Me impresiona profundamente la tragedia que supuso el Holocausto. Millones de vidas arrebatadas de forma sistemática y fría hace menos de ochenta años, en la época en la que vivían nuestros padres y abuelos.
El verano pasado visité Berlín con mi familia y nos acercamos al monumento al Holocausto que se encuentra cerca de la Puerta de Brandemburgo.
Aquellos bloques grises me impresionaban, pero no tanto a mi cuñada, quien comentó que le habían impactado mucho más los cementerios de Normandía donde se encuentran los restos de miles de soldados muertos durante las batallas que siguieron al desembarco aliado en junio de 1944.
La referencia de mi cuñada me hizo pensar en cómo sería un cementerio en el que estuvieran sepultadas todas las víctimas del Holocausto. Durante el régimen nazi unos seis millones de judíos fueron exterminados, y si a estos sumamos homosexuales, gitanos, opositores políticos, prisioneros de guerra asesinados, etc. la cifra total podría estar en torno a los once millones de personas (tomo los datos de wikipedia).
¿Qué espacio ocupa una tumba? Calculando 1,5 metros de ancho y 2,5 de largo, incluyendo aquí los estrechos pasillos que permiten circular por los cementerios resultaría que cada tumba precisaría 5,25 metros cuadrados. La superficie necesaria para las tumbas de los judíos asesinados durante el Holocausto sería de algo más de 31 kilómetros cuadrados. La necesaria para el conjunto de víctimas, los once millones asesinados por el régimen nazi, alcanzaría casi los 58 kilómetros cuadrados (para hacerse una idea, la superficie de la ciudad de Barcelona es de algo más de 100 kilómetros cuadrados). Esto es, las tumbas de las víctimas no judías ocuparían unos 27 kilómetros cuadrados
Al reparar en esa cifra se advierte mínimamente la magnitud de la tragedia. El monumento de Berlín ocupa 19.000 metros cuadrados. Es decir, tan solo en ese hipotético cementerio judío de las víctimas del Holocaustro cabrían más de 1500 monumentos como el de Berlín. O lo que es lo mismo, el impresionante monumento de Berlín ocuparía bastante menos del 0,1% de la superficie necesaria para ese cementerio conmemorativo.
¿Cómo se podrían distribuir esos 32 kilómetros cuadrados de cementerio dedicado a las víctimas judías del Holocausto. 12 triángulos equiláteros de 2,67 kilómetros cuadrados de superficie alcanzarían esa superficie de 32 kilómetros, lo que se corresponde con una estrella de seis puntas, o estrella de David, con un lado de 2,5 kilómetros.
Si rodeamos con una circunferencia esa estrella, la superficie del círculo resultante será de 59 kilómetros cuadrados. Esto es, las partes del círculo que quedaran fuera de la estrella ocuparían la superficie necesaria para ubicar las tumbas simbólicas de las víctimas no judías del Holocausto.
El resultado final sería un círculo de 8,7 kilómetros de diámetro que contendría en su interior una estrella de seis puntas.
En plan muy rupestre sería como la figura de arriba. El círculo, como decía, tendría 8,7 kilómetros de diámetro y cada lado de la estrella mediría 2,5 kilómetros. La zona rayada se correspondería con el cementerio judío y las zonas con cruces serían las dedicadas al resto de víctimas del Holocausto.
De realizarse podría ayudarnos a percibir la magnitud del horror vivido hace tan solo unas pocas décadas. La circunferencia tendría más de 27 kilómetros. Esto es, se necesitaría un día entero para dar caminando una vuelta entera. Atravesar el cementerio de punta a punta llevaría hora y media a buen paso. Si alguien pretendiera visitar todas las tumbas ofreciendo a cada una de ellas una oración de tan solo 15 segundos, aunque dedicara a esta tarea diez horas diarias siete días a la semana, precisaría unos doce años para poder rendir homenaje a cada una de las sepulturas.
¿Merecería la pena una construcción semejante? En mi criterio, sí. No se trata tan solo de honrar a todos aquellos que murieron y ni restos dejaron de sí, quemados sus cuerpos en los hornos de los campos de concentración, sino también de recordarnos permanentemente hasta dónde puede llegar el horror humano. Si un monumento semejante se hiciera y tan solo en una ocasión hiciera reflexionar a quienes se atreven a aventurarse por la senda del odio ideológico o racial ya habría cubierto su misión.
Una vez imaginado un cementerio memorial como éste, cuando ya la magnitud de la tragedia ha comenzado a rondarte y has comenzado a asumirla, es casi imposible no lamentar la pobreza del monumento al Holocausto de Berlín. La reflexión de mi cuñada me hizo ver que, efectivamente, transmite de una forma excesivamente tenue lo que supuso aquella tragedia, aquel horror, aquella casi inimaginable crueldad.