lunes, 8 de junio de 2015

¿Tienen bases genéticas las diferencias culturales? Una reseña a medio libro de Nicholas Wade


He dejado antes de la mitad el libro de Nicholas Wade "Una herencia incómoda". Cuando lo encontré en una librería no pude dejar de llevármelo porque anunciaba un planteamiento provocador: la evolución nos ha ido modelando durante los últimos milenios, de tal forma que habría fundamentos genéticos no solamente en la existencia de varias razas humanas, sino también para ciertas diferencias culturales. Algo así no puede dejarse pasar, sobre todo si quien lo firma es alguien con un currículum respetable, como sucede en este caso.
El libro, hasta donde he leído, aborda dos cuestiones relacionadas pero diferentes: por una parte, la explicación del abandono de los estudios sobre las bases genéticas de la diferencia entre razas, por otra parte, la forma en que la genética ha condicionado la evolución de las diferentes culturas. Lo primero me pareció bastante interesante, lo segundo me ha hecho dejar el libro antes siquiera de haber cruzado su ecuador.



Pese a haber abandonado el libro tan pronto creo que conviene hacer una reseña de lo leído, porque en esa parte he encontrado explicación a algo que nunca había entendido y que, sin embargo, ahora veo con bastante claridad. Lo que nunca había entendido era por qué en la Alemania nazi, hace apenas 70 años, se había vivido una persecución tan brutal contra los judíos y otros grupos identificados a partir de su origen racial. Desde niño, además de horroroso, me había resultado inexplicable, porque no encontraba qué razones podían estar detrás de un comportamiento tan irracional. Sabía que hacía siglos se habían producido persecuciones igualmente salvajes; pero me extrañaba que personas que por su cercanía temporal forzosamente compartirían referentes culturales semejantes a los míos pudiesen creer algo tan absurdo como es la superioridad de unas razas sobre otras o los horrores del mestizaje.
En esa oscuridad permanecí hasta leer este libro, en el que se da cuenta de cómo durante la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX las teorías eugenésicas, aquellas que se plantean la forma de mejorar las diferentes razas y, en algunos casos, evitar la contaminación que se pueda derivar de la mezcla entre ellas, estaban extendidas por Europa y América. En Estados Unidos, en Francia o Inglaterra se había defendido la necesidad de esterilizar a quienes podían transmitir defectos a las futuras generaciones y se habían estudiado las formas de mejorar la especie mediante la potenciación de aquellas cualidades que fuesen mejores.
No lo sabía (lo reconozco) y el tener conocimiento de ello me ha permitido entender muchas cosas. Por una parte, los planteamientos nazis, que lejos de ser una extravagancia se conectaban con doctrinas que habían tenido su desarrollo y apoyos en sectores variados de la ciencia occidental en las décadas que precedieron al nazismo. Por otra, el relativo silencio que sobre ello se extendió tras la II Guerra Mundial. Los horrores del nazismo habían contribuido, seguramente, a evitar cualquier referencia a las conexiones de los aberrantes planteamientos racistas del III Reich con autores reconocidos en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otros países occidentales en los años que precedieron al nazismo. Además, estas mismas conexiones explicarían el rechazo a continuar unas investigaciones que podían entenderse relacionadas con los espantos del Holocausto.



Seguramente sería conveniente olvidarse de prejuicios y retomar con naturalidad los estudios sobre las diferencias genéticas entre individuos y grupos. Cuando se admite que tales diferencias existen se hace con un tanto de pudor. Así, por ejemplo, en el caso de Yuval Noah Harari y su libro (mucho mejor que el de Nicholas Wade) "Sapiens. A Brief History of Humankind", donde indica:

"But if the Interbreeding Theory is right, there might well be genetic differences between Africans, Europeans and Asians that go back hundred of thousands of years. This is political dynamite, which could provide material for explosive racial theories. (...) It had firmer archeological backing, and was more politically correct"

Cuando lo políticamente correcto se mezcla con la ciencia el resultado no puede ser bueno; pero esta es la situación. Existe un campo que se toca con pinzas por el temor a lo que nos podemos encontrar. No es sano y, por tanto, deberían abordarse estudios en la materia, teniendo claro que tales estudios se ciñen a la identificación de las diferencias genéticas entre unos y otros individuos, pero sin que resulte admisible utilizarlos -tal como señala Yuval Noah Harari que podría pasar- como argumento político para establecer diferencias sociales o políticas entre unos y otros seres humanos.

Llegados a este punto, el libro de Nicholas Wade debería empezar a resultar interesante, ya que estaría orientado a ver en qué forma la genética puede haber influido en las diferencias culturales; pero es precisamente a partir de este punto, del momento en el que pretende convertir en teorías (o, al menos, hipótesis) lo que se deriva de su planteamiento inicial cuando las incoherencias, inconsistencias y desatinos comienzan a llenar las páginas.
Me limitaré a recoger algunas de las cosas que se afirman que resultan, cuanto menos, dudosas.

- En la página 43 intenta explicar la promiscuidad entre los chimpaces en el intento de las hembras de que todos los machos del grupo piensen que las crías son suyas. ¿Relacionan los chimpaces el coito con la procreación? Me extrañaría bastante. Diría que se duda incluso de que en las comunidades humanas más antiguas existiera ese conocimiento, por lo que atribuírselo a los chimpances me parece un error de bulto.
- En la página 62 plantea como obvio el deseo humano de construir casas y establecerse, de tal forma que se pregunta por las razones para que durante decenas de miles de años las bandas de cazadores-recolectores no hubieran dado ese paso. Me parece que dista de ser obvio y universal ese deseo. Recomiendo la lectura del libro de Yuval Noah Harari para ver las diferencias (a peor) entre la vida de los cazadores-recolectores del Paleolítico y la de los primeros agricultores del Neolítico. En cualquier caso, aparte del análisis histórico de la evolución de los asentamientos humanos, creo que basta pensar un poco para ver que son muchos los humanos que no manifiestan un deseo de permanencia en un lugar, sino que, al contrario, prefieren viajar y conocer nuevos entornos. De nuevo nos encontramos en el libro, por tanto, un planteamiento que carece de fundamentación o que, directamente, está equivocado.
- En la página 128 dibuja las sociedades paleolíticas como igualitarias, lo que, a su vez, supondría que existirían pocas ventajas evolutivas derivadas de la selección natural. Por una parte, no sé hasta qué punto está probado el igualitarismo en los grupos de cazadores-recolectores, en el sentido de que todos los individuos tenían las mismas posibilidades de tener hijos y extender sus genes. En segundo lugar, la visión negativa del igualitarismo que rezuma más bien me parece un prejuicio del siglo XXI que un presupuesto científico.
- En la página 129 dice que la única división del trabajo en las sociedades paleolíticas se daba entre hombres y mujeres: el hombre cazaba y la mujer recolectaba. ¿Estaba allí para verlo? Diría que esto es también especulativo, tanto en lo que se refiere a la afirmación de la distribución por sexos de la caza y de la recolección como a que no hubiera ninguna otra distribución del trabajo. Sin haber estado allí apostaría a que también había una distribución del trabajo por edades. No sería lo mismo lo que hacían los niños que los adultos jóvenes y los ancianos; por ejemplo.
- Página 131: las sociedades medievales eran más violentas que las modernas. ¿Cómo? ¿En qué sentido? ¿No ve el telediario este hombre? De donde saca que somos más pacíficos que en la Edad Media ¿se cree que la Edad Media son las películas en Technicolor de los años 50 del siglo XX? ¿Piensa que las sociedades modernas son las áreas suburbanas de clase media alta de los Estados Unidos? ¡Y además apunta a que esta pretendida menor violencia actual tiene bases genéticas!



Y aquí lo dejé. Si todo sigue en esta línea poco aprovechamiento se podrá sacar del resto del libro; pero creo que algunas cosas han de señalarse.
Primera, lo ya apuntado. El libro es interesante en su descripción del auge y caída de las doctrinas eugenésicas en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Desde luego, la parte más útil del libro.
Segundo. Me quedo con la idea de que lo políticamente correcto no ha de suponer un freno a la investigación en este campo. Es claro que tendremos que tener cuidado con las consecuencias políticas que algunos quieran extraer de este estudio; pero estas consideraciones no han de limitar la investigación.
Tercero. Las ocurrencias de Nicholas Wade no pueden ser base para ninguna construcción seria; pero llama la atención que el libro haya sido editado, publicado y jaleado. Dice poco de los controles editoriales y mucho de cómo los anglosajones tienen poco reparo en encumbrar auténticas basuras. Si el libro hubiera sido intentado por un español, francés o italiano todo esto que voy comentando aquí hubiera sido suficiente para crucificar a autor y editor, ya no por el potencial peligro de sus planteamientos, sino por sus errores e inconsistencia. Lo que viene de Estados Unidos o el Reino Unido parece, en cambio, que goza de una presunción de calidad. Tenemos que pensar en ello.

2 comentarios:

plazaeme dijo...

Un apunte:

- ¿Relacionan los chimpaces el coito con la procreación? Me extrañaría bastante. Diría que se duda incluso de que en las comunidades humanas más antiguas existiera ese conocimiento, por lo que atribuírselo a los chimpances me parece un error de bulto.

No, no se duda. Se sabe. Hay ejemplos. Malinowsky (1918)describe muy bien una sociedad melanesia en la que falta ese conocimiento. Y al preguntarles por qué les hace tanta gracia la idea de que los embarazos vengan del coito, le responden: Porque las albinas se quedan embarazadas, y nadie follaría con una albina.

Rafael Arenas García dijo...

¡Muchas gracias por la información! Aparte, lo de las albinas es genial. El sexo, ese gran desconocido!