I. Introducción
Estamos a horas de que se levanten las medidas adoptadas sobre la base del artículo 155 de la Constitución en relación a la Generalitat de Catalunya y es, por tanto, buen momento para hacer balance. Es lo que intentaré a continuación, y ya adelanto que lo haré desde una perspectiva subjetiva, si se me admite la redundancia. Explicaré mis valoraciones y sentimientos en los últimos meses; los de alguien que se oponía la proceso secesionista y que veía la aplicación del artículo 155 como la única vía para evitar una quiebra de la Constitución y de Estado de Derecho que nos abocaba al desastre. No pretendo que sea una perspectiva compartida, aunque mi intuición es que no pocos catalanes se identificarán en alguna medida con estas reflexiones.
II. La necesidad del 155
Me cuento entre aquellos para quienes los meses de septiembre y octubre de 2017 serán recordados como una pesadilla. A partir del 6 de septiembre se desarrolló un golpe de Estado que pretendía que la Constitución fuera derogada en Cataluña y que el territorio de esta Comunidad se convirtiera en un Estado independiente de España. Y que esta transformación se hiciera en semanas. Las leyes aprobadas por el Parlamento de Cataluña los días 6 y 7 así lo preveían: un referéndum de autodeterminación el día 1 y unos días después del referéndum la proclamación de la República Catalana, la conversión de Cataluña en un Estado independiente y, por tanto, la separación de España y de la Unión Europea.
Había conciudadanos que deseaban con todas sus fuerzas que el proceso triunfara. Recuerdo sus caras de ilusión todavía la víspera del día 10 de octubre; pero esa misma ilusión que ellos tenían era para nosotros desazón. Nos preguntábamos cómo era posible que fuéramos a perderlo todo en horas como consecuencia de la rebelión de la Generalitat y sin poder confiar en una reacción adecuada del gobierno español. Durante el mes de septiembre asistíamos estupefactos a una provocación tras otra por parte de la Generalitat que solamente era respondida en los tribunales, sin que el Gobierno de España adoptara las medidas excepcionales que requería la situación. Durante esas semanas éramos testigos de cómo no solamente la Generalitat sino también administraciones locales y otros entes daban apoyo a la rebelión, como se dirigían órdenes a funcionarios angustiados que dudaban entre obedecer a sus superiores o hacer valer sus convicciones. Conozco casos de bloqueos disimulados de la propaganda de la Generalitat por parte de servidores públicos que nunca pensaron que pesaría sobre sus espaldas la responsabilidad de determinar si la Constitución seguía aplicándose en Cataluña o era sustituida por el ordenamiento republicano. Que en aquellas semanas no se hubiera aplicado el artículo 155 y se hubiera permitido la angustia de tantos catalanes que se veían sometidos a un poder público en abierta rebeldía es el primer elemento que debe apuntarse en el "debe" de este balance. Nunca debería haberse consentido una quiebra del Estado de Derecho que implicara la convivencia de dos legalidades sobre el territorio de Cataluña, y eso fue lo que pasó en las semanas que siguieron a los días 6 y 7 de septiembre. Unas semanas llenas de posicionamientos públicos a favor de la rebelión, de la amenaza de la ocupación de la calle y del inicio de concentraciones que ya no pretendías ser manifestaciones, sino un obstáculo a la aplicación y cumplimiento de las leyes.
En aquellas semanas tuvimos una sensación infinita de desamparo. Mientras se vulneraban nuestras leyes y se destruía el marco de convivencia el mensaje que trasladaba el gobierno era que la obediencia a la Generalitat podía suponer la comisión de delitos. El Gobierno de España amenazando a los ciudadanos y sin osar quitar el poder público a quien era patente que los estaba utilizando para apartarnos de la legalidad. Como corderos al matadero.
Y todo desembocó en el 1 de octubre. Un día que golpeó a muchos que hasta entonces pensaban que todo se acabaría arreglando; sin caer en la cuenta de lo mucho que ya se había perdido. El día 1 de octubre todos eran conscientes de que había pasado algo grave. Quizás no era posible articularlo o expresarlo, pero la sensación de preocupación era palpable. Recuerdo una conversación en la Facultad de Derecho con varios compañeros el día 2. Todos estaban preocupados y uno de ellos decía: "es que vamos a convertirnos en Kosovo". Le saqué de su error: Kosovo es un territorio reconocido y amparado por la Unión Europea. La Cataluña desvinculada de España que había comenzado a nacer, de una manera formal los días 6 y 7 de septiembre y de una manera real el 1 de octubre, sería un territorio huérfano de reconocimiento internacional, separado de la Unión Europea, devorado por sus propios enfrentamientos internos, empobrecido y quebrado; en definitiva, algo mucho peor que Kosovo.
Fueron días en los que percibimos que la secesión era posible; y que también era posible un conflicto civil de consecuencias imprevistas. Las imágenes del acoso a los guardias civiles o la policía nacional, los Mossos d'Esquadra cantando en posición de firmes "Els Segadors" ante una multitud entusiasmada por la República, la convocatoria de una "parada de país" que pretendía consolidar la ruptura...
Aquellos días vi gente llorando, gente hundida, gentes que veían todo perdido, que calculaban que el conflicto podría acabar como en Yugoslavia. Fueron los días de la fuga de empresas, de la huida de ahorros, de la quiebra de la confianza y de la brutal brecha entre quienes llevaban una chispa en la mirada esperando la proclamación de la República y quienes ensombrecíamos el corazón temerosos de lo que podía pasar a la vuelta de la esquina.
Fueron días de espera. El Gobierno español alargaba los tiempos, la "prudencia" aconsejaba no tener en cuenta lo que sentíamos quienes padecíamos en Cataluña el preludio de la República. Mensajes que pretendían ser tranquilizadores; pero que en el fondo no lo eran. Salimos a la calle a gritar nuestra desesperación, a intentar conseguir la visibilidad que nos negaban tanto los nacionalistas como el gobierno de España; pero aún así tuvimos que esperar casi 20 días y una segunda declaración de independencia para que se aplicara el artículo 155 de la Constitución y se apartara del poder público a quienes lo habían utilizado para intentar poner fin a nuestro marco de convivencia, para robar nuestros datos personales, para amenazar con la utilización de la policía autonómica para sustentar la revuelta. Tuvimos que esperar a que las cancillerías y la Unión Europea se alarmaran para que el Gobierno de Madrid reaccionara; y aún así lo primero que hizo el Gobierno español fue facilitar la huida de las empresas de Cataluña, porque, claro, los ciudadanos catalanes no nacionalistas algún pecado debíamos haber cometido que no alcanzaba a la Caixa o al Banco de Sabadell. A estos últimos puente de plata para huir de la quema; pero para los ciudadanos ¿qué?
Fueron 51 días de espera desde el 6 de septiembre hasta el 27 de octubre. 47 días en que cada mañana esperábamos la cuchilla que nos separara de España y nos entregara a los nacionalistas que en sus foros más exaltados planteaban depurarnos, juzgarnos y en el mejor de los casos devolvernos esposados "a España". 51 días de duda sobre si el gobierno actuaría o dejaría que la corriente nos llevara.
III. El 155
Finalmente el 27 de octubre se aplicó el artículo 155 y las competencias de la Generalitat fueron asumidas por el Gobierno de España. A partir de ese momento los resortes de la administración autonómica pasaban al Gobierno de España.
¿Qué podía hacer el Gobierno de España? Creo que nadie esperaba nada más que el cumplimiento de la ley, pero, sinceramente, yo pensaba que tampoco se nos daría menos que eso. ¡Qué equivocado estaba!
Durante años se habían denunciado las múltiples vulneraciones de la legalidad por parte de la Generalitat y confiábamos en que la aplicación del art. 155 permitiera la vuelta del Estado de Derecho a Cataluña. ¡Qué error y qué decepción!
Los edificios públicos de la Generalitat siguieron luciendo símbolos partidistas. Los lazos amarillos no fueron retirados o incluso fueron instalados nuevos. Hace unas semanas visitaba el Departamento de Universidades y veía la escalera principal del edificio llena a rebosar de lazos amarillos. Quien nos dio la charla prevista, un alto cargo del Departamento, lucía una pinza amarilla en su chaqueta. Un cargo de confianza del Gobierno (pues en ese momento quien ejercía las funciones del Departamento correspondiente de la Generalitat era un Ministro del Gobierno español) solidarizándose con los "presos políticos" en un acto oficial. La sensación de que ni con el 155 los nacionalistas dejarían de considerar Cataluña como su cortijo particular, la decepción de que ni por esta vía el Estado de Derecho podría volver a nuestra tierra.
Lo más grave, sin embargo, era la situación en el Departamento de Enseñanza. Se habían denunciado y documentado abundantes casos de adoctrinamiento en las escuelas catalanas. En los siete meses de 155, siete meses en los que el máximo responsable de la administración educativa de la Generalitat era el Sr. Méndez de Vigo, ni una sola medida a mi conocimiento, orientada a desvelar y corregir ese adoctrinamiento; ni siquiera el caso sangrante del acoso a los hijos de Guardias Civiles en Sant Andreu de la Barca hizo que el Departamento dirigido por el Sr. Méndez de Vigo actuara. De los centenares de denuncias presentadas por las familias catalanas con ocasión de los comunicados cargados de contenido político que se hicieron llegar a las familias tras el 1 de octubre en escuelas e institutos ninguna noticia. Dejadez total, un 155 meramente formal, sin ningún contenido sustancial.
Pero todavía más grave que lo anterior es lo relativo a la presencia de castellano en las escuelas catalanas. Como es sabido por todos menos por el Sr. Méndez de Vigo, el sistema vigente en Cataluña obliga a que al menos una de cada cuatro horas de docencia sea impartida en castellano. Esta obligación básica, indubitada, reconocida en cantidad de sentencias judiciales no es cumplida por la Generalitat, y el Sr. Méndez de Vigo se ha negado expresamente también a darle cumplimiento. En definitiva, el Sr. Méndez de Vigo ha actuado como han actuado antes que él todos los consejeros de educación nacionalistas que hemos tenido. Al fin y al cabo, debía pensar, ¿qué más da lo que piensen los catalanes no nacionalistas? ¿nos van a estropear un pacto con éste o con aquél? ¿Van a hacer que cambiemos las cosas que han funcionado en los últimos cuarenta años, ese pacto no escrito por el que en Madrid dejamos que los nacionalistas hagan en "su" tierra lo que les venga en gana siempre que en el momento oportuno nos den apoyo para unos presupuestos, un nombramiento, una ley...? No, los corderos catalanes, mudos y obedientes han de seguir así por mucho que se les flagele. Mala suerte haber caído en el lado equivocado de España, parece pensar el Gobierno que con tanta desgana ha aplicado el artículo 155.
IV. El final del 155
Y como todo tiene un final, el 155 también lo tiene. La toma de posesión del gobierno autonómico pone fin a la intervención. Y así será. Poco importa que el presidente de ese gobierno autonómico haya hecho expreso que seguirá utilizando la Generalitat para imponer su proyecto de ruptura, que haya amenazado con cumplir "el mandato del 1 de octubre", que pretenda que quien está procesado por intentar derogar la Constitución por la vía de hecho es quien de verdad manda en Cataluña, que su propósito explícito sea continuar con la rebelión iniciada.
Poco importa que ese presidente de la Generalitat haya anunciado la creación de una comisión de estudio de la aplicación del art. 155 que tiene toda la pinta de ser una comisión de depuraciones; poco importa que de nuevo los catalanes no nacionalistas se sientan entregados al matarife que a punto estuvo de ejecutar hace unos meses una secesión por la vía de hecho que nos hubiera condenado al desastre. Nada de eso importa porque, quizás se cuenta con nuestro silencio, con el silencio de los corderos.
El silencio debe acabar. Debemos protestar, debemos exigir y no debemos olvidar, sobre todo cuando depositemos una papeleta, quienes nos han amenazado y quienes nos han ayudado, quienes han contemporizado y quienes nos han abandonado. No debemos olvidar que tras siete meses de 155 nuestros hijos siguen estudiando en una escuela monolingüe, no debemos olvidar que los lazos amarillos ocupan calles y edificios públicos, no debemos olvidar que el adoctrinamiento en la escuela continúa y que en TV3 se blanquean terroristas a los que se devuelve la sonrisa cuando el terrorista indica casi indiferente que sí, que la policía le acusa de haber matado a un hombre.
(minuto 03:18)
No debemos olvidar, debemos hablar, debemos plantear y debemos dejar claro que no nos bastan con las palabras, que los hechos son los que son y que el balance final del artículo 155 es que simplemente se ha retrasado un nuevo golpe que nos traerá más dolor, más sufrimiento y quizás la certeza de que algún día, sin más, nos olvidarán.
Antes hemos de despertar.