“En las calles de Cataluña no se percibe
ningún conflicto lingüístico”. Esta es una de las tópicas afirmaciones sobre
las que se asentaba el Oasis catalán. La idea era que en Cataluña todo el mundo
asumía con naturalidad la coexistencia del catalán y del castellano,
coexistencia que se basaba en el uso extendido del español –sobre todo en el
área metropolitana de Barcelona- y la preeminencia oficial del catalán, tanto
en la administración como en la escuela. La necesidad de proteger el catalán,
maltratado en España desde los Decretos de Nueva Planta hasta la dictadura de
Franco, justificaba esta protección que tenía como buque insignia la inmersión
escolar, definida como “un modelo de éxito que garantiza la cohesión social”.
Evidentemente, no son más que tonterías.
Ha bastado que los tribunales establezcan que el castellano no puede ser
tratado como una lengua extranjera en el sistema educativo y que, por tanto, al
menos una materia, aparte de la lengua castellana, ha de impartirse en español,
para que la verdadera naturaleza del “Oasis” salga a la luz.
Esa modélica convivencia –ahora lo
sabemos- descansaba tan solo en la tolerancia absoluta de quienes aún no
compartiendo el ideal nacionalista, preferían amoldarse a un sistema que les
venía dado. La más mínima alteración del proyecto nacionalista (que una de cada
cuatro horas de enseñanza no universitaria tenga que impartirse en castellano)
ha provocado una reacción exacerbada.
Las imágenes que nos llegan de Mataró dan
idea del alcance del conflicto latente que ha salido a la luz. Ante la
necesidad de dar cumplimiento a las decisiones judiciales se organiza una
manifestación ante el colegio que no parece tener más propósito que intimidar a
las familias que han tenido la osadía de pedir el cumplimiento de la ley.
Si esto no es acoso se le parece.
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