No fueron muchos los
alemanes que se opusieron activamente al nazismo. Los casos de disidentes en el
régimen nacionalsocialista pueden contarse con los dedos de las manos, lo que
hace, sin duda, que tengan más valor los ejemplos de oposición activa al
nacionalsocialismo y, a la vez, debamos preguntarnos por las causas de que un régimen
tan alejado de los valores democráticos, tan autoritario y opresor, tan dañino
para la sociedad alemana y el Mundo hubiera gozado del alto grado de aprobación interna
del que disfrutó.
No podemos achacar esta ausencia de oposición a la falta de cultura democrática de los alemanes, quienes
habían vivido en un régimen democrático con posterioridad a la I Guerra
Mundial y sin que pudiera calificarse de dictatorial el que tuvieron durante al
época del Imperio, ya que el Parlamento (Reichstag), elegido por sufragio universal (masculino) desde 1871, gozaba de amplias competencias. Tampoco podemos justificar esta
falta de oposición en una carencia de valores o convicciones cívicas. Los
resistentes al nazismo mostraron, como veremos, coraje y coherencia, y
seguramente no eran excepcionales en un país que durante los meses finales de
la I Guerra Mundial e inmediatamente posteriores a su finalización vivió
convulsiones revolucionarias de gran intensidad.
La explicación de lo
reducido de la oposición al nazismo quizás se encuentre en la dificultad
objetiva que podía existir para identificar lo correcto en una sociedad
dominada por la propaganda y un relato arrollador que había sabido penetrar en
todos los ámbitos, desde el obrero e industrial hasta el académico o el
ejército. En estas circunstancias resultaría probablemente difícil alejarse de
la perspectiva común y atreverse a mirar la realidad con otros ojos. No tengo
pruebas de esto y se limita a una intuición, pero imagino que lo realmente
difícil en la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX era hacer el esfuerzo
de distanciamiento que era preciso para percibir las incoherencias del relato
oficial y asumir la necesidad de conseguir un cambio en un régimen que gozaba
de una amplia aprobación entre la población en general.
Es por esto que lo que más
destaco de quienes se opusieron al nazismo es esta capacidad de pensamiento
propio, de análisis objetivo y de raciocinio. Seguramente era más difícil
alcanzar la convicción de que se vivía en un régimen equivocado que, una vez,
encontrada esta convicción, hallar el valor para actuar. Ciertamente el régimen
era brutal, pero probablemente el temor a la cárcel, la tortura o la muerte era
menos paralizador que el inicial de apartarse de los planteamientos comunes,
los aparentemente asumidos por la generalidad de la población y transmitidos
por los medios de comunicación, entonces ya poderosos, en forma de periódicos,
radio o cine.
Seguramente hacemos poco por
recordar aquellos hombres y mujeres que en momentos difíciles tuvieron la
dignidad de oponerse a lo que todos indicaban que era lo correcto. Todos y
cada uno de ellos merecerían un recuerdo muy especial, y aquí me ocuparé de un
grupo que es, quizás, el más conocido de entre ellos, “La Rosa Blanca”. Este
grupo estaba integrado por cinco estudiantes y un profesor, aparte de otros
colaboradores, todos ellos de la Universidad de Múnich. Tras distribuir
folletos y realizar pintadas por la ciudad, el jueves, 18 de febrero de 1943,
Hans y Sophie Scholl, hermanos e integrantes del grupo, se dirigieron al
edificio principal de la Universidad portando en una maleta 1700 copias de un
panfleto antinazi. Aprovechando el momento en que estudiantes y profesores
permanecían en el interior de las aulas durante la clase de la mañana,
distribuyeron sus panfletos por el edificio. Jakob Schmid, bedel de la
Universidad, les descubrió y detuvo. Tras ser interrogados por las autoridades
académicas, éstas les entregaron a la Gestapo. El lunes, 22 de febrero, cuatro
días después de haber sido detenidos, fueron juzgados por traición y condenados
a muerte. Junto con ellos fue también condenado a muerte Christoph Probst,
estudiante de Medicina detenido el sábado 20 de febrero por estar implicado en
la redacción y distribución de los panfletos encontrados a los hermanos Scholl.
El mismo día 22, a las cinco
de la tarde, en Stadelheim, la prisión de Múnich, los tres condenados fueron
decapitados. Habían pasado poco más de cien horas desde el momento en el que
Hans y Sophie habían sido descubiertos por Jakob Schmid en el hall del edificio
principal de la Universidad. En los siguientes meses, otros tres miembros del
grupo fueron condenados a muerte y ejecutados.
La historia de este grupo ha
sido trasladada al cine varias veces y quizás de esta forma es más fácil que
conectemos con este drama vivido hace setenta años. Me tropecé con la historia
de “La Rosa Blanca” hace un tiempo y me impresionó profundamente. En tiempos
difíciles sus protagonistas tuvieron lucidez para identificar al mal, incluso
en contra del pensamiento dominante; inteligencia para combatirlo con la
palabra; sabiduría para renunciar a la violencia: valor para enfrentarse al
poder y entereza para asumir las consecuencias de sus actos.
Recordándolos a ellos
recordemos también a aquellos que con igual lucidez, inteligencia, sabiduría,
valor y entereza se enfrentaron y enfrentan a la injusticia; pero sin la
fortuna de ver a sus enemigos derrotados.
Para mi la palabra
“antifascista” se vincula a personas como los integrantes de “La Rosa Blanca”,
que me merecen un enorme respeto y admiración.
Kurt Huber (24.10.1893-13-07-1943).
Will Graf (02.01.1918-12.10.1943
Dar la vida siempre es estremecedor. La más joven del grupo, Sophie Scholl, murió con 21 años. Si no hubiera sido ejecutada hace 73 ahora podría tener 95 años, seis más que el papa emérito Benedicto XVI, quien fue contemporáneo suyo y que también vivió la Alemania nazi siendo un adolescente. Podemos imaginar cuánto no vivieron estos jóvenes estudiantes y el profesor Huber como consecuencia de sus convicciones.
Recordémosles.
El sexto panfleto de la Rosa Blanca, el que fue difundido el 18 de febrero de 1943
Y su traducción al español: