"A beginning is a very delicate time".
O, tal como yo lo escuché por primera vez, en 1984 o 1985 "Un comienzo es un tiempo muy delicado". Así empezaba la versión de Dune que dirigió David Lynch. Una película que me fascinó y que me llegue a saber de memoria, desde ese comienzo hasta la última línea ("he is the Kwisatz Haderach").
Habiéndome fascinado de esa manera la película, corrí a ver la versión de Denis Villeneuve. No sabía que era tan solo la primera mitad de la historia. Me lo temía cuando veía que los minutos pasaban y que todavía quedaban muchas cosas por contar; así que salí del cine con una sensación extraña. Muy satisfecho por lo que había visto, pero con ganas de ver la segunda parte; una segunda parte que, además, tendría que ser todavía mucho más espectacular que la primera.
Y he visto la segunda parte del Dune de Villeneuve con una sensación que, de alguna forma, se parecía a la que había tenido hace unos años tras concluir el visionado de la primera parte. La historia precisa ahora una tercera parte que no sospechaba inicialmente, la película me gustó mucho y -y esto es lo nuevo- cambió mi perspectiva sobre el personaje. Ese cambio de perspectiva, además, me permitió entender algunas cosas de la primera parte que me habían sorprendido en su momento. Mi conclusión es que Villeneuve sabía y sabe bien lo que quiere hacer. Su Dune, por lo que ha explicado, se corresponde con lo que pretendía Frank Herbert, el autor de la novela; pero, a la vez, creo que Villeneuve, que es un artista al menos del mismo nivel que Herbert, acabará creando una trilogía personal con un mensaje nítido y una estética coherente con éste. En definitiva, un trabajo que perdurará.
En el Dune de David Lynch Paul Atreides es una mezcla entre Mesias y semidiós. O, quizás, más propiamente, un dios griego que ha de luchar para encontrar su verdadera naturaleza. El hecho, además, de que deba afrontar un riesgo mortal para llegar a la plenitud (beber el agua de vida) dota al personaje de una especial transcendencia, ya que se presenta como alguien que pone en juego su vida para poder llegar a ser lo que los demás esperan de él. Las referencias que hay en la película a que "el durmiente debe despertar" nos hablan de una llamada a una misión que debe ser atendida y que está por encima de deseos y aspiraciones personales. Un héroe con todas las de la ley que deja de lado su humanidad para servir a un fin superior. La imagen de la lluvia cayendo sobre Arrakis al final de la película es la perfecta metáfora de cómo todo ha sido para conseguir una mejor vida para todos.
El Dune de Villeneuve adopta una posición completamente diferente, pero no se percibe -o, al menos, yo no la percibí- hasta ver la segunda parte de la película.
Para Villeneuve, Paul Atreides no es un héroe; sino una persona manipulada por su madre y que acaba eligiendo un camino que será causa de dolor y muerte para muchos y -quizás lo veamos en la tercera parte- también para él mismo. Villeneuve levanta una obra que es una crítica aguda al mesianismo y a la credulidad que lo acompaña, que cuestiona los manejos de los poderosos y advierte sobre misiones transcendentes que acaban convirtiéndose en retrocesos para el conjunto de la humanidad. En el Dune de Villeneuve, Paul Atreides es simplemente un ser humano adiestrado para parecer un dios, pero no con la finalidad de conseguir lo mejor para todos, sino con el propósito de alcanzar el poder; un poder que perseguía la hermandad en la que se integraba su madre, las Bene Gesserit; pero que al final se convierte en una apuesta personal de Jessica; como muestra el diálogo sin palabras que mantiene al final de la segunda parte con la reverenda madre Gaius Helen Mohiam. Una lucha de poder en la que Paul es inicialmente solamente una herramienta, para acabar convirtiéndose en actor principal, pero sin libertad para salir de la trama que había urdido su madre. Así, él rechaza inicialmente ir al sur de Arrakis, donde sabe que será proclamado Mesías (Muad'Dib); pero es incapaz de revertir el proceso iniciado por su madre en ese sentido; un proceso que se aprovecha de las supersticiones sembradas durante milenios por la hermandad de las Bene Gesserit.
Todo esto, te das cuenta al ver la segunda parte del Dune de Villeneuve, ya estaba en la primera película, pero podía pasar desapercibido (o, al menos, a mí me pasó desapercibido). Es cierto que había algunas cosas que chirriaban, como adelantaba. Así, la desesperación de Paul en el desierto con su madre, tras la caída de Arrakeen en manos de los Harkonnen cuando le reprocha a su madre que lo haya convertido en un monstruo (freak, dice en la versión en inglés, que carece, me parece, de la connotación positiva que en determinados contextos tiene la palabra monstruo en español). De la misma forma, la conversación que tiene en Caladan Paul con su padre antes de partir para Arrakis es muy diferente de la que sostiene en la película de Lynch. En esta última es en ese momento cuando el duque Leto dice eso tan contundente de "el durmiente debe despertar"; mientras que el mensaje que traslada en la película de Villeneuve es justo el contrario, el duque dice a Paul que incluso aunque renuncie a ser su sucesor al frente de la casa Atreides siempre será lo más importante para él, su hijo. De esta manera, el duque Leto ofrece a Paul un camino basado en la libertad y alejado de la telaraña que ha urdido su madre. No es casualidad, seguramente, que después de esa conversación con su madre, Paul tenga su primer encuentro con la reverenda madre de las Bene Gesserit, pase la prueba de la caja y mantenga una conversación tensa con su madre en medio de la niebla. Una de las escenas más significativas de la primera película.
En la segunda las piezas comienzan a encajar. Así, Stilgar, líder entre los Fremen, va presentándose cada vez con más claridad como un fanático a quien ciega su pasión por Paul; una pasión que en parte se basa en su satisfacción personal por haber encontrado al Mesías tanto tiempo esperado. Chari, por su parte, representa una visión secular que rechaza la mistificación que se deriva de las leyendas sobre Muad'Dib. El que, pese al compromiso con Chani, Paul decida casarse con la hija del emperador, Irulan, por razones políticas, lo que en la película de Lynch se presentaba como un sacrificio tanto para Chari como para Paul que se justificaba, de nuevo, por el interés general; es percibido con menos simpatía en la película de Villeneuve. Finalmente, el que la segunda parte en la película de Villeneuve no acabe con la lluvia sobre el desierto, sino con el envío de tropas a la guerra en medio de un entusiasmo que no se corresponde con lo que va a suceder, es perfecta antítesis de las dos visiones del personaje en Lynch y en Villeneuve.
Creo que queda claro que Dune me ha gustado mucho. Cualquier obra que te hace pensar merece la pena; pero es que, además, en este caso va acompañado de un cuidado por la estética, las imágenes, la música y la ambientación realmente notable. El contraste entre los distintos mundos (Caladan, que solamente aparece en la primera parte, Guidi Prime, el planeta de los Harkonnen, Arrakis, la corte imperial, con ese sabor de jardín zen tan apropiado y el planeta del ejército imperial, Salusa Secundus (que tampoco aparece en la segunda película) es sumamente atractivo. La música del maestro Hans Zimmer y la mezcla de clasicismo (la biblioteca donde se hace la prueba de la caja a Paul Atreides) y futurismo (la arena donde se combate en Guidi Prime), de sencillez (la corte imperial ya mencionada) y de magnificencia (Guidi Prime); de naturalidad y de extravagancia (el flotante barón Harkonnnen); hacen que Dune mereczca mucho la pena.
A mi juicio, claro; porque, ya se sabe, sobre gustos no hay nada escrito.
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