Me voy a meter en camisas de once varas.
Lo voy a hacer porque hablaré de economía sin ser economista y de cuestiones que requieren análisis de datos de los que solamente dispongo parcialmente. Por todo ello es posible que algunas (o todas) de las cosas que diga a continuación puedan ser objeto de crítica, estén desenfocadas o resulten falsas; pero aún así me animo a escribir esta entrada porque el elemento fundamental de la hipótesis que mantendré es cierto, no se cuestiona, y, sin embargo, está presente mucho menos de lo que sería deseable en el debate público; lo que resulta extraño y peligroso.
I. Introducción
El tema es, como indica el título, los salarios, la permanente y acelerada rebaja de la retribución de los trabajadores tanto en España como en el resto de países de nuestro entorno. Es, evidentemente, un tema que preocupará o interesará a casi todos y sobre el que, sin embargo, se realizan pocos análisis o, al menos, son pocos los que despiertan el interés de los políticos y los medidos de comunicación; desde luego muchos menos de los que serían adecuados en función de la repercusión que el tema de los salarios tiene en la economía y en la sociedad.
El dato al que antes me refería que resulta indubitado pero del que sin embargo se habla poco, es el de que la participación de los salarios en el PIB es cada vez menor, tanto en España como en el resto de los países (puede consultarse el
Informe Mundial sobre Salarios 2012/13 de la OIT, pp. 60 y ss.) Se incide poco en que más allá de que la crisis ha hecho disminuir el tamaño del pastel (el PIB) la participación de los asalariados en ese pastel es cada vez más pequeña, y este fenómeno de la disminución de la participación de los salarios en el PIB no se limita a los últimos años, se trata de una disminución que se viene produciendo desde hace décadas. A mi conocimiento no hay un gran debate sobre esto, asumiéndose casi como una ley natural; como algo inevitable. Me parece que esta actitud tiene poco de científico y bastante de ideológico. Tendremos que volver sobre ello más adelante.
La participación de los salarios en el PIB es, por otra parte, un dato que debería ser considerado cuidadosamente, pues parece que existen ciertas coincidencias entre una alta participación de los salarios en el PIB y una sociedad equilibrada y con una buena calidad de vida; mientras que una participación menor de los salarios en el PIB coincide con problemas económicos y sociales para la sociedad de que se trate. No digo que haya una relación de causalidad entre ambas cosas (todavía) pues es sabido que los economistas se ceban en estas inferencias subrayando en rojo este tipo de argumentos, y suelen regodearse recordando que el que dos fenómenos coincidan no quiere decir necesariamente que uno sea causa del otro; pero dejo apuntada de momento esa coincidencia entre alta participación de los salarios en el PIB y cierta "salud" en la economía y en la sociedad y baja participación de los salarios en el PIB y problemas para la economía y la sociedad.
En este sentido puede consultarse el cuadro que figura en la p. 18 del
Informe sobre la Coyuntura Económica de Andalucía (julio de 2013), donde se comprueba como mientras la remuneración de los asalariados en porcentaje del PIB es de casi un 55% en Francia y de más de un 50% en Eslovenia, Bélgica, Alemania, Países Bajos y Finlandia; en España ese porcentaje baja hasta el 45% y en Grecia, curiosamente, no llega ni siquiera ¡al 35% del PIB!
II. Las causas
A partir de la constatación que hacíamos en el apartado anterior, debemos preguntarnos por las razones de esta disminución de la participación de los salarios en el PIB. En principio estas causas resultan bastante evidentes, y para ello tenemos tan solo que considerar el salario como aquello en lo que los economistas insisten: un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo en el seno del mercado laboral.
Lo del "mercado laboral" se repite tanto y se encuentra tan asumido que parece tan inevitable como la salida y puesta del sol, las lluvias monzónicas o el frío invernal; pero tal como veremos, el mercado no es el único mecanismo posible para que empleadores y trabajadores intercambien sus "productos", el salario y la fuerza de trabajo; pero es el que tenemos ahora: los trabajadores ofrecen sus servicios y los empleadores solicitan aquella fuerza de trabajo que precisan para sus empresas. A partir de aquí el salario se fija, en principio, por la concurrencia de la oferta y la demanda de trabajo. Cuanta mayor es la oferta de trabajo a igualdad de demanda el salario será menor, cuanta menor sea la oferta de trabajo mayor será el salario (si la demanda de trabajo no varía). Desde la perspectiva de la demanda de trabajo resultará que un aumento de dicha demanda hará aumentar los salarios y una disminución de la misma hará que los salarios bajen. Parece intuitivamente tan evidente que no creo que precise una gran demostración.
Considerando, por tanto, el salario como un elemento del mercado de trabajo es tentador vincular la bajada que en su conjunto ha experimentado en España y en los países de nuestro entorno en los últimos lustros, a variaciones en la oferta bien de la demanda bien de la oferta de trabajo. Mi hipótesis (que seguramente es trivial
para quienes se dedican a estudiar estos temas) es que se han experimentado tensiones en el salario derivadas tanto de un aumento de la oferta de trabajo como de una disminución de la demanda.
En lo que se refiere a la oferta de trabajo, creo que la globalización ha implicado un cambio relativamente rápido y profundo en los mercados laborales de los países desarrollados. Hasta hace unas décadas los mercados laborales eran fundamentalmente nacionales. Las empresas de cada país contrataban a trabajadores del país y colocaban sus productos y servicios casi en su totalidad en el país del que procedían los trabajadores. La globalización cambió eso: en la actualidad (y desde hace más o menos veinte años) se ha extendido la producción en países donde la mano de obra es más barata para luego colocar los productos o servicios en países desarrollados. Ello es posible por la disminución de los aranceles y otras trabas al comercio internacional de bienes y servicios. Hace tres o cuatro décadas no presentaba interés fabricar productos baratos fuera de los mercados en los que iban a ser colocados tales productos porque en la frontera serían gravados con impuestos que evitarían que en su comercialización pudieran beneficiarse de los bajos costes de producción. Los trabajadores de los países menos desarrollados no competían directamente con los de los países desarrollados; por eso el mercado laboral era básicamente nacional.
Actualmente la situación ha cambiado. Quien pretende ser contratado en una fábrica de automóviles de Barcelona está compitiendo con los trabajadores de países de Asía, África o Latinoamérica que pueden ofrecer sus servicios al empleador, quien puede decidir libremente si instala su fábrica en España, en Ucrania o en Chile (por decir algo). Coloque donde coloque la fábrica sus productos podrán circular igualmente por todo el mundo. De esta forma, la mano de obra de todos los países compite entre sí de forma directa o indirecta, lo que hace que aumente la oferta de mano de obra lo que hará que los salarios tiendan a bajar.
El desarrollo de las tecnologías de la comunicación ha facilitado esta integración de los mercados laborales. Un ejemplo que todos habremos experimentado es de los teleoperadores de las diferentes compañías ¿desde dónde nos estarán llamando para ofrecernos un contrato para el móvil o un crédito? Es solamente un ejemplo de cómo los prestadores de servicios también se han visto favorecidos por la integración económica mundial.
Ahora bien, la tensión a la baja de los salarios no solamente responde a un aumento de la oferta de trabajo; sino también a la disminución de la demanda. Las nuevas tecnologías, que facilitan como acabamos de ver la integración de los mercados laborales, llevan a que sean precisas menos horas de trabajo que hace tres o cuatro décadas para llegar al mismo resultado. La edición de un libro o de un periódico no precisa linotipistas, las labores de secretariado se ven facilitadas con la sustitución del papel carbón por los procesadores de textos, la localización de un dato ya no precisa horas de manejo de enciclopedias y diccionarios, la gestión de una cadena de montaje se puede hacer desde una mesa con un ordenador que controla a los robots que van ensamblando las piezas, etc. Ya no son precisos tantos trabajadores como antes para hacer las mismas tareas. Es cierto que con el paso del tiempo las tareas que han de ser realizadas también aumentan; pero la impresión que tengo es que en este momento (y quizás también como consecuencia de la crisis) la velocidad con la que el trabajo humano es sustituido por trabajo mecánico supera la velocidad con la que se incrementa la producción. El resultado a partir de ahí no puede ser otro que la disminución de la demanda de trabajo, lo que unido a la disminución de la oferta lleva a una tensión hacia la baja de los salarios.
III. Las consecuencias
Esta es la situación que vivimos actualmente. La crisis ha puesto de relieve de una forma dolorosa algo que se venía incubando desde hacía diez o quince años: el aumento de la oferta de mano de obra en los países desarrollados (consecuencia fundamentalmente de la globalización), unida a una cierta disminución de la demanda de trabajo conduce a que la lógica del mercado empuje los salarios hacia abajo: las personas están dispuestas a trabajar por menos dinero.
La tensión hacia bajo, sin embargo, no es solamente de los salarios, sino también de las condiciones laborales. Quienes desean trabajo están dispuestos a trabajar por menos dinero y a hacerlo en peores condiciones que hace unos lustros. Así, es posible exigir jornadas que superen las ocho, nueve o diez horas; semanas laborales de seis o siete días y carencia de vacaciones. Este empeoramiento de las condiciones laborales lleva, a su vez, a una disminución de la demanda de trabajo; pues un solo trabajador puede hacer el trabajo quizás de un trabajador y medio o de dos trabajadores hace unos años. Evidentemente esta disminución de la demanda empujará todavía más hacia abajo salarios y condiciones laborales. Esto es, entramos en un círculo vicioso en el que, si dejamos la regulación de las condiciones laborales (entre ellas el salario) a la lógica del mercado el resultado final no puede ser otro que salarios de mera subsistencia en las peores condiciones laborales que pueda soportar el ser humano. Lo que digo no pretende ser demagógico ni tremendista, es una consecuencia lógica de mantener que el salario debe fijarse de forma libre en el mercado cuando en ese mercado existe un exceso de mano de obra en relación a la demanda de trabajo existente.
Claro está que en este escenario, en un mundo en el que los trabajadores tendrán solamente salarios de subsistencia, la demanda global de bienes y servicios disminuirá, lo que, a su vez, traerá como consecuencia una disminución de la demanda de trabajo y, por tanto, una nueva disminución del salario y un empeoramiento de las condiciones laborales. En definitiva, el círculo vicioso se convierte en un agujero negro con el potencial de engullirse todo nuestro sistema económico.
Esta es la situación que nos espera si consideramos fiando al mercado la fijación de los salarios. Como se puede observar el futuro no puede ser más negro, de tal forma que el mercado acabaría destruyéndose a si mismo. No existe, sin embargo, contradicción en esto; ya que el mercado no es un ser inteligente; esto es, no dispone de la capacidad para corregir sus errores a partir de lógicas diferentes a las del propio mercado. Todos podemos (o deberíamos) ver que esto es lo que pasará: nos encontraremos con una sociedad mucho más pobre e infeliz con una economía menos productiva que la actual; pero esto no impedirá que el mercado siga empujando los salarios hacia abajo porque en su "lógica" (la única que conoce) si es posible obtener el mismo servicio por menos precio nunca se pagará más por él; sería una contradicción evidente, aunque a la larga se trate de una actitud que supondrá la destrucción del operador económico. Todos los operadores económicos esperarán que sean otros lo que hagan ese esfuerzo de pagar más con el fin de beneficiarse de ello. Es cierto que si los operadores son relativamente pocos podrían llegar a acuerdos tendentes a la elevación de los salarios con el fin de favorecer la producción; pero si el número de operadores es elevado (como es esperable en un mercado mundial) sería prácticamente imposible concluir esos acuerdos. En cualquier caso, este tipo de acuerdos son una pura entelequia, lo cierto, lo que experimentamos cada día, es esa acentuada disminución de los salarios y el empeoramiento de las condiciones laborales que confirma la previsión que se hacía unas líneas más arriba.
IV. Salario y distribución de la riqueza
Creo que de lo que hasta aquí se ha expuesto resulta una consecuencia clara: seguir permitiendo que sean los mercados quienes determinen los salarios es un suicidio colectivo. Si consideramos el salario solamente como un punto de equilibrio entre oferta y demanda de trabajo nos situamos en la senda de la destrucción de todo nuestro sistema económico y, en cualquier caso, ante una sociedad en el que la pobreza alcanzará a una proporción importante de la población y en el que las desigualdades se acentuarán. ¿es ésta la sociedad que queremos?
Creo que no, que no es ésta la sociedad que quiere la mayoría, y para cambiar la situación en la que ya estamos un punto clave es precisamente considerar el salario de una forma diferente a aquella que ha sido hegemónica en el pensamiento político, económico y social. El salario no puede ser considerado solamente desde la perspectiva del mercado de trabajo, sino que tiene que ser tenido en cuenta también como lo que es: el mecanismo más importante (hasta ahora) de distribución de la riqueza de un país.
Esta perspectiva creo que no se encuentra suficientemente desarrollada. Obnubilados por la teoría económica hemos considerado siempre el salario como la contraprestación que recibe cada concreto trabajador por el servicio que presta a su empleador. Y hemos asumido que lo que pacten ambos en el marco de ese mercado de trabajo (con la intervención en su caso del poder público, que puede fijar un salario mínimo y unas mínimas condiciones laborales) es, en principio, lo que resulta justo. Ahora bien, si consideramos no el salario de cada trabajador individual, sino el conjunto de los salarios apreciaremos que el salario es también la forma en que una sociedad reparte entre los individuos las riquezas que produce. Nadie lo dispone así, nadie lo planifica (al menos conscientemente); pero lo cierto es que en cada sociedad el salario cumple esta función, y de una forma mucho más efectiva que las políticas sociales, puesto que éstas suponen un volumen menor del PIB que el conjunto de los salarios (al menos seguramente esto es lo que ha pasado hasta ahora en todos los países occidentales). De ahí la importancia de considerar el peso que tienen los salarios en el PIB, ya que este indicativo nos dirá en qué forma se distribuyen la riqueza que produce el país entre los ciudadanos, tanto los trabajadores, que son quienes reciben directamente el salario, como sus familiares, que se benefician indirectamente del mismo.
La forma en que se haga ese reparto no será en absoluto indiferente: si los trabajadores no disponen de lo suficiente para consumir se resentirá la producción (salvo que ésta se oriente a la exportación, claro; pero si el fenómeno de disminución de la participación de los salarios en el PIB se traslada del nivel regional al mundial la vía de la exportación tampoco nos servirá para nada; esto es, sería necesario determinar la proporción de los salarios en el PIB mundial y estudiar su evolución para hacernos una idea de la gravedad del problema). Por otra parte,
una menor participación de los salarios en el PIB dificultará la recaudación de impuestos, ya que las rentas del trabajo son más fáciles de gravar que las del capital. Como muestra baste comprobar que en España, donde las rentas salariales no llegan ni al 50% del PIB,
el peso de estas rentas en el IRPF es del 85%. Si la rentas del trabajo en España supusieran 10% porcentuales más sobre el PIB (situándonos en una proporción cercana a la de los países escandinavos) el aumento anual de la recaudación del IRPF podría ser del orden de los 20.000 millones de euros; seguramente una cantidad superior a la que se dejaría de ingresar por el Impuesto de Sociedades si asumimos que la mayor remuneración de los trabajadores haría disminuir los beneficios empresariales. Además tenemos que tener en cuenta que el aumento del consumo que se derivaría de que los trabajadores recibieran una proporción mayor del PIB que la que reciben actualmente implicaría también un aumento en la recaudación del IVA. De todo esto se deriva que la disminución de la proporción de las rentas salariales en el PIB implica también dificultades para la recaudación tributaria y, por tanto, limitaciones en la capacidad de actuación de las administraciones. Quizás no sea casualidad que el país de la UE donde la participación de los salarios en el PIB es menor sea precisamente Grecia, donde la crisis del sector público resulta más que evidente.
Llegados a este punto resulta que un aumento de la participación de los salarios en el PIB no solamente parece que redundaría en una sociedad más justa y equilibrada, sino también en una mayor eficiencia económica, evitando precisamente el círculo vicioso al que hacía referencia antes y que, potencialmente, podría destruir toda la economía. Ahora bien, también hemos visto que en las circunstancias actuales las reglas del mercado no permitirían conseguir este aumento de los salarios. Ante esta situación ¿qué se puede hacer?
Seguramente quienes profesen la fe económica dirán que no hay nada que hacer; que los mercados por si solos recuperarán el equilibrio, etc., etc.; pero quien haya llegado hasta aquí espero que coincida conmigo en que sugerir que los mercados corregirán por si solos la tendencia actual sería equivalente a gritar cuando el Titanic estaba ya comenzando a hundirse que no era preciso hacer nada porque el buque se reflotaría por sí solo. No veo forma en que los mercados corregirán esta tendencia a la disminución de la participación de los salarios en el PIB por lo que mi intuición es que de alguna forma ha de corregirse o intervenirse en la determinación del salario desde el exterior del mercado. Esto es, haciendo que el poder público jugué un papel determinante en la concreción de dicho salario.
Hasta ahora el poder público (el Estado, las organizaciones internacionales, los gobiernos regionales y locales) no ha sido mencionado. La lógica económica impone que el mercado pueda funcionar al margen de los poderes púbicos e, incluso, se mantiene que lo mejor que puede hacer este poder público es dejar que los mercados operen con la mayor libertad posible. Viendo, sin embargo, a lo que conduce que el mercado de trabajo opere sin tutela externa quizás fuera bueno examinar también en qué forma los poderes públicos pueden incidir en este mercado de trabajo con el objetivo -creo que coincidiremos en que se trata de un objetivo deseable- de que el reparto del PIB entre el conjunto de la población sea más igualitario que en la actualidad. Exploraremos dos acercamientos diferentes para llegar a este objetivo.
V. Soluciones (I): poder público y determinación del salario
La primera de las propuestas es que el poder público incida en el mercado laboral para conseguir una elevación de los salarios. Dicho de esta forma quizás suene como excesivamente "dirigista"; pero no se encuentra tan alejado de la realidad. Lo cierto es que más allá del dibujo ideal que algunos hacen del encuentro entre la línea de la oferta y de la demanda en el mercado laboral, factores externos han condicionado y siguen condicionando la fijación del salario. Así, por una parte, el establecimiento de salarios mínimos, práctica común en muchos países; por otro lado, la fijación de condiciones laborales mínimas; todavía más extendido que los salarios mínimos; finalmente, la existencia de mecanismos de negociación colectiva en los que participan asociaciones de empresarios y de trabajadores. Desde el momento en el que la fijación del salario no se hace a partir de una multiplicidad de operadores tanto en el lado de la oferta y de la demanda en el que ninguno de ellos por separado tiene capacidad de incidir de forma significativa en ninguna de las dos curvas (la de la oferta y la de la demanda); los mecanismos de mercado funcionan en la fijación de los salarios más como metáfora que como realidad. En cierta forma, y frente a lo que a veces se nos quiere vender; el mercado de trabajo es ahora cuando está empezando a operar realmente (y es ahora, por tanto, cuando comenzamos a ver las consecuencias de que el salario quede fijado por la concurrencia de la oferta y de la demanda), ya que hasta ahora los condicionamientos públicos impedían que tal mercado fuera una realidad en sentido estricto. Las últimas reformas abordadas en España, sin haber todavía destruido los condicionamientos externos para la fijación de precios, parecen encaminadas a instaurar ese mercado de trabajo real con los efectos que pueden imaginarse y que han sido adelantados en párrafos anteriores.
Visto de esta forma, la propuesta no sería más que mantener y, en su caso, reforzar la situación vigente hasta ahora, en la que el mercado laboral solamente puede fijar el salario dentro de unos márgenes, ya que determinadas concreciones de la concurrencia entre oferta y demanda de trabajo están excluidas legalmente. La dificultad que plantea es la de que en un mundo globalizado carecerá de eficacia el establecimiento de regulaciones que no alcancen al conjunto del mercado, sino que se limitan a determinadas áreas o regiones del mismo. El resultado inevitable de fijar unas condiciones laborales más beneficiosas que las que resultarían del juego libre del mercado sería un aumento del paro, trasladándose los empresarios a los mercados donde el factor de producción trabajo fuese más barato. Es de esta distorsión entre poder regulador y mercado real de trabajo de donde surgen las dificultades actuales: mientras el mercado de trabajo comienza a estar globalizado la regulación de tal mercado sigue siendo nacional. La propuesta, por tanto, sería que a nivel regional se desarrollaran las mismas políticas en relación a los salarios que hasta ahora habían sido establecidas por los Estados. Esto es, la UE debería regular condiciones laborales mínimas y un salario mínimo interprofesional. Ahora bien, estas medidas serían insuficientes si no se establecen mecanismos de protección frente al "dumping social" de otros países en los que las condiciones laborales se mantendrían por debajo de unos estándares mínimos. En resumen, se trata de hacer posible en un mundo globalizado las limitaciones al libre establecimiento de salarios que resultarían de un mercado laboral completamente desregulado.
VI. Soluciones (II): renta básica de ciudadanía
La aproximación anterior sería la que resultaría menos revolucionaria desde los estándares actuales; pero no es la única. Antes indicaba que los salarios son una forma de distribución de los recursos de una sociedad y que sería bueno examinarlos desde esta perspectiva y analizar las consecuencias que tiene considerarlos como un elemento de redistribución. Tradicionalmente se ha incidido más en el estado de bienestar como elemento de redistribución, y se ha mantenido que el estado social propio de la segunda mitad del siglo XX cumplía esta función, habiendo sido resultado de un pacto implícito o tácito entre las clases sociales. De acuerdo con esto, la paz social que siguió a la II Guerra Mundial en Europa Occidental y en otros países desarrollados sería consecuencia de ciertas políticas que garantizaban a todos los ciudadanos un cierto nivel de servicios. La sanidad y educación públicas, así como el sistema de pensiones serían los elementos nucleares de esta política de redistribución de recursos. Ahora bien, en el planteamiento que aquí se sigue también cierto nivel de salarios formaría parte de este "pacto" (que carece de existencia real, evidentemente, se trata tan solo de una metáfora sobre ciertos consensos sociales). De hecho, este nivel de salarios es el que permite el estado social pues, tal como hemos visto, con salarios bajos las posibilidades de obtener por vía de impuestos los recursos necesarios para mantener el Estado social disminuyen drásticamente.
Teniendo en cuenta lo anterior sería posible mantener que la determinación del salario resultara únicamente de la concurrencia entre la oferta y la demanda de trabajo, excluyéndose, por tanto, una regulación del salario mínimo o de las condiciones laborales mínimas (horarios, vacaciones, descansos, etc.) salvo que tales condiciones sean necesarias por razones extralaborales (de seguridad, lo que justificaría la regulación del horario de los conductores o de los controladores aéreos, por ejemplo); pero estableciendo mecanismos que suplan la función reparto de los bienes producidos que tiene el salario. Evidentemente, esto implicaría una reforma fiscal que permitiera que los poderes públicos obtuvieran los recursos suficientes como para convertir en eficaz tal función redistributiva. La propuesta que haría en este sentido es introducir una renta básica de ciudadanía a la vez que debería garantizarse el mantenimiento de los servicios públicos esenciales (sanidad y educación, fundamentalmente).
Quizás quienes hayan tenido la paciencia de llegar hasta aquí piensen que este planteamiento (renta básica de ciudadanía más servicios públicos universales) es meramente utópico; pero creo que las cifras no se compadecen con este escepticismo. Para ello tenemos que pensar que si tan solo el 15% del PIB español se repartiera a partes iguales entre todos los españoles cada uno de nosotros recibiría 285 euros mensuales (una familia de cuatro miembros, 1140 euros mensuales). Y eso tan solo con el 15% del PIB. Si a esto le sumamos un 9% del PIB en gasto sanitario y un 6% en educación nos encontramos con que tan solo un 30% del PIB se podría garantizar a cada ciudadano un ingreso mínimo suficiente y servicios públicos esenciales.
No parece, por tanto, que resulte imposible garantizar esta renta básica de ciudadanía manteniendo la presión fiscal por debajo del 40%,
que es la media en la Unión Europea.
Una medida como la que aquí se propone supondría que, una vez garantizados a todos los individuos el nivel de subsistencia el mercado laboral podría operar con total libertad, conjugándose, por tanto, los beneficios del mercado con la necesaria distribución justa y eficiente de los recursos de la sociedad entre todos sus integrantes. Se evitaría que la "carrera hacia abajo" en los salarios pudiera acabar afectando la dignidad de las personas y eliminaría las restricciones en la contratación que tanto parecen molestar a los "emprendedores". Al mismo tiempo se favorecería la iniciativa privada y la búsqueda de nuevos negocios, pues las personas podrían arriesgar su patrimonio sabiendo que su mínimo vital siempre estaría cubierto. Se trata de una medida que pretende "salvar"el mercado laboral una vez que se ha constatado que dejarlo operar en total libertad conduce a un desastre no solamente humano y social sino también económico (tal como he intentado mostrar en la primera parte de esta entrada).
VII. Conclusión
En definitiva, la situación actual exige que el poder público tome medidas ante la bajada de salarios que se ha producido y que, si las reglas económicas se cumplen, se continuará produciendo. Aquí se proponen dos vías de actuación. La primera de ellas reivindica el papel del poder público como regulador salarial por vía indirecta y la segunda pretende compensar los problemas que plantea actualmente la lógica de mercado en este ámbito con un mecanismo complementario que, sin embargo, permite que la determinación del salario a partir de la concurrencia de oferta y demanda siga operando. Si se me permite la frivolidad diría que la primera solución parece más "de izquierdas" mientras que la segunda podría considerarse más "de derechas". En cualquier caso algo hay que hacer, pues seguir simplemente como estamos no es ni de derechas ni de izquierdas, es de imbéciles.