Todos o casi todos sabemos quién es Esther Quintana, la mujer que perdió un ojo en noviembre de 2012 como consecuencia de un impacto recibido mientras participaba en una manifestación que se desarrollaba por las calles de Barcelona. Desde el principio Esther Quintana mantuvo que sus heridas habían sido causadas por una pelota de goma disparada por la policía y varios testigos corroboraban aquella versión, a la que tuvo que salir al paso el entonces consejero de Interior, Felip Puig.
La policía, en vez de intentar localizar a su agresor, se limitaba a preparar su exculpación (la de la policía), como si la delincuente fuera la propia Esther, cuyo único "crimen" había sido ejercer un derecho constitucionalmente amparado como es el de manifestación
Recuerdo la contundencia con la que el consejero negó que se hubieran utilizado pelotas de goma durante la manifestación en la que Esther Quintana había resultado herida. Incluso en sede parlamentaria Felip Puig mantuvo que la policía nada tenía que ver con la mutilación de la señora Quintana.
Ya en la primera comparecencia del consejero hubo algo que me sorprendió profundamente: podría asumir que realmente la pérdida del ojo de Esther Quintana no había sido consecuencia del lanzamiento de una pelota de goma; pero si así fuera ¿cómo es que la policía se desentendía de la investigación de un hecho tan grave? ¿Sufrimos los ciudadanos una agresión en la calle que provoca la pérdida de un ojo y la policía no lo investiga? ¿No es función de la policía proteger la integridad física de los ciudadanos e investigar los casos en los que de forma violenta se produce una mutilación como la sufrida por Eshter Quintana? Podría, como digo, hacer el esfuerzo de creerme la versión del consejero Puig, pero si eso hiciera no tendría más remedio que concluir que en la misma noche del incidente la policía tendría que haber visitado a la herida para recabar todos los detalles de la agresión sufrida con el fin de investigar sus circunstancias y localizar a los responsables de la misma.
Parece ser que nada de eso sucedió. De acuerdo con el relato de Esther Quintana ninguna visita, ni siquiera de cortesía, recibió. Ninguna investigación se abrió para localizar a los culpables y el papel de la Consejería de Interior fue el de negar tajantemente su responsabilidad, sin que pareciera que su participación en el incidente debiera ir más allá de esta exculpación. Incluso se llegó a insinuar que la pérdida del ojo podría haber sido consecuencia del impacto de alguno de los objetos que habían lanzado los manifestantes; como si tal cosa tuviera que poner fin al debate.
No es fácil describir la desazón que me produjeron aquellos acontecimientos. Ciertamente, es lamentable que una persona pierda un ojo; pero más allá de eso me preocupaba que el consejero de Interior tratara a dicha persona no como un ciudadano que merece la protección de la policía, sino como un extraño que no ha de esperar amparo de las autoridades al haber sido herida, precisamente, por sus compañeros de manifestación. Pareciera que la policía y los manifestantes formaban parte de grupos diferentes y que, por tanto, quien había sido herido "por los suyos" no podía esperar la ayuda de los otros, en este caso la policía.
Me imaginaba el desamparo de Esther Quintana. No solamente había sido herida de gravedad y sufrido secuelas permanentes, sino que, además, pareciera que se la culpara a ella de su desgracia. La policía, en vez de intentar localizar a su agresor, se limitaba a preparar su exculpación (la de la policía), como si la delincuente fuera la propia Esther, cuyo único "crimen" había sido ejercer un derecho constitucionalmente amparado como es el de manifestación. La perversión había llegado hasta el punto de que los ciudadanos que ejercían sus derechos eran tratados ya no como delincuentes, sino como enemigos.
Y digo como enemigos y no como delincuentes porque en un Estado democrático y de Derecho incluso los delincuentes han de recibir el amparo de las autoridades cuando son agredidos por otros delincuentes. Si se produce un ajuste de cuentas entre mafiosos la policía lo investiga e intenta localizar a los agresores. La actitud de Felip Puig en este caso, inhibiéndose en la investigación de las heridas sufridas por Esther Quintana era, en cambio, la de un general victorioso que tras una batalla creyera impensable identificar a los autores de los muertos sufridos por el enemigo.
El único elemento positivo de todo esto es comprobar cómo una ciudadana anónima, Esther Quintana, está consiguiendo que la inmensa mentira que contra ella habían tejido ciertas autoridades se comience a desmoronar
Así me sentía yo como ciudadano tras escuchar las explicaciones que daba Felip Puig. Me indignaba menos que, poco a poco, vídeo a vídeo, fuese demostrándose que lo que había dicho en sus primeras comparecencias fuera falso, incluido lo que había informado en el Parlamento autonómico, que el desprecio profundo hacia los ciudadanos que se derivaba de su actitud. Como ciudadano exijo que la policía me proteja y garantice que puedo ejercer mis derechos, incluido el de manifestación. Me niego a admitir que la policía y quienes ejercen sus derechos constitucionales hayan de verse como grupos antagónicos, enfrentados. Este planteamiento es la negación misma de las bases estructurales de nuestro Estado.
A mi juicio se destacó poco en su momento esta perspectiva, asumiendo unos y otros que todo se reducía a probar si la policía había o no efectuado los disparos y dejando de lado que, en cualquier caso, se hacía dejación de la función de protección de los ciudadanos y de sus derechos que es esencial a las autoridades y, especialmente, a aquellas que son responsables de la seguridad y del orden.
Pasado más de un año resulta que la investigación judicial ha llegado a la conclusión –provisional- de que la versión que merece más crédito es la de Esther Quintana y no la de la policía. Es, quizás, por tanto, la hora de volver sobre este asunto y exigir las responsabilidades que corresponden, que, por cierto, son gravísimas:
- Incluso si asumiéramos como cierto que la pérdida del ojo de Esther Quintana no fue consecuencia del lanzamiento de una pelota de goma, resultaría que la no investigación de la mutilación sufrida por la Sra. Quintana implicaría una pasividad intolerable por parte de las autoridades.
- Dado que las sucesivas informaciones han ido mostrando que la versión inicial de Felip Puig y las posteriores que iban matizando a la primera eran falsas, sería preciso determinar por qué a los ciudadanos y a los diputados no se les facilitó toda la información existente sobre el caso.
- Dado que ahora la investigación judicial considera más verosímil la versión de Esther Quintana que la ofrecida por el Departamento de Interior, se hace necesario determinar por qué se dispararon el 14 de noviembre de 2012 pelotas de goma, por qué se mintió sobre su utilización y por qué se negó protección a una ciudadana, Esther Quintana, en un trance tan duro como el que tuvo que pasar.
En otros países cada uno de los puntos anteriores sería suficiente por separado para que los responsables políticos de este escándalo quedaran postergados para siempre de la vida pública. Todos juntos darían lugar a depuraciones, investigaciones internas y explicaciones sinceras y creíbles a los ciudadanos. Nada de esto está pasando aquí, lo que es desolador como constatación de la escasa cultura democrática de nuestra sociedad.
El único elemento positivo de todo esto es comprobar cómo una ciudadana anónima, Esther Quintana, está consiguiendo que la inmensa mentira que contra ella habían tejido ciertas autoridades se comience a desmoronar. Aún hay lugar para la esperanza cuando David es capaz de derrotar a Goliat. Es por eso que hoy siento que David somos todos, que todos somos Esther Quintana.
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