuenta en el libro es lo siguiente:
Cuando muere Carlos II, Felipe V (IV en Cataluña), el heredero designado en el testamento del monarca, pasa por Cataluña, jura las Cortes, es reconocido como conde de Barcelona, otorga privilegios y recibe donativos. En los años siguientes, sin embargo, comienza a construirse una oposición austracista en Cataluña que se va extendiendo por distintas partes del Principado. En 1705 se llega a un acuerdo entre algunos autoproclamados representantes de Cataluña e Inglaterra para cooperar en la instauración del Archiduque Carlos como Rey de España. Los sublevados en el interior de Cataluña se unen a las tropas inglesas, holandesas y autriacas desembarcadas y comienza el sitio de Barcelona que se extiende desde agosto hasta octubre de 1705. Los sitiadores (recordemos, los partidarios del Archiduque Carlos)
toman el castillo de Montjuic y desde allí comienzan a bombardear la ciudad. Finalmente, ésta capitula.
A partir de ese momento (octubre de 1705) las instituciones catalanas son partidarias del candidato austriaco y opuestas al Borbón; pero, como vemos, esta opción no fue la que se siguió desde el comienzo de la guerra ni parece que la causa del cambio de bando fuera la falta de respeto de Felipe IV por las libertades y constituciones catalanas, que había ratificado en 1701, sino una opción de algunos notables catalanes que consiguieron acabar imponiéndola en una operación militar, política y de propaganda. Todo esto no sale en la novela, y no tiene por qué salir; como obra literaria puede hacer las opciones que tenga por convenientes y en este caso opta por comenzar la acción en 1705 con lo que se ahorra tener que contar las Cortes catalanas reunidas por Felipe IV en 1701 y el sitio de Barcelona de 1705. Como es una obra de ficción también es legítimo (¡faltaría más!) que cuente todas las mentiras y falsedades que tenga por conveniente; pero, por favor, en ese caso que no se tome -como la están tomando algunos- como verísima crónica.
Ya digo que en este punto que comento a la novela se le va la mano porque mantiene que Cataluña fue fiel a Carlos desde el comienzo de la guerra y esto es, directamente, falso. Ahora bien, hay un detalle que podría parecer menor pero que a mí, lo reconozco, me sorprendió negativamene al leerlo, como si el autor quisiera darme gato por liebre; y de una forma tan sutil que casi me provocó una ligera náusea. Me explico.
Tal como acabo de contar, la ciudad de Barcelona sufrió dos sitios durante la Guerra de Sucesión, el que todos conocemos, el de 1713-14 y otro del que casi nadie sabe casi nada, el de 1705. El sitio de 1705 no encaja en la historia oficial del catalanismo porque en él (en el sitio de 1705) la ciudad de Barcelona se mantenía fiel a Felipe IV y los sitiadores eran los teóricamente partidarios de las libertades catalanas. Una Barcelona, capital de Cataluña, resistiendo en favor del Rey Borbón no es acorde con la mistificación de que la Guerra de Sucesión fue una guerra de Cataluña contra España. Pero es que, además, durante el sitio de 1705 se bombardeó por primera vez la ciudad desde Montjuic. Los "catalanes" (asumamos aquí por un momento la perversa dialéctica que convierte a los partidarios del archiduque Carlos en catalanes y a los partidarios de Felipe en castellanos o botifleros) ocuparon el castillo y bombardearon a los pacíficos ciudadanos de Barcelona provocando horrores sin cuento. Evidentemente esto no encaja, y si se relatara perdería fuerza lo que se cuenta en el libro sobre cómo en 1713 el ejército borbónico, rompiendo las reglas de los asedios, dirigió sus cañones contra la ciudad y no contra sus murallas. ¡Diantre! pues en 1705 es lo que ya habían hecho los austracistas contra la misma ciudad de Barcelona. Mejor, por tanto, pasar por alto este sitio y centrarnos en el de 1714, parece que pensó el autor.
Y aquí es donde llega la impostura que más me ha indignado en todo el libro. Resulta que en un momento dado, en concreto en el capítulo 2 de la segunda parte, aparece una bala de cañón oculta en una casa de Barcelona. Lo que se dice en "Victus" es esto literalmente:
"La masa de cera derretida ocultaba una bala de cañón. Vete a saber tú si era del bombardeo de la flota francesa de 1691, del asedio de 1697, de los combates que siguieron al desembarco de los aliados en 1705 o de qué otra batalla".
Bien, curiosamente en esta enumeración se olvida (antes no lo he mencionado por no extenderme) del bombardeo que sufrió la ciudad en 1704 por una flota partidaria del archiduque Carlos (cuando Barcelona se mantenía fiel a Felipe); pero lo que más me irrita es que el sitio de 1705 sea convertido en "los combates que siguieron al desembarco de los aliados en 1705" ¡Pero qué combates! ¡Un sitio con todas las de la ley que duró tres meses y en el que la ciudad, y no solamente sus murallas, fueron bombardeadas por los "defensores de la tierra". Esto no puede ser casualidad ni torpeza. Esta frase me confirma que más allá de la literatura la propaganda es el eje de esta obra y, lo peor, que está consiguiendo lo que se proponía porque muchos se toman en serio este cúmulo de datos trufados con valoraciones y hábiles distorsiones que parece tener solamente un objetivo: mantener que los españoles tenemos que seguir odiándonos, porque, como dice el autor en algún punto "En realidad España no existe; no es un sitio, es un desencuentro".
Pues sí, quizás sea un desencuentro; y en gran parte este desencuentro es causa de no ser rigurosos con nuestra historia y falsearla para que todo sea un cuento de buenos y malos. Lamento profundamente que desde ya todo sean loas a los caídos en 1714 y con tanta facilidad nos olvidemos (porque no interesan) de los caídos en 1705. Y lamento aún más que los argumentos de la política de hoy sea lo que (no) pasó hace trescientos años. Por favor, que dejen de tomarnos el pelo. Gracias.